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“A ti, oh Dios, te alabamos, a ti, Señor, te reconocemos”.

HOMILÍA EN EL TE DEUM POR EL BICENTENARIO

Quito, 24 de mayo de 2022

Por Mons. Alfredo José Espinoza Mateus, sdb

Elevamos un himno de alabanza y de acción de gracias a Dios. Es un himno lleno de esperanza y al mismo tiempo es un canto en el que proclamamos nuestra fe en la paz, en la justicia, en la verdad y en la libertad.

Elevamos este himno en la celebración del Bicentenario de la Batalla del Pichincha, día en que se consolidó la libertad de nuestro pueblo.

Cantaremos, al final de la celebración, esa alabanza a Dios. Diremos con fe: “Salva a tu pueblo, Señor, y bendice tu heredad. Sé su pastor y ensálzalo eternamente. Día tras día te bendecimos y alabamos tu nombre para siempre, por eternidad de eternidades”.

Este himno que entonamos, lo hacemos como pueblo creyente que pone a Dios en el centro de sus vidas y eleva su mirada cada día al Creador. Por eso diremos: “A ti, oh Dios, te alabamos, a ti, Señor, te reconocemos”.

Celebramos la LIBERTAD. Una libertad soñada y anhelada; libertad forjada y conquistada; libertad ganada con sangre. Miremos al Pichincha, lugar donde se selló la libertad convirtiéndose en custodio de la misma.

Miremos el monumento a la Libertad con sus gruesas cadenas. Cadenas que se rompieron hace doscientos años y están allí, al pie del monumento para recordarnos que somos un pueblo libre y no esclavo.

Preguntémonos hoy: ¿Somos realmente libres luego de doscientos años de Independencia? ¿Qué hemos hecho con la libertad heredada?

Jesús en el Evangelio nos dice con claridad que es la verdad la que nos hará libres. Una verdad que es fruto de la fidelidad al Señor. ¿Somos fieles? ¿Vivimos esa fidelidad a la Palabra y al amor? Más adelante, Jesús nos recuerda cuál es la raíz de nuestra esclavitud: “Yo les aseguro que todo el que peca es esclavo y el esclavo no se queda en la casa para siempre”.

San Juan Pablo II afirmaba, que “Para llegar hasta la raíz de tantos males que se cristalizan en estructuras de injusticias y de pecado, hemos de mirar el corazón del hombre: desgarrado en su interior, el hombre provoca, casi inevitablemente, una ruptura en sus relaciones con los otros hombres y con el mundo creado. El pecado, que es ruptura de la comunión, desencadena los dinamismos del egoísmo, las divisiones, los conflictos. Llámese orgullo o injusticia, prepotencia o explotación de los demás, codicia o búsqueda desenfrenada del poder o del placer, odio, rencor, venganza o violencia, la raíz es siempre la misma: el misterio de la impiedad que separa al hombre de Dios, que lo aleja de su voluntad y levanta permanentemente muros de división”.

Hoy como pueblo unido y libre, estamos llamados a derribar esos muros de división y a trabajar por liberar nuestro corazón de tantas cadenas de muerte y de pecado, cadenas que no nos dejan avanzar y lograr la paz deseada.

Vemos con dolor que la “vocación de libertad” se pierde en medio conflictos, violencia e intereses. Cada uno defiende lo que cree es suyo; pero son pocos, los que se mueven por el ideal de libertad que implica ver por el otro, trabajar por el hermano, dar la vida por conquistar los sueños de un país mejor.

Pudiéramos en esta noche preguntarnos: ¿Cuál es la verdadera libertad? El Papa Francisco nos responde que, “La verdadera libertad es dar espacio a Dios en la vida y seguirlo con alegría también en el sufrimiento”. Además, afirma: “El hombre libre no tiene miedo del tiempo, deja actuar a Dios, deja espacio para que Dios actúe en el tiempo”.

Desde esa libertad que no tiene miedo al tiempo y está llena de Dios, estamos llamados a construir la paz. “La paz, nos recordaba San Juan Pablo II, es fruto del amor: esa paz interior que el hombre cansado busca en la intimidad de su ser; esa paz que piden la humanidad, la familia humana, los pueblos, las naciones, los continentes…”

Proclamemos hoy una “paz, fruto del amor entre Dios y los hombres, y obra de la justicia…Esa paz es el bien mesiánico por excelencia; la primicia de la salvación y de la liberación definitiva que todos anhelamos” (San Juan Pablo II).

Como Iglesia siempre proclamamos una paz fundada en la dignidad del hombre y de sus derechos inalienables. Esta paz nos lleva a asumir un compromiso serio y decidido en la aplicación de la justicia social. “En efecto, la justicia y la paz no pueden disociarse: una paz que no tuviera en cuenta la justicia sería solo un sucedáneo”, afirmaba San Juan Pablo II.

Hoy debemos tener ese “coraje de libertad”. Me permito invitarlos a todos, en esta celebración Bicentenaria, a asumir el compromiso por la paz, la justicia, la verdad y la defensa de los derechos del hombre.

Hace doscientos años “ganamos la libertad”. Ese es el gran tesoro que hemos heredado. El Papa Francisco nos advierte que, la Libertad, “es un tesoro que solo se aprecia de verdad cuando se pierde. Para muchos de nosotros, acostumbrados a vivir en libertad, a menudo nos parece más un derecho adquirido que un don y una herencia que debemos custodiar”.

Custodiemos los frutos de esta Libertad. Por eso, custodiemos la IDENTIDAD y AUTONOMÍA, que hacen posible que el Estado Ecuatoriano se organice desde su propia cultura, idiosincrasia, costumbres y tradiciones, en todos los campos: sociales, políticos y económicos.

Custodiemos la LIBERTAD POLÍTICA indispensable para construirnos como una Nación que mira el futuro con esperanza.

Custodiemos la LIBERTAD ECONÓMICA y SOCIAL basadas en los principios éticos y morales que debemos vivir e inculcar.

Custodiemos los beneficios que la misma libertad conlleva, como la capacidad de pensar, de sentir, de soñar, de hacer y de construir por nosotros mismos.

Custodiemos el CIVISMO manifestado en el respeto por el bien común y la Constitución del Estado.

Custodiemos el reconocimiento y el respeto de la comunidad internacional hacia nuestro país por sus grandes aportes culturales y también por su rica biodiversidad.

Custodiemos el mutuo respeto y la colaboración entre la Iglesia y el Estado en campos concretos como la educación y la salud.

Asumamos todos, el compromiso de ser custodios de la libertad, y lo seremos, si todos, no unos, todos, asumimos esa tarea y esa misión, si todos subimos simbólicamente al Pichincha y desde ahí luchamos como una sociedad activa que busca vencer la indiferencia y grita LIBERTAD.

Que el Sagrado Corazón de Jesús y el Inmaculado Corazón de María, a los que está Consagrado nuestro País, sean custodios de nuestros compromisos. ASÍ SEA.