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AMAR Y SERVIR

HOMILÍA EN LA FIESTA DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

Quito, 13 de junio de 2021

Por Mons. Alfredo José Espinoza Mateus, sdb

Celebramos con mucha alegría esta Eucaristía, día en que conmemoramos la Consagración del Ecuador al Sagrado Corazón de Jesús.

La celebramos en este inicio de un camino de tres años que vamos a recorrer juntos. Camino que nos llevará a la gran conmemoración de los 150 años de Consagración de nuestro país al Corazón de Jesús y a la celebración del Congreso Eucarístico Internacional en el 2024.

Ponemos hoy a nuestro País, a sus Gobernantes, al pueblo fiel, a los enfermos que sufren los estragos de esta dura pandemia, en el Corazón misericordioso del Señor. Hoy, como hombres y mujeres de fe, oramos ante el Señor y ponemos a nuestra Patria nuevamente en el Corazón de Jesús.

El Papa Francisco en el Santuario del Quinche destacó que, “había algo distinto y yo también tuve la tentación, de preguntar ¿cuál es la receta de este pueblo? ¿Cuál es?”. “Le pregunté a Jesús varias veces en la oración qué tiene este pueblo de distinto. Esta mañana orando se me impuso aquella consagración al Sagrado Corazón. Pienso que se los debo decir, como un mensaje de Jesús”. Y lo dijo con claridad: “Toda su riqueza espiritual, de piedad, de profundidad, vienen de haber tenido la valentía, porque fueron momentos muy difíciles, la valentía de consagrar la Nación al Corazón de Cristo, ese Corazón Divino y humano que nos quiere tanto y yo lo noto un poco con eso: divino y humano”.

Una Consagración que se hace una sola vez, NO SE RECONSAGRA, decir esto es no saber lo que se está diciendo.

Me surge una pregunta espontánea: ¿Nos hace distintos? ¿Distintos en qué? Y sigo preguntándome: ¿A qué nos compromete hoy esta consagración? ¿Es una consagración de pasado o es una consagración de hoy, para este tiempo que vivimos, para la realidad de este Ecuador?

Nos debemos consagrar hoy a AMAR Y SERVIR. Ahí está la consagración que el Señor quiere para nosotros hoy. No podemos ver una consagración como historia, dada en una realidad histórica muy distinta a nuestra historia de hoy. Debemos partir desde la dura realidad de dolor, de muerte, de pobreza, de crisis que vivimos, para renovar hoy esta consagración.

Consagrarnos hoy a amar y servir en esta crisis causada por la pandemia. Hoy muchos sufren, muchos lloran, muchos están desesperados, muchos ven sin esperanza el futuro. Hoy falta el pan en las mesas de muchos porque son miles los que han perdido sus empleos. Y aquí estamos llamados a consagrarnos. Consagrarnos a servir al hermano más necesitado, a ser portadores de esperanza, a vivir una fe activa, comprometida, que nos lleva a salir de nosotros mismos, de nuestras comodidades para llegar y tocar la realidad dura de hoy.

Consagrarnos a amar y servir en medio de tantas injusticias. Esta consagración nos lleva a actuar, a levantar nuestras voces, a anunciar a un Dios comprometido con su pueblo y denunciar todo lo que se opone al amor. Seamos cristianos consagrados en bien de los demás, comprometidos con la vida, defensores de la vida desde su concepción hasta su muerte natural. Sí, queridos hermanos, comprometidos con el hermano y con el País, consagrados al encuentro con el otro, siempre en camino a encontrarnos, a construir puentes y derribar muros.

Consagrados a amar y a servir, y hoy, consagrados a orar por nuestra Patria. Una patria gravemente herida de corrupción, y la lucha contra esta plaga debe ser tuya y mía; una Patria herida de pobreza, desempleo, crisis.

Oramos como Iglesia, porque somos Iglesia que camina, porque creemos en ella como sacramento universal de salvación, porque la Iglesia acompaña en este dolor y en esta crisis y porque a través de ella nos llega la Gracia que será nuestra fortaleza para salir adelante.

Consagrados a amar y servir, sabiendo que debemos volver nuestra mirada al Señor, porque en su Corazón, está nuestra fuerza para luchar y para esforzarnos por encontrarnos y superar todas las barreras que nos impiden caminar hacia adelante.

Consagrados a amar y servir, sabiendo compartir entre todos lo mucho o poco que tenemos, sí, compartir a través de nuestra acción solidaria. Es una consagración que no se queda mirando el Corazón de Jesús, sino que mira las llagas del Cristo sufriente presentes en los hermanos más pobres.

Consagrados a amar y servir reconociendo que muchas veces nos hemos alejado del Corazón de Jesús y que hemos emprendido “nuestros caminos”. Hoy le decimos al Señor que queremos volver a Él, hoy le pedimos que nos ayude a descubrir el camino, su camino de amor.

Consagrados a amar y servir, sabiendo que, a través de nuestro estudio, trabajo y esfuerzo, vamos construyendo y edificando una patria mejor, una verdadera familia humana, esta familia ecuatoriana, contribuyendo así a los designios del Señor sobre esta patria consagrada a su Corazón.

Francisco nos dice, al celebrar al Corazón de Jesús, que pudiéramos decir que, “hoy es la fiesta del amor de Dios”. ¿Sentimos así? ¿Experimentamos en nuestras vidas el amor de Dios?

Tengamos claro que “no somos nosotros los que hemos amado a Dios, sino que es él quien nos amó primero, Él es el primero en amar… Dios es así: siempre primero. Nos espera primero, nos ama primero, nos ayuda primero” (Francisco).

Y es en este amor inmenso de Dios en el que debemos consagrarnos y consagrar. Es en este amor de Dios en el que debemos hoy renovar nuestro sí como país, como autoridades, como pueblo fiel. Renovar que queremos amar a los demás, renovar que queremos comprometernos por los demás, renovar que queremos servir a los demás.

Y cómo haremos llegar nuestro amor a todos, como lo hace Dios, en lo pequeño. “Dios se empequeñece, con estos gestos de ternura, de bondad. Se hace pequeño. Se acerca. Y con esta cercanía, con este empequeñecimiento, Él nos hace entender la grandeza del amor. Lo grande se entiende a través de lo pequeño” (Francisco).

Todos ustedes, autoridades de este país, recuerden esta pedagogía de Dios. Háganse pequeños, sean cercarnos, sirvan siempre y tengan su corazón abierto a todos, de manera especial a los más pobres. “Miremos con confianza al Sagrado Corazón de Jesús y pidámosle: Jesús manso y humilde de corazón, transforma nuestro corazón y enséñanos a amar a Dios y al prójimo con generosidad” (Francisco).

María, esclava y sierva, modelo de amor, a quien también el País está consagrado, nos señale el camino, para salir de prisa a servir a todos. ASÍ SEA.