¿Cómo comprenden hoy su sacerdocio futuro?
Betania, 09 de junio de 2022
¡Cómo quisiera reparar todo este tiempo en que no he podido acercarme al Seminario! ¡Cómo me hubiera gustado estar más cercano a ustedes, a todos ustedes!
Si bien no he podido venir, mil cosas en la Arquidiócesis y sumado todo lo del Congreso Eucarístico, que recién comienza, me ha alejado físicamente de esta casa que es mía, pero recalco que es una lejanía física, no una lejanía del corazón pues mi corazón está aquí, no entre las paredes, corredores o jardines, no, mi corazón está aquí en el corazón de ustedes, en la vida de ustedes y mi pensamiento se dirige siempre hacia ustedes.
Hoy celebramos la Fiesta de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, y la celebro con ustedes. Permítanme volver al ayer, hace un año, cuando en un día como hoy un sacerdote, debido a una situación muy delicada, me presentaba la petición escrita al Santo Padre pidiendo su dimisión del estado sacerdotal y la dispensa de su celibato.
Me acuerdo que luego, en oración, miré el Sagrario y le dije al Señor: “¡Mira cómo celebro este día, mira lo que me pides y pones hoy en mis manos!”. Pero eso es pasado, queridos seminaristas, eso es el ayer, siempre miro al futuro, siempre tengo esa mirada de futuro que creo debemos tener todos nosotros.
Y con esta “mirada de futuro”, les puedo decir que el sacerdocio de Cristo no puede ser comprendido como una dignidad, como una promoción o como un puesto de poder. No debe ser en ningún momento un “ámbito para estar por encima de los demás”, todo lo contrario, es un ámbito, creo yo, para agacharse, para bajarse de uno mismo, para inclinarse a servir a los demás y a dar la vida en este servicio.
Me queda en mi corazón de padre una inquietud y se las comparto hoy, es una inquietud permanente. Les hago una pregunta: ¿Cómo comprenden hoy su sacerdocio futuro? ¿Cómo comprenden su vida sacerdotal de mañana? ¿Qué sacerdote quieren ser ustedes? ¿Qué buscan de verdad?
En la medida en que respondan a estas preguntas, en esa medida cobra sentido lo que viven hoy, lo que hacen hoy, lo que construyen hoy. Les digo una cosa, no me engaño, aunque nunca pierdo la ilusión. Más de una vez les he dicho que aquí está la semilla que voy sembrando en esta Arquidiócesis, aquí el futuro, pero, ¿realmente son ustedes esa semilla?
¿Realmente buscan ser esos sacerdotes misericordiosos? ¿Realmente dejan atrás un camino de ambición, de soberbia y de poder? ¿Realmente asumen el camino de Cristo que es un camino de humillación, sufrimiento y muerte? ¿Realmente hacen vida ese camino frágil, débil, de carne y de sangre, que asumió Cristo, un camino de dar la vida para la salvación de todos?
¿Realmente van creciendo en fraternidad, en unidad, en un abrirse a los demás para servir? ¿Realmente han vencido el chisme, la crítica o la murmuración? ¿Realmente saben vencer todo aquello que los separa y buscan construir puentes entre ustedes?
Me gustó mucho un comentario que leí sobre esta Fiesta, dice así: “Este es un sacerdocio nuevo: comprender a los débiles, ayudarlos, descender a la fosa de los afligidos para rescatarlos, acercarse a los que carecen de esperanza para levantarlos, revelar el nombre y la gracia de Dios a cuantos andan en las tinieblas del mundo”.
Y es el sacerdocio nuevo que quiero sembrar en el corazón de ustedes, queridos seminaristas, y que quiero rebrote en el corazón de muchos sacerdotes que han perdido su ilusión y su alegría sacerdotal y se han dejado encadenar por la rutina, el cansancio o han desviado sus caminos.
El Papa Emérito Benedicto XVI, decía a los seminaristas, en relación a esta Fiesta: “Mediten bien este misterio de la Iglesia, viviendo los años de su formación con profunda alegría, en actitud de docilidad, de lucidez y de radical fidelidad evangélica, así como en amorosa relación con el tiempo y las personas en medio de las que viven. Nadie elige el contexto ni a los destinatarios de su misión. Cada época tiene sus problemas, pero Dios da en cada tiempo la gracia oportuna para asumirlos y superarlos como amor y realismo. Por eso, en cualquier circunstancia en la que se halle, y por dura que esta sea, el sacerdote ha de fructificar en toda clase de obras buenas, guardando para ello siempre vivas en su interior las palabras del día de su Ordenación, aquellas con las que se le exhortaba a configurar su vida con el misterio de la cruz del Señor”.
No ha llegado todavía el día de la Ordenación Sacerdotal de ustedes. Hoy les digo que “sueñen con ese día”, y como dice Francisco a los jóvenes, “Sueñen en grande, no en pequeño”. Pero ese sueño, deben comenzar a hacerlo realidad aquí y ahora. Configuren su vida con Cristo, miren la figura de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote y vayan tallando sus vidas a imagen de Él.
“Configurarse con Cristo comporta, queridos seminaristas, identificarse cada vez más con Aquel que se ha hecho por nosotros siervo, sacerdote y víctima. Configurarse con Él es, en realidad, la tarea en la que el sacerdote ha de gastar toda su vida” (Benedicto XVI). Toda la vida, corremos hacia la meta esperando alcanzarla, pero debemos correr, no quedarnos parado nunca.
Vean a Cristo, Sumo Sacerdote y vean siempre al Buen Pastor, que cuida de sus ovejas hasta dar la vida por ellas. “Para imitar también en esto al Señor, el corazón de ustedes, ha de ir madurando en el Seminario, estando totalmente a disposición del Maestro. Esta disponibilidad, que es don del Espíritu Santo, es la que inspira la decisión de vivir el celibato por el Reino de los cielos, el desprendimiento de los bienes de la tierra, la austeridad de vida y la obediencia sincera y sin disimulo” (Benedicto XVI).
Abran sus almas, sus corazones a la luz del Señor. Vean si este camino, que es para valientes y auténticos, es el camino de ustedes. Avancen al sacerdocio solamente si están firmemente persuadidos de que Dios los llama a ser sus ministros y plenamente decididos a vivir su sacerdocio mañana como un don para los demás, no como una búsqueda de sí mismos.
Termino con una frase de Francisco que pido la mediten en sus corazones: “Busquen el consuelo en Jesús, en la Virgen, no olviden a la Madre. Sean consolados allí y lleven las cruces, de la mano de Jesús y de la Virgen. No tengan miedo. Si ustedes están cerca del Señor, de los obispos, cerca entre ustedes y cerca del pueblo, no tienen que tener miedo porque todo irá bien”. Así quiero vivir este día con ustedes, mis queridos hermanos, y créanme que, en eso de llevar las cruces, de la mano de Jesús y de María, les hablo con experiencia de vida. ASÍ SEA.