“Como el Padre me ha amado, así los he amado yo”
Conocoto, 09 de mayo de 2021
Por Mons. Alfredo José Espinoza Mateus, sdb
Celebramos con alegría esta Eucaristía, en este sexto domingo de Pascua, en el que ponemos de manera especial como intención, en el corazón de Dios, a nuestras madres, vivas o difuntas.
Jesús se está despidiendo de sus discípulos. Los ha querido apasionadamente. Los ha amado con el mismo amor con que lo ha amado el Padre: “Como el Padre me ha amado, así los he amado yo”.
Tiene que dejarlos, pero les da un consejo y al mismo tiempo una tarea: “Permaneced en mi amor”. ¿Cómo permanecerán ellos y permaneceremos nosotros en el amor del Señor?, el mismo Jesús nos los dice: “Si guardan mis mandamientos, permanecerán en mi amor”.
Hay un solo mandato: amarnos unos a otros como Él nos ha amado. Jesús no quiere que su estilo de amar se pierda entre los suyos. Si un día se olvida ese “estilo” de amar, nadie podrá reconocerlos como discípulos suyos.
Y aquí viene una pregunta fundamental: ¿Nos reconocen a nosotros como discípulos de Jesús? Si la respuesta es afirmativa quiere decir que amamos como Jesús amó, que nos amamos unos a otros como Él nos ha amado y que guardamos sus mandamientos.
Nos cuesta, es verdad, nadie lo puede negar, nos cuesta amar como amó Jesús. Es una tarea permanente, es un desafío de cada día. Vivir el amor como amó Jesús, que da la vida, que entrega su vida por aquellos que ama.
San Agustín decía: “Todo hombre ama; nadie hay que no ame, pero hay que preguntar qué es lo que ama. No se nos invita a no amar, sino a que elijamos lo que hemos de amar”
Y, ¿qué es lo que elegimos amar nosotros? El domingo anterior nos ofrecía la bella alegoría de la Vid y los sarmientos. Hoy se nos presenta la aplicación concreta de ese discurso de Jesús: ¿Cómo podemos vivir unidos a Cristo para ser buenos sarmientos y buenos amigos suyos?
La única manera es vivir, permanecer en el amor del Señor. Es lo que debemos elegir, frente a “tantos amores” que el mundo nos presenta, frente a las ofertas de aparente felicidad y de supuesto amor del mundo, nosotros debemos elegir el permanecer unidos al Señor para tener vida y para llevar frutos de eternidad.
Y el camino para este permanecer es el guardar los mandamientos. Hay que hacer vida esos mandamientos. No es un “guardar” para encerrar bajo llave los mandamientos. Es un guardar para dar, para ir al encuentro del hermano concreto, para acercarnos en amor y con amor para hacer el bien.
Vivimos unidos al Señor por medio del amor, pero, como nos dice Francisco, “es un amor hecho obras, real y operante. Un amor de puras palabras o discursos es un amor platónico y vacío por dentro. Un amor de puros sentimientos, propósitos y buenas intenciones es falso, engañoso y estéril. No es real. Es una farsa y una pantomima. Ya lo decían nuestros abuelos con una expresión muy plástica: “El camino del infierno está empedrado de buenas intenciones”. No bastan los “quisieras” para ser buenos cristianos y verdaderos discípulos del Señor. Se necesita un “quiero” rotundo, operante y con todas sus consecuencias”.
Y Jesús hoy también nos dice con claridad de que no somos nosotros los que lo hemos elegido a Él, sino que es Él el que nos ha elegido a nosotros. Somos elegidos por el Señor. ¿Elegidos para qué?
Yo diría que elegidos para amar, amar como amó Jesús. El estilo de amar de Jesús es inconfundible. Él es muy sensible al sufrimiento de la gente. Es un amor lleno de misericordia. No puede pasar de largo ante quien está sufriendo. Quien ama como Jesús, vive aliviando el sufrimiento y secando lágrimas, vive tocando la carne herida de Jesús, vive atento al dolor y a las necesidades de los demás. Así es el amor de Jesús y para vivir ese amor estamos llamados nosotros.
El Papa Francisco nos señala dos criterios para ayudarnos a distinguir el amor verdadero del no verdadero. “El primer criterio es que el amor está “más en los hechos que en las palabras”. No es “un amor de telenovela”, “una fantasía”, historias que hacen que el corazón palpite un poco, pero nada más. Está en los hechos concretos. El verdadero amor es concreto, está en las obras, es un amor constante. No es un simple entusiasmo. Incluso, muchas veces es un amor doloroso, pensemos en el amor de Jesús llevando la cruz”
Y nos invita a recordar que es un amor hecho misericordia: “Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber…”
Y el segundo criterio del amor, “es que se comunica, no permanece aislado. El amor da de sí mismo y recibe, se hace esa comunicación que existe entre el Padre y el Hijo. Comunicación que es obra del Espíritu Santo”
Es que no existe el amor sin comunicarse, no existe el amor aislado. “El verdadero amor no puede aislarse. Si está aislado, no es amor. Es una forma espiritualista de egoísmo, de permanecer encerrado en sí mismo, buscando el propio beneficio… Es egoísmo, no es amor” (Francisco).
“Permanecer en el amor de Jesús significa hacer y capacidad de comunicarse, de diálogo, tanto con el Señor como con nuestros hermanos” (Francisco).
Y en estos dos criterios que nos señala Francisco, se ve reflejado claramente el amor de cada madre, de nuestras madres. El amor materno es un amor de hechos, no de palabras. Es un amor de obras, es un amor constante. Una madre ama en las pequeñas y en las grandes cosas, nos ama cada día. Recordemos cuántos detalles de amor de nuestras madres hacia nosotros.
El amor de nuestras madres es un amor que se comunica. Ellas saben comunicar su amor hacia sus hijos a través de una caricia, de una palabra, de un gesto, de un consejo, de una corrección, también a través de un castigo que busca nuestro bien. Su amor no se encierra en el corazón de ella.
Francisco nos dice que “las madres son el antídoto más fuerte a la difusión del individualismo egoísta”. Porque su amor se divide, se comunica, se entrega, se da a todos.
Y somos amados antes de nacer: “Ser hijos nos permite descubrir la dimensión gratuita del amor. De ser amados antes de hacer nada para merecerlo. Antes de saber hablar o pensar, en incluso, antes de venir al mundo”.
En el corazón de María, la Buena Madre, pongamos a nuestras madres. Demos gracias al Señor por la madre que nos regaló. Para cada hijo, su madre es reflejo del amor de Dios en su vida. ASÍ SEA.