175 años de creación, de vida, de acción y evangelización
Quito, 13 de enero de 2023
Por Mons. Alfredo José Espinoza Mateus, sdb
Hemos cantado en el salmo que, “El Señor nos ha mostrado su amor y su lealtad”. Por eso, como el salmista, hoy les invito a “Cantar al Señor un canto nuevo, pues ha hecho maravillas”. Alabamos al Señor al son de instrumentos musicales y entonamos un canto con nuestra alma y nuestro corazón por estos 175 años de creación, de vida, de acción y evangelización de nuestra querida Arquidiócesis de Quito.
Hace pocos días hemos celebrado la solemnidad de la Epifanía de Nuestro Señor Jesucristo y hoy, nos reunimos en esta tradicional Iglesia del Sagrario,
para abrirle al Señor nuestro corazón de pastores y de hijos de Dios y entregarle el oro de nuestra gratitud, el incienso de caridad y la mirra de nuestras buenas obras, y lo hacemos al empezar este Jubileo Arquidiocesano por una historia hecha vida construida y forjada, en alegrías y tristezas, en angustias y esperanzas, en risas y lágrimas.
Puedo decir, y me atrevo a ello, que nosotros también estamos viviendo una Epifanía de fraternidad en nuestra Iglesia de Quito. Con la Luz del Corazón de Jesús miramos con gratitud el camino de nuestros hermanos, comenzando por Mons. Joaquín de Arteta y Calisto, el primer arzobispo de Quito y pasando por Francisco Xavier de Garaicoa, guayaquileño, José Ignacio Checa y Barba, Federico González Suárez, Carlos María de la Torre, el primer Cardenal ecuatoriano, el siervo de Dios Pablo Muñoz Vega, S.J, Fausto Trávez, ofm, hasta llegar a este hoy. Todos los catorce arzobispos que me antecedieron, cientos de sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, han forjado, dando su vida, esta Iglesia quiteña.
Miramos con pasión y entrega el tiempo presente de nuestra Arquidiócesis, y, sobre todo, miramos con esperanza los sueños y el camino por recorrer, teniendo siempre al centro y al frente a Jesucristo, Buen Pastor, de quien hemos recibido el mandato de “Ir y enseñar a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir cuanto yo les he mandado”.
Esta Arquidiócesis se ha consagrado como el Pueblo del Corazón de Jesús. Y Quito será la sede del 53° Congreso Eucarístico Internacional 2024, que se celebrará con ocasión del 150° aniversario de la Consagración del Ecuador al Sagrado Corazón de Jesús para manifestar “la fecundidad de la Eucaristía para la evangelización y la renovación de la fe en el continente Latinoamericano” (Francisco). El tema del Congreso es “Fraternidad para sanar el mundo… Ustedes son todos hermanos”. Tema que es programa de evangelización cuya fuente, centro y cumbre es la Eucaristía. Hoy ya vivimos este Congreso en nuestra Arquidiócesis, hoy ya hemos asumido el reto de vivir la fraternidad, hoy renovamos nuestro compromiso misionero y evangelizador.
UNA IGLESIA QUE ES TIERRA DE MEMORIA, ENCUENTRO Y ESCUCHA
Quito no es sólo geográficamente el lugar marcado por la latitud cero como la “Mitad del Mundo”, sino, sobre todo, es la tierra donde confluyen todas las voces. Es la tierra donde su gente y en especial sus pastores, escuchan con el corazón a sus hermanos, como Dios mismo escucha a su pueblo con el corazón en las manos.
Aquí nació el grito Bicentenario de la Libertad Hispanoamericana que se unió al grito orante de Jesús al Padre en la última cena: “Que todos sean uno”. A este propósito, el Papa Francisco nos decía, en el Parque Bicentenario un deseo que yo también quiero hacer mío al comenzar este Año Jubilar Arquidiocesano: “Quisiera que hoy los dos gritos concorden bajo el hermoso desafío de la evangelización. No desde palabras altisonantes, ni con términos complicados, sino que nazca de “la alegría del Evangelio”, que “llena el corazón y la vida
entera de los que se encuentran con Jesús” … Nosotros, aquí reunidos todos juntos alrededor de la mesa con Jesús somos un grito, un clamor nacido de la convicción de que su presencia nos impulsa a la unidad…”
Es el grito que elevo hoy, el grito de unidad y fraternidad. El grito del compromiso evangelizador. El grito de una Arquidiócesis en salida, cercana, tierna y misericordiosa. El grito de nuestro compromiso real, efectivo y afectivo con los más pobres, con los descartados de la sociedad. El grito de tender la mano al hermano, levantar al caído, consolar al triste. El grito de arriesgarnos a construir una nueva historia arquidiocesana, pero todos juntos, no unos, no pocos, todos nosotros. Tenemos el reto de ser una Arquidiócesis que escuche, que sepa escuchar y que no se escuche a sí misma.
Es que la unidad a la que nos invita Jesús es siempre misionera, es para contagiarla a los demás. Contagiemos esa alegría, comprometámonos hoy.
EL MEJOR VINO ESTÁ POR VENIR
Queridos hermanos, somos una familia de fe, nuestra Arquidiócesis es una gran familia de fe, de esperanza y de caridad. Dificultades y etapas dolorosas siempre las hemos tenido. Con esta imagen de “familia”, les propongo iniciar este tiempo de júbilo y de fiesta.
Nos puede faltar el vino como en las bodas de Caná. Por eso, hoy, aquí, vuelvo mi mirada a María, y Ella, nos volverá a decir: “Hagan lo que Él les diga”. Y Jesús, el vino nuevo de Dios, nos ha dicho, sean uno, amen a Dios, amen al prójimo y vayan, y hagan discípulos a todas las gentes…
Francisco nos decía a los ecuatorianos: “Y esa es la buena noticia: el mejor de los vinos está por venir, lo más lindo, lo más profundo y lo más bello para la familia está por venir…El mejor de los vinos está en la esperanza, está por venir para cada persona que se arriesga al amor”.
Hoy los invito a todos, empezando por mis sacerdotes, a arriesgarse al amor, hay que arriesgarse a amar. Les invito a amar, a soñar, a crear, a construir, a mirar hacia adelante. Desde el amor, les invito a creer que es posible construir juntos, con un nuevo dinamismo pastoral, esta Iglesia que peregrina en Quito. Sueñen, Sueñen, sueñen, no dejen de soñar con una Iglesia renovada, que mira el pasado con gratitud, celebra su historia, pero se compromete a su futuro con ilusión y con pasión.
Aquí en Quito está mi vida. Aquí en esta Arquidiócesis, nuestra Arquidiócesis, está mi corazón. Aquí en esta Iglesia que hacemos juntos, están mis sueños, mis ilusiones, mis sudores, fatigas, mi oración, mi entrega. Es aquí donde quiero ser “Pescador de hombres”. Sepan que siempre podrán contar conmigo, sepan que seré el pastor que los guía y los acompaña, sepan que hoy doy gracias a Dios de una manera especial por estos 175 años de vida Arquidiocesana y me comprometo, mientras Dios me dé vida, a dar todo para hacer de esta Iglesia, una Iglesia que bebe el vino del amor, de la fraternidad, de la esperanza y del consuelo.
Mi vida y mi entrega total para hacer juntos una Iglesia en salida, que va a compartir el vino del encuentro, del perdón y de la reconciliación, pero sobre todo y en todas partes, que busca compartir el vino de la paz, el vino que Cristo mismo ha venido a traer. Que María, Nuestra Señora de la Presentación del Quinche, nuestra Patrona, sea la luz que ilumine nuestro camino y nuestro corazón pastoral. ASÍ SEA.