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Abrazados por el amor del Señor

HOMILÍA DEL TERCER DOMINGO DE CUARESMA

Por Mons. Alfredo José Espinoza Mateus, sdb

Quito, 12 de marzo de 2023

Ya estamos en el tercer domingo de este camino de Cuaresma. El tiempo va pasando rápido, y pudiéramos preguntarnos, ¿pasa la Cuaresma como algo más en nuestras vidas y es un tiempo para encontrarnos con el Dios del amor, el Dios que nos ayuda a vencer las tentaciones, el Hijo amado al que debemos escuchar?

El Evangelio de este domingo, nos presenta el encuentro de Jesús con una mujer samaritana. Jesús está en camino con sus discípulos y se detienen, cansados en su caminar, ante un pozo en Samaria.

La escena es cautivadora. Cansado del camino, Jesús se sienta junto al manantial de Jacob. Pronto llega una mujer a sacar agua, como iba todos los días. Ella pertenece a un pueblo semipagano, despreciado por los judíos. “Los samaritanos eran considerados herejes por los judíos y eran muy despreciados y tratados como ciudadanos de segunda clase… Una mujer viene a sacar agua y Él le pide: “Dame de beber”. De este modo, rompiendo toda barrera, comienza un diálogo en el que revela a aquella mujer el misterio del agua viva, esto es, del Espíritu Santo, don de Dios” (Francisco).

Imaginémonos la escena. Jesús, el pozo, el agua, la mujer y el pedido que le hace. Imaginémonos la sorpresa de la mujer. ¿Cómo se atreve a entrar en contacto con una samaritana? ¿Cómo se rebaja a hablar con una mujer desconocida? Las palabras de Jesús la sorprenderán todavía más: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, sin duda tú misma me pedirías a mí, y yo te daría agua viva”.

La sorpresa, el estupor de la mujer samaritana debería ser la misma sorpresa y el mismo estupor de nosotros hoy. Jesús también se dirige hoy a nosotros para pedirnos: “Dame lo que tienes. Abre tu corazón, dame lo que eres”. Estas fueron las reflexiones del P. José Tolentino de Mendoca en los Ejercicios Espirituales de Cuaresma para el Papa y la Curia Romana hace unos años.

Nosotros deberíamos vivir este estupor, deberíamos ser “aprendices del estupor” y deberíamos hacer un verdadero “elogio de la sed”, de esa sed que nos va a llevar a un encuentro pleno con el “agua viva” que es Jesús.

El pedido de Jesús debe provocar hoy en nosotros perplejidad y desconcierto porque somos nosotros los que hemos venido a beber al pozo y sabemos que la sed es fatiga y necesidad. Somos nosotros los que cada día vamos a ver esa agua que necesitamos para calmar la sed. ¿Vamos en verdad en búsqueda del agua? ¿Nos causa sorpresa ese encuentro con el Señor o ya estamos tan acostumbrados a nuestra vida que no tenemos sed de Dios?

Es Jesús, quien, cansado del viaje, está sentado cerca del pozo. Y, en el Evangelio, “aquellos que están sentados para pedir, son los mendigos. También Jesús mendiga, el suyo es un cuerpo que experimenta la fatiga de los días: extenuado por la atención amorosa por los otros. No es sólo el hombre a ser mendigo de Dios. También Dios es mendigo del hombre” (P. Tolentino).

Y aquí pudiéramos preguntarnos: ¿Somos mendigos de Dios? ¿Buscamos a Dios?

¿Lo hemos buscado en este tiempo de Cuaresma? Pero quizás, la pregunta más importante que podemos hacernos hoy es si hemos experimentado que Dios ha venido a buscarnos.

Sí hermanos, Jesús vino y viene a buscarnos. En lo más hondo de nuestra fragilidad, de nuestro pecado, de nuestras caídas, de nuestras miserias, debemos sentirnos comprendidos y buscados por la sed de Jesús. Que no es una sed de agua, es más grande. “Es la sed de alcanzar nuestras sedes, de entrar en contacto con nuestras heridas. Nos pregunta: “Dame de beber”. ¿Le daremos? ¿Nos daremos de beber los unos a los otros?” (P. Tolentino).

Una vez más debemos reconocer que es el Señor el que toma la iniciativa de venir a nuestro encuentro, de “primerearnos” como dice el Papa Francisco. Es el Señor el que sale a buscarnos, el que da el primer paso, el que busca calmar nuestra sed, el que nos acoge, el que se nos da como “agua viva”. No olvidemos nunca, más aún, en este tiempo de Cuaresma, tiempo de cambio y conversión, que por más grande que sea nuestro deseo, el deseo de Dios es aún mayor.

¿Qué causa en nosotros este deseo de Dios, este primer paso que da Dios? Volvamos la mirada a la samaritana. ¿Cómo reacciona ella? La mujer no se siente humillada cuando Jesús le dice la verdad sobre su vida. Esa verdad revelada por Jesús, no la paraliza, no hace que ella se vaya o se aleje. No, todo lo contrario, ella se siente visitada por la gracia, por el amor. Ella siente y experimenta el gran amor y la gran misericordia de Dios. Ella se siente liberada por la verdad del Señor.

¿Y nosotros qué sentimos? ¿Cómo reaccionamos ante el amor misericordioso del Señor? ¿Buscamos sinceramente al Señor en nuestras vidas? ¿Estamos sedientos de Dios? ¿Hemos descubierto el “agua viva”? Francisco nos dice: “Si nuestra búsqueda y nuestra sed encuentran en Cristo, la satisfacción plena, manifestaremos que la salvación no está en las “cosas” de este mundo, que al final llevan a la sequía, sino en Aquél que nos ha amado y nos ama siempre, Jesús nuestro Salvador, en el agua viva que Él nos ofrece”.

Hoy debes sentirte abrazados por el amor del Señor, por su amor misericordioso. Él sabe que nosotros, que tú, estamos y estás aquí, sí, estamos aquí con nuestra sed, cada uno tiene sed de Dios, desde su realidad, desde su pecado, desde su lejanía de Dios, desde ese sentirse sediento, cada uno debe descubrir esa “agua viva” que nos da el Señor. Salgamos a buscar el agua, pero no el agua pasajera, el agua que calma la sed un momento pero que luego volveremos a tener sed. Busquemos el agua viva: “…el que beba del agua que yo daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna”.

Bebamos de esa agua y salgamos, como salió la samaritana, a anunciar que hemos encontrado al Señor, que hemos experimentado con alegría el amor misericordioso de un Dios “mendigo de nuestro amor”, un Dios que ha salido a nuestro encuentro para amarnos y perdonarnos.

Que María, nuestra buena Madre, “nos ayude cada día a cultivar el deseo de Cristo, la fuente de agua viva, la única que puede saciar la sed de vida y de amor que llevamos en nuestros corazones” (Francisco). ASÍ SEA.