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"Buscar siempre la unidad”

Quito, 26 de septiembre de 2021

Por Mons. Alfredo José Espinoza Mateus, sdb

Después de haber vivido una fuerte y profunda experiencia de Iglesia, nuevamente estoy con ustedes queridos hermanos, compartiendo el camino de la fe y animando a toda la comunidad de esta Iglesia que peregrina en Quito.

El Evangelio nos presenta un relato sorprendente y al mismo tiempo que nos ayuda a entender el verdadero sentido de la Iglesia, de los discípulos y yo diría, de quiénes somos llamados a la misión.

Los discípulos se acercan a Jesús y le plantean un problema, el mismo que los está molestando mucho. Esta vez, el portavoz del grupo no es Pedro, sino Juan, uno de los hermanos que andan buscando los primeros puestos.

¿Qué les preocupa? ¿Qué le plantean a Jesús? Juan le dice que una persona desconocida, que no forma parte del grupo, está expulsando demonio en nombre de Jesús. Se dedica a dignificar y liberar a las personas del mal para que vivan en paz y dignamente.

En pocas palabras, él y los otros, pretenden que el grupo de discípulos tengan la exclusiva de Jesús y el monopolio de su acción liberadora. Es decir, no puede haber otros que actúen, anuncien o prediquen en nombre del Señor. No se alegran de que la gente quede curada y pueda iniciar una vida más humana. Solamente están pensando en el prestigio de su propio grupo, por eso, han tratado de cortar de raíz su actuación. Esta es su única razón: “No es de los nuestros”.

Los discípulos dan por supuesto que, para actuar en nombre de Jesús y con su fuerza curadora, es necesario ser miembro de su grupo. Nadie puede apelar a Jesús y trabajar por un mundo más humano, sin formar parte de la Iglesia. ¿Es realmente así? ¿Qué piensa Jesús?

Pero, queridos hermanos, antes de responder a estas preguntas, creo que debemos preguntarnos si tenemos ese mismo criterio, “tal o cual, ¿Forman parte de nuestro o grupo o no forman?”. Hoy, en este tiempo, hay grupos que son cerrados, que creen tener “la exclusiva” de la salvación, son la única vía, el único camino por el que los hombres se pueden salvar. Es necesario que la gente pertenezca a “su grupo” y a veces quieren que una parroquia sea exclusiva de tal o cual grupo, cuando la parroquia debe ser una “comunidad de comunidades” y no puede cerrar la puerta a nadie, aunque no sea cristiano.

Jesús responde en forma rotunda: “No se lo impidáis”. Y aquí está la lógica de Jesús, no se puede monopolizar no solo su enseñanza sino sobre todo su acción salvífica.

Es claro el rechazo radical de Jesús a este “cerrar” la acción salvadora. Lo importante no es el prestigio del grupo, sino que la salvación de Dios llegue a todas las personas, incluso por medio de aquellas que no pertenecen al grupo de los doce: “el que no está contra nosotros, está con nosotros”.

Debemos abrir las puertas, debemos saber acoger a todos, debemos saber escuchar al que piensa diferente, debemos saber acercarnos. Es más fácil levantar muros, cerrarnos como una fortaleza e impedir que otro actúe o que pueda hacer el bien.

No debemos creernos los únicos, hay otros, aún aquellos que, a pesar de no creer, hacen el bien, trabajan por los demás, sirven a los demás y luchan en favor de la vida de la persona. “No son de los nuestros”, pero hacen el bien, sirven al hermano.

Todos, creyentes o no, debemos aportar lo mejor de uno para construir una mejor sociedad donde reine verdaderamente Dios, donde reine la vida, donde reina la justicia, el amor, la fraternidad… En esto consiste el proyecto y el sueño de Jesús.

Para vivir el sueño de Jesús debemos extender la salvación de Él más allá de la Iglesia establecida y ayudar a que el hermano viva de manera más humana. No debemos ver estas acciones como una competencia desleal. Hay que romper, como

Jesús lo hace, toda tentación sectaria. Hagamos el bien, todos estamos llamados a hacer el bien, nosotros desde nuestra fe, desde nuestra realidad cristiana, otros, no creyentes, pueden hacer el bien, desde una visión más humana, pero no debemos impedirlo, lo importante es hacer el bien. No podemos impedir que trabajen por un mundo más justo y humano por el hecho de que no pertenecen a la Iglesia.

¿Qué es lo primero? ¿Qué debe ser lo primero para ti y para mí? Lo primero debe ser el liberar a las personas de todo aquello que la arruina, la destruye, la denigra. Y esta misión es inmensa y requiere las manos de todos, no cerremos las puertas, no veamos enemigos a los que no creen, seamos constructores de puentes y de cercanía y juntos trabajemos por la vida del más pobre y necesitado.

Francisco nos recuerda que, “el espíritu del mundo es un espíritu de división, de guerra, de envidias y de celos, también en las familias religiosas, también en las diócesis, y también en toda la Iglesia: es la gran tentación”

El gran desafío entre nosotros los cristianos, nos dice Francisco, es no dejar lugar a la división entre nosotros, no dejar que el espíritu de la división, el padre de la mentira entre en nosotros. Buscar siempre la unidad”.

Esta unidad, recordemos, “es una gracia de Dios”. Busquemos la unidad en la Iglesia y en el mundo. ¿Buscas tú la unidad? ¿Dónde debes comenzar a buscar y construir la unidad? ¿Es fácil ser artesano de la unidad?

Cambiemos nuestra manera de mirar a la Iglesia y de mirarnos como Iglesia. Miremos al mundo, miremos a todos, abramos nuestra mente y nuestro corazón para unir manos y construir de verdad el Reino de Dios. ASÍ SEA.