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“Celebrar la Ascensión es celebrar que nuestra meta es el cielo”

HOMILÍA EN LA FIESTA DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

La Primavera, 29 de mayo de 2022

Por Mons. Alfredo José Espinoza Mateus, sdb

Hemos ido recorriendo pascual anunciando la alegría de Cristo Resucitado y la esperanza en medio de tantas desesperanzas, desilusiones, inseguridades y crisis económica y también moral.

Hoy celebramos la Solemnidad de la Ascensión del Señor a los cielos. Con mucha alegría vuelvo a celebrarla en medio de ustedes a los tres años, pues los dos años anteriores la pandemia me lo impidió.

Esta fiesta nos eleva a mirar al cielo sin descuidar la tierra, además, debe mover nuestra vida de cristianos para salir al encuentro de los demás y ser testigos de Cristo Resucitado, Señor de la Vida. Como nos dice Francisco. “Celebrar la Ascensión es celebrar que nuestra meta es el cielo”.

 

¿Estamos convencidos todos nosotros de que nuestra meta es el cielo? ¿Qué hacemos para alcanzar esa meta? ¿Nos quedamos solamente en los asuntos de la tierra o miramos más allá?

Siempre me ha llamado la atención la Palabra de Dios que se proclama hoy: “Y una nube lo ocultó de su vista, ellos quedaron mirando fijamente al cielo, y dos hombres vestidos de blanco se les presentaron y les preguntaron: “¿Qué hacen ahí plantados mirando al cielo?”

 

Estoy convencido de que si bien, nuestra meta es el cielo, no estamos llamados para quedarnos mirando al cielo. El cristiano, tú, yo, todos, estamos llamados a mirar al cielo, pero también, debemos tener puesta nuestra mirada en la tierra. Somos llamados a mirar al cielo y poder ver al mismo tiempo al hermano que sufre, que llora, que está hambriento, desnudo, necesitado de tantas cosas.

Claro que debemos dirigir nuestra mirada al cielo, no estoy diciendo que no. Esta Fiesta orienta nuestra mirada al cielo pues Jesús Resucitado ascendió al cielo y da el mandato de ser sus testigos “…en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo”.

Francisco afirma con claridad: “La Ascensión nos exhorta a levantar la mirada al cielo, para dirigirla rápidamente a la tierra, llevando adelante las tareas que el Señor Resucitado nos confía”.

Me gusta la palabra “rápidamente”, no podemos perder tiempo en mirar a la tierra. Es que hoy es más urgente que nunca mirar al hermano. En este tiempo de post pandemia, cuando la pobreza ha crecido, cuando existe una realidad social tan dramática, hay que mirar a la tierra, tenemos la obligación moral de mirar a la tierra, ver al hermano.

No dudo de que aspiramos a algo más. Todos aspiramos a un amor sin egoísmos, aspiramos a una vida plena, aspiramos al cielo, pero, y, el pero es importante, sin olvidarnos que el único camino que tenemos para ir al cielo es la tierra. Por eso, ese cielo al que estamos llamados se lo gana mirando a la tierra, sirviendo al hermano concreto, con rostro concreto. Al hermano que necesita una mano que lo levante, un consejo que lo consuele, un corazón misericordioso que acuda a él.

Y este es el desafío de la Iglesia. Un desafío de ayer, un desafío de hoy y de siempre. El Evangelista nos recuerda que Jesús quiere dejar en la tierra “testigos”. Esto es lo primero, “Ustedes son testigos de estas cosas”. Serán los testigos de Jesús los que comunicarán su experiencia de un Dios bueno y contagiarán su estilo de vida trabajando por un mundo más humano.

Y los discípulos no se quedaron mirando al cielo, salieron a anunciar el Evangelio, salieron a ser testigos. Pero hoy, no faltan quienes están encerrados, quienes quieren vivir su fe de cristianos en una burbuja, cristianos cómodos, instalados, desencarnados de la realidad, cristianos sin mirada a la tierra, sin mirada al hermano.

 

Hay movimientos eclesiales, no uno, varios lamentablemente, que viven en un espiritualismo alienante. Sólo miran al cielo, no miran al hermano. Se contentan con lo que sienten en su corazón y se olvidan de mirar, de abrir sus brazos, de agacharse para atender al necesitado.

Mucho cuidado con ese estilo de ser cristianos, no es así nuestra fe, no puede ser así. La fe no nos aleja de la realidad concreta, nos mete en ella, nos compromete a ser testigos del Señor en medio de ella. Francisco nos dice con claridad: “La iglesia es en salida o no es iglesia”. ¿Somos esa Iglesia? Deberíamos ser, lo pide el Papa con insistencia: “Una Iglesia que se mueve, que hace opción por los últimos, que va a la periferia, que sale de sí mismo, que anda por la calle”.

 

No se nos puede olvidar a nosotros que somos portadores de la bendición de Jesús. Estamos llamados a buscar el bien, hacer el bien, difundir el bien. Es posible trabajar por un mundo más humano, un mundo más justo. Podemos ser más solidarios y menos egoístas. Más austeros y menos esclavos del dinero. Más sincero y menos llevado por apariencias. Más honestos y nunca dejarnos llevar por la corrupción.

Asumamos el desafío de salir a ser testigos. Salir y anunciar, el desafío de ir y evangelizar. Debemos ir y anunciar la Buena Nueva de la Salvación a todos. Francisco nos ha hablado de este desafío desde el primer momento. Nos ha pedido ser una “Iglesia en salida”, nos ha dicho claramente que prefiere una Iglesia herida, accidentada, pero en salida. No podemos ser Iglesia de puertas cerradas, con un corazón alejado de la realidad y de la angustia del mundo, una Iglesia que no contempla el mundo y al hombre.

¿Y nosotros hoy? ¿Somos cristianos que nos “quedamos mirando al cielo”? ¿Qué cielo miramos? ¿Qué aleja nuestra mirada del hermano? Preguntémonos también si somos testigos de Jesús.

Y una última pregunta que quiero hacerles: ¿Salimos a curar las heridas de este mundo? Y se las hago tomando en cuenta el tema aprobado por el Papa Francisco para el Congreso Eucarístico Internacional del 2024: “Fraternidad para sanar el mundo”. Es que la Eucaristía nos lleva a ser hermanos y nos lleva a comprometernos por sanar las heridas de este mundo, las heridas del hermano. Es un desafío, no lo niego. Es más fácil ser una Iglesia que se queda solamente en devociones que una Iglesia profética, comprometida con la justicia social y con la liberación de los oprimidos. Mucho camino nos toca recorrer. Pidamos al Señor el llenarnos de ese espíritu de salida de los apóstoles. Pidamos ser como María, que “salió de prisa” a atender a su prima Isabel.

Sí, salgamos con la fuerza del Resucitado en el corazón y llevemos el Evangelio a todos para que se haga vida y sea camino de esperanza. ASÍ SEA.