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“Atráenos Virgen María, caminaremos en pos de ti”.

Homilía en la Fiesta de la Virgen del Carmen

Quito, 16 de julio de 2020

Hoy es un día de Fiesta, Fiesta grande. Celebramos con alegría la Fiesta de la Virgen de Nuestra Señora del Monte Carmelo.

Es una Fiesta que nos llena de alegría porque la advocación de la Santísima Virgen del Carmen es muy querida por todo el pueblo de Dios, pudiéramos decir que está “metida” en el corazón de los fieles.

Por eso, las palabras que hemos repetido en el salmo son una realidad de vida. Hemos dicho: “Atráenos Virgen María, caminaremos en pos de ti”.

Y nuestra vida cristiana es un camino, caminamos hacia el encuentro de los demás y caminamos hacia el encuentro con Dios. Y en ese camino está María, y lo ha estado más en todo este tiempo de pandemia.

Caminamos con temor, con lágrimas, a veces con desesperanza, pero hoy volvamos nuestra mirada a Nuestra Madre, mirémosla con ojos de amor, con ojos de hijos y volvamos a decir: “Atráenos Virgen María”… no podemos caminar sin ti, si nos tomas de la mano y nos ayudas a caminar este camino de pandemia, lo haremos con esperanza, con alegría y con fortaleza.

En los fieles hay un gran y singular apego a la protección de la Virgen mediante la imposición, desde el siglo XVI, del santo escapulario. El pueblo cristiano ha encontrado siempre en la Virgen María aquel amparo que nos remite a las entrañas maternales de Dios.

Y lo experimenta más hoy, lo experimentan ustedes, con el escapulario sienten esa cercanía de María, esa protección de la Buena Madre, porque eso es María, es nuestra Madre, como nos dice el Papa Francisco: “Un cristiano sin la Virgen está huérfano”.

Y nosotros no estamos huérfanos, no nos sentimos huérfanos, sabemos y creemos firmemente que María es nuestra Madre, una Madre que nos cuida, una Madre que nos protege, una Madre que vela por nosotros, una Madre presente en las alegrías y en los sufrimientos, una Madre que vela nuestro sueño, una Madre que nos toma de la mano y que nos hace caminar por caminos seguros, pero también por caminos difíciles.

Sí, queridos hermanos, como nos dice el Papa, “La Virgen María educa a sus hijos en el realismo y en la fortaleza ante los obstáculos, que son inherentes a la vida misma y que ella misma padeció al participar de los sufrimientos de su Hijo”.

Y el Evangelio hoy nos presenta a María al pie de la cruz de su Hijo. Debemos “contemplar a la Madre de Jesús y observar su actitud al ver a Jesús en la cruz” (Francisco).

Contemplemos “… este signo de contradicción, porque Jesús es el vencedor, pero en la cruz, sobre la cruz. Es una contradicción, no se entiende. Se necesita tener fe para entender, al menos para acercarse a este misterio” (Francisco).

Y María está allí, contemplando a su Hijo en la Cruz y recordando las palabras de que “una espada” atravesaría su corazón. Está allí, no salió corriendo, está allí, la mujer fuerte, que abraza la Cruz y abraza el dolor y el sufrimiento.

María, ante la Cruz, permanece en silencio, observando a su Hijo. “Quizás escuchó comentarios del tipo de: “Mira, esa es la Madre de uno de los tres delincuentes”. Pero Ella dio la cara por su Hijo” (Francisco).

Contemplemos a María en su silencio, fruto de un profundo amor por su Hijo y por Dios. Se jugó la vida con ese “sí” dado a Dios, un sí que le cambió la vida, un sí que la comprometió totalmente, un sí que la hizo salir de prisa a servir a su prima Isabel, un sí que la llevo a actuar en las Bodas de Caná, un sí que la convirtió en la primera discípula. Y ahora, un sí de dolor, de muerte, de sufrimiento, de Cruz; pero, al mismo tiempo, un sí de gran maternidad, porque es allí, al pie de la Cruz donde Ella da “a luz a todos nosotros: dio a luz a la Iglesia. “Mujer”, le dice el Hijo, “he aquí a tu hijo”. No dice “Madre”, dice “mujer”. Mujer fuerte, valiente; mujer que estaba allí para decir: “Este es mi Hijo, no reniego de Él”…” (Francisco):

María, como nos dice Francisco, “vivió toda la vida con el alma traspasada”, pero en ese momento nos acoge a todos como a hijos, nos acepta como hijos y nos lleva en su corazón de Madre.  Y hoy es una Madre que sufre, que tiene su alma traspasada al vernos sufrir a nosotros sus hijos ante esta crisis que ha causado tantas lágrimas, incertidumbres y muerte.

Y a esta consideración de María como Madre, una Madre llena de amor que lleva y acompaña a los fieles a la salvación, podemos añadir la poderosa simbología que la Virgen del Carmen evoca.

María es la estrella que ilumina el rumbo de los marineros en los mares y los conduce a puerto seguro donde el amarre del muelle y la protección de los diques de contención del puerto, frenan la bravura de la tempestad y la embestida del oleaje.

Y en esta simbología de la Virgen del Carmen como “Estrella del mar”, viene a mi mente la Plaza de San Pedro en ese viernes 27 de marzo. Una Plaza vacía, pero al mismo tiempo nunca tan llena. Un Papa que nos demostró fortaleza y nos dio esperanza a todos.

Recuerdo sus palabras cuando afirmó que a todos nos sorprendió esta tempestad inesperada, que temíamos que la barca naufragara, pero no, no podía naufragar porque allí estaba el Señor y Él es nuestra esperanza.

El Señor estaba en la barca, pero María ilumina el rumbo de la barca en medio de esta gran tempestad que vivimos, porque no hablo en pasado, que seguimos viviendo hoy y en Quito de forma particular. Y el gesto de Francisco de orar ante la Virgen confirma que Ella ilumina, protege, guía y es la luz de todos en este momento de la historia y ha sido siempre la luz de la Evangelización.

Ella, la Virgen, acompaña a todo cristiano en su vida diaria, acompaña a todos los que anuncian el Evangelio, acompaña a cuantos dan testimonio con sus vidas de una vida cristiana auténtica basada en los valores evangélicos.

Por eso, celebramos esta Fiesta, porque no estamos solos, porque la Virgen nos acompaña, porque María ilumina nuestros pasos cada momento, porque Ella nos acoge en su corazón de Madre, porque Ella nos lleva a puerto seguro y porque es nuestra fortaleza para seguir adelante.

“María es la Madre que con paciencia y ternura nos lleva a Dios”. Sintámosla así, como esa buena Madre y recorramos los caminos que nos acercan a Dios y a los hermanos.

Feliz Fiesta a todos, de manera especial a todos los hermanos Carmelitas. Me uno desde aquí a Mons. Aníbal Nieto y a todos los Carmelitas que llevan el Evangelio en nuestro país y a los de Quito de manera particular. ASÍ SEA.