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El caminar de la Iglesia de Quito

Carlos Freile

La Iglesia Católica guarda con fidelidad el mensaje permanente de Jesús, pero en su devenir es hija de su tiempo: desde san Pedro hasta hoy ha predicado el amor al prójimo dentro de las circunstancias concretas en que le ha tocado dar testimonio de la verdad. Por esta razón hace falta estudiar la Historia de la Iglesia, no solo la doctrina desde el catecismo en adelante.

Nuestra Iglesia de Quito, desde su fundación como diócesis en 1545, ha estado inserta en la sociedad como parte fundamental, ha desempeñado el papel de conciencia moral y de protectora del débil, de regeneradora social y de guía espiritual sobre todo, con altos y bajos como es normal en toda institución compuesta por hombres falibles y efímeros.

A lo largo de los siglos los obispos, dejamos por ahora a los párrocos y religiosos, enfrentaron la realidad humana y de Fe con creatividad, iniciativa y valentía. Espigamos algunos hitos formidables de este largo testimonio de la salvación del Señor Jesús.

Antecedentes

Cuando, en 1534, se repartieron los solares de la villa española de Quito, se le entregó una a la Iglesia para la edificación de la primera parroquia, en el lugar en donde más tarde se construiría la catedral. Esta parroquia estaría bajo la jurisdicción del obispado del Cuzco, con fray Vicente Valverde a su cargo. En la misma época debió haber habido otra parroquia en Santiago de Quito, que pasó años más tarde a llamarse Riobamba; y así crecieron las parroquias y doctrinas hasta la fundación de la nueva diócesis.

  • La Iglesia fundacional
    La Iglesia fundacional

    Los primeros obispos, resaltamos a Pedro de la Peña y Luis López de Solís, se empeñaron en organizar la nueva Iglesia dentro de los cánones del Concilio de Trento, con las limitaciones del sistema patronal. Celebraron Sínodos, en ellos nos solo se regulaba la vida eclesiástica sino que se daban normas de beneficencia cristiana para los más pobres; fundaron el Seminario, en el cual López de Solís quiso que estudiaran niños indígenas, pero la Corona se opuso; se empeñaron en que hubiese catecismos en las principales lenguas indígenas; visitaron con extrema dedicación el inmenso territorio puesto a su cargo, a veces padeciendo dificultades sin cuento; esta obligación la cumplieron casi todos los obispos venideros, ya sea en persona, ya por delegación. También defendieron a los indígenas de los atropellos y condenaron a todos quienes los maltrataran, autoridades o no. No se debe olvidar que a lo largo de varios siglos los religiosos estaban exentos de la disciplina diocesana, a pesar de que las doctrinas de indios estaban a su cargo, pero el obispo no podía intervenir, con consecuencias molestas.

  • La Iglesia patronal monárquica
    La Iglesia patronal monárquica

    Desde inicios del siglo XVII los obispos continuaron lo iniciado por los fundadores, pero cada uno le dio a su labor pastoral un toque personal. Espigamos algunos ejemplos de esta labor, a veces olvidada:

    Pedro de Oviedo propagó la devoción a la Virgen de El Quinche y contribuyó al ornato de su primitiva iglesia. Alonso de la Peña Montenegro escribió, a solicitud de varios párrocos, su magistral “Itinerario para párrocos de indios” (1668) que alcanzó siete ediciones antes de 1800, allí daba sabias directrices para esa especialísima forma de pastoral, pero también introdujo actualísimos conceptos de justicia social. Diego Ladrón de Guevara se empeñó en propagar el rezo del santo rosario entre los indígenas. En sendos escritos, Luis Francisco Romero y José Pérez Calama defendieron la capacidad de los indígenas para recibir la sagrada comunión porque algún sacerdote consideraba que no la tenían, dentro de la llamada “Calumnia de América”, tan extendida en Europa en esos años, el primero escribió con ese fin un Catecismo en español y quichua y el segundo una carta pastoral. Pérez Calama se distinguió por otros motivos muy conocidos: la reforma del plan de estudios de la Universidad; el apoyo a la Sociedad Patriótica de Amigos del País, propiciada por Eugenio Espejo; la fundación de cursos universitarios abiertos a todo público, incluidas las mujeres; el apoyo a un nuevo camino hacia Esmeraldas; la preocupación por la salud e higiene públicas, con un largo etcétera. La reforma universitaria de Pérez Calama estuvo precedida por el intento, poco exitoso, de Blas Sobrino y Minayo de modernizar la educación de los seminaristas.

    Sobre esta etapa sirven tres observaciones generales, en primer lugar, la mayoría de obispos, sobre todo los primeros, tuvieron que enfrentar la falta de edificios para el culto, desde la Catedral hasta la doctrina más lejana, el proceso fue largo y empeñoso; también colaboraron con la fundación de monasterios, colegios y universidades, no solo con el apoyo teórico, sino con fondos propios en ocasiones.

    En segundo lugar, todos los obispos de esta época, quien más quien menos, tuvieron que enfrentar dos conflictos recurrentes. El primero con la autoridad real, pues con motivo del Patronato Real concedido por el papa al rey de España, el poder civil hacía y deshacía de los asuntos de Iglesia, con el agravante de que el presidente de la Audiencia, con la complicidad de los oidores, pretendía ser vice-patrono e intervenir en la diaria administración de la diócesis y de las parroquias; a veces las diferencias surgían por meros caprichos de la autoridad civil en asuntos de ceremonial. El segundo, con los religiosos encargados de las doctrinas de indios que no se sentían obligados a seguir las normas dadas por el ordinario; por ello desde muy temprano nació el proyecto de secularizar las doctrinas, en otras palabras de pasarlas a manos de sacerdotes seculares, esta realidad explica, en parte, las continuas acusaciones contra los frailes. Este problema se agravaba con las largas temporadas de sede vacante, que daban lugar a desorden y a relajamiento de las normas administrativas de parroquias y doctrinas.

    En tercer lugar no se debe dejar de lado las dificultades provenientes de la pobreza creciente del Reino de Quito, sobre todo a raíz de la quiebra de los obrajes, principal fuente de riqueza de la región norte de la Sierra, que en esa época acogía la mayor parte de la población.

    Nota: El 6 de enero de 1769 el papa Clemente XIII creó la nueva diócesis de Cuenca con jurisdicción sobre el sur del Reino de Quito y gran parte de la Costa; pero el primer obispo tan solo fue nombrado por el rey en 1786.

  • La Iglesia en los conflictos por la desmembración del Imperio Español
    La Iglesia en los conflictos por la desmembración del Imperio Español

    A fines del siglo XVIII había recrudecido un viejo problema que venía desde las primeras generaciones de nacidos en el Reino de Quito: la rivalidad entre criollos y chapetones. Esta oposición se había visto legislada en la llamada Alternativa que obligaba a las autoridades a alternar a unos y otros en los diferentes cargos religiosos, y que se aplicaba también a parroquias y doctrinas. Los criollos rechazaban el acaparamiento de los principales destinos civiles en manos de chapetones, también rechazaron las disposiciones sobre la supresión y luego traslado de la Audiencia del virreinato de Lima al de Santa Fe sin tener en cuenta ni sus opiniones ni la realidad.

    Por otro lado, de manera todavía no aclarada por los investigadores, había renacido la tesis de Francisco Suárez S.J., según la cual la soberanía no radica en una persona ni grupo sino en toda la comunidad y cuando el rey falta o falla en sus obligaciones, regresa a ella. A fines del siglo XVIII el sabio Eugenio Espejo ya había sembrado la idea “de establecer en estos Dominios un gobierno popular o democrático”, según reza un documento de 1797.

    En 1808 se inicia el movimiento juntista, que reasume la soberanía por la invasión de Napoleón a España y busca por lo menos autonomía. A él se adhieren la gran mayoría de eclesiásticos de la diócesis, no solo con apoyo moral sino con acciones concretas. En la segunda etapa del juntismo, el obispo José Cuero y Caicedo, se involucra con esmero, talvez motivado por la masacre del 2 de agosto de 1810. Es elegido presidente y convoca a un Congreso, el cual declara la independencia en diciembre de 1811 y aprueba una Constitución en 1812, redactada por el sacerdote Miguel A. Rodríguez. Tras el fracaso de este movimiento, el obispo y varios sacerdotes fueron desterrados; además, José Riofrío fue asesinado y Pedro José Donato fusilado. En los años siguientes el control realista impidió el accionar patriota en la diócesis, aunque algún sacerdote predicaba de vez en cuando contra el régimen.

  • La Iglesia patronal republicana
    La Iglesia patronal republicana

    La Iglesia salió golpeada de las guerras por la Independencia, tanto por la ausencia de clero y su poca formación como por la pobreza. Sin embargo, el principal problema que tuvieron los obispos fue el patronato republicano agravado por las tendencias liberales y jacobinas de algunos gobiernos, los cuales dictaron leyes lesivas a la independencia de la Iglesia, pretendieron, por ejemplo, controlar los planes de estudio de los seminarios y la edad para ingresar a la vida religiosa; suprimieron conventos y expropiaron sus bienes, a más de nombrar obispos, canónigos y párrocos, incurriendo en la paradoja de que personas enemigas de la Iglesia elegían a sus pastores.

    El papa beato Pío IX elevó la diócesis a arquidiócesis el 13 de enero de 1848, siendo su primer aunque efímero arzobispo Nicolás Arteta y Calisto, quien como obispo se había distinguido por la fundación de numerosas escuelas para la niñez pobre. El primer arzobispo en ejercer fue Francisco Javier de Garaycoa.

  • La Iglesia del Concordato
    La Iglesia del Concordato

    La necesidad de purificar las relaciones de la Iglesia con el Estado ecuatoriano llevó al presidente García Moreno a firmar un Concordato con la Santa Sede en 1862; a raíz de este hecho, la Iglesia adquirió libertad, aunque el gobernante intervenía en asuntos eclesiásticos con el consiguiente disgusto del arzobispo. Pero, en general, los resultados fueron enormemente positivos, entre ellos cabe señalar la celebración de cuatro sínodos provinciales, la reestructuración del Seminario Mayor, con lo cual el panorama del clero cambió en mejor y la consagración del Ecuador al Sagrado Corazón de Jesús, impulsada por Mons. José Ignacio Checa y Barba, aunque García Moreno al principio se opuso por no considerar al Ecuador digno de esa consagración.

    Una de las iniciativas de mayores consecuencias fue la fundación de dos diócesis que se separaban de la jurisdicción quiteña en calidad de sufragáneas: las de Riobamba (llamada de Bolívar) y la de Ibarra. Mons. Checa, junto con los otros obispos ecuatorianos, fueron los primeros de nuestro país en participar en un concilio ecuménico, el Vaticano I; el arzobispo firmó a la cabeza de la lista la petición de obispos de todo el mundo pidiendo la declaración dogmática de la infalibilidad pontificia, por ser “bajo todo respecto ineluctablemente necesaria”.

    Después del asesinato de García Moreno por manos de los enemigos de la Iglesia, esta tuvo problemas con un dictador liberal; ello llevó a la firma de un nuevo Concordato, pero el hecho más doloroso fue el asesinato del arzobispo Checa por orden de las sociedades secretas.

    En los años siguientes los arzobispos y el clero apoyaron la fundación de asociaciones obreras de inspiración católica como varias iniciativas en beneficio de los sectores más pobres y desamparados.

  • La Iglesia perseguida
    La Iglesia perseguida

    Después de un período de calma y entendimiento entre la Iglesia y el Estado, advino la Revolución Liberal en 1895, a ella se opuso tenazmente el arzobispo José Rafael González y Calisto, quien fue maltratado por las tropas liberales, las que cometieron desmanes, entre ellos la quema parcial del Archivo de la Curia. Con la fuerza de las armas se introdujeron leyes contrarias a las convicciones mayoritarias de la población: laicismo en la educación, matrimonio civil, divorcio… Contra ellas combatieron con firmeza los arzobispos como Federico González Suárez, pero la batalla estaba perdida, con consecuencias que se perciben después de un siglo. Se prohibieron las manifestaciones públicas de fe. Se quitó la personería jurídica a la Iglesia y se expropiaron muchos de sus bienes inmuebles, con lo cual algunas escuelas para pobres y lugares de beneficencia tuvieron que cerrar.

  • La Iglesia en un mundo hostil o indiferente
    La Iglesia en un mundo hostil o indiferente

    La arquidiócesis de Quito vivió años de abierta hostilidad por parte del gobierno y de algunos medios de prensa, sin embargo, el clero siguió con su labor tanto pastoral como de promoción humana, ejemplo de esto es el Congreso Catequístico de 1916, con sabias directrices sobre los problemas sociales, no solo religiosos.

    Sin lugar a dudas, Mons. Carlos María de la Torre, quien fué arzobispo desde 1933 a 1967 y primer cardenal ecuatoriano en 1953, es la figura central de este período, con su recia personalidad y sólida formación enfrentó el proceso de secularización en la cultura y en las instituciones; no solo tuvo que defender a la Iglesia del liberalismo gobernante sino del marxismo que poco a poco se adueñaba de la educación y de las instituciones culturales. También tuvo que enfrentar nuevos intentos de privar a la Iglesia de todos sus bienes. En todo caso, un hito favorable significó la firma del Modus Vivendi, entre el Estado ecuatoriano y la Santa Sede (1937) con lo cual la Iglesia recuperó su personería jurídica y el derecho a mantener centros educativos y de otras índoles con autonomía y dentro de las leyes. De aquí nacieron, entre otras consecuencias positivas, la fundación de varias instituciones de educación, entre ellas los Normales María Auxiliadora (1940), Carlos María de la Torre (1944) e Indigenista de Guaytacama (1962) y la Universidad Católica del Ecuador (1946) que más tarde sería elevada a la categoría de Pontificia (1963). Además sostenía con fondos de la Iglesia y personales a varios colegios y escuelas de la Arquidiócesis en diversas ciudades y pueblos.

    Mons. de la Torre también promovió la Acción Católica, apoyó la fundación de la CEDOC (Confederación Ecuatoriana de Obreros Católicos), el primer sindicado obrero ecuatoriano. Escribió numerosas pastorales sobre diferentes temas de actualidad, además de los religiosos: el socialismo, la moral pública, el patriotismo, la familia, la prensa, el protestantismo, la reforma agraria (en conjunto con los demás obispos)… Una iniciativa algo olvidada fue la decisión de parcelar en beneficio de los campesinos las propiedades agrícolas de la Curia (iniciada en 1945).

    El 28 de abril de 1948 el papa Pío XII creó la diócesis de Ambato, mons. de la Torre quedó como administrador apostólico hasta el nombramiento del primer obispo.

  • La Iglesia a partir del Vaticano II
    La Iglesia a partir del Vaticano II

    Ya desde el anuncio de la celebración de un Concilio Ecuménico el cardenal de la Torre estuvo involucrado como miembro de la Comisión Preparatoria (1959), luego participó en la elaboración del documento de la Iglesia ecuatoriana sobre el tema. Estuvo presente en la primera sesión (1962).

    El gobierno de la arquidiócesis en la siguiente etapa del Concilio estuvo en manos de Mons. Pablo Muñoz Vega S.J., exrector de la Universidad Gregoriana, quien llegó a Quito como coadjutor Sedi datus en 1964, desde 1967 fue ya arzobispo y creado cardenal en 1969. Fueron tiempos de gran actividad y creatividad, se puso en práctica la reforma litúrgica con el paso a la lengua vulgar y la celebración de la misa cara al pueblo, aunque a veces se han dado iniciativas poco concordes con el espíritu de la liturgia a espaldas de lo deseado por la Iglesia. Varias novedades esperanzadoras surgieron con las reuniones de los obispos de América Latina en Medellín, Puebla y Aparecida, que corroboraron la permanente preocupación de la Iglesia por los pobres y los jóvenes, como lo enseña la Historia, y la fortalecieron declarándola opción preferencial.

    Como ejemplos de esta opción se puede citar la iniciativa Múnera, fundada por mons. Pablo Muñoz Vega en 1976, quien también impulsó la labor de Cáritas, como lo han hecho sus sucesores; durante la guía pastoral de mons. Raúl Vela Chiriboga (electo en 2003 y creado cardenal en 2010, año de su renuncia) se publicó un volumen de 233 páginas, intitulado “¡Trabajemos en comunidad!” que recoge las obras sociales de la Red Solidaria de la arquidiócesis. El otro arzobispo de Quito en ser creado cardenal fue Antonio González Zumárraga en 2001.

    Los arzobispos han participado en congresos eucarísticos, conferencias, han orientado a los fieles en épocas de dificultades políticas, han promovido la prensa católica, apoyado la educación confesional… Y han sufrido ataques autoritarios e intentos de disminuir la presencia de la fe católica en la sociedad orquestados desde el poder.

    Demás está decir que en la labor de los obispos y arzobispos, en la que se ha centrado este escrito, ha contado con la colaboración del clero secular y de los religiosos; esta colaboración se amplió desde que se ideó la llamada pastoral de conjunto. La arquidiócesis sufrió una crisis, al igual que toda la Iglesia, después del Vaticano II, con el cambio de estado de sacerdotes y religiosos, lo que disminuyó el número de personas dedicadas a la predicación del Evangelio, pero también por las iniciativas demasiado personalistas y sin verdadero fundamento conciliar de algunos presbíteros. Esta situación ha sido superada por la prudencia y energía de los prelados con la asistencia del Espíritu Santo.

    En 1963 se creó la diócesis de Latacunga. La zona tropical de la arquidiócesis, Santo Domingo de los Colorados, hoy de los Tsáchilas, fue erigida como prelatura en 1987 y elevada a diócesis en 1996.

  • Colofón
    Colofón

    Alguien podrá ver en este texto un tono triunfalista, por eso me permito concluir con un texto de Joseph Ratzinger para aclarar el porqué de esta tónica: “No debemos atribuirnos como mérito los éxitos de la Iglesia, pero, a pesar de todo, podemos decir con el Vaticano II -aunque otras confesiones y comunidades tienen muchos aspectos vivos en el Señor- que la Iglesia como sujeto en sentido propio está presente y se conserva precisamente en ese sujeto. Y solo se explica porque Él nos da aquello de lo que los seres humanos carecemos”. (Joseph Ratzinger: Dios y el mundo. Una conversación con Peter Seewald, Bogotá, Debate, 2005 (2000), p. 57. El resaltado en el original).