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“Dichoso el hombre que confía en el Señor”

HOMILÍA DEL SEXTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Por Mons. Alfredo José Espinoza Mateus, sdb

Quito, 13 de febrero de 2022

“Dichoso el hombre que confía en el Señor”, hemos repetido en el salmo hoy, la pregunta que me viene a la mente es, ¿En quién confiamos nosotros, en quién confías tú, en quién confío yo? El riesgo que corremos es el de repetir una respuesta en el salmo pero que no nos cuestiona la vida.

Y uno esta respuesta del salmo a la primera lectura. El profeta Jeremías presenta el contraste entre el que confía y busca su apoyo en “un hombre” o “en la carne”, y el que confía o tiene su corazón en el Señor. La invitación que hace Jeremías es a no confiar en las autoridades de su tiempo que se han hecho débiles, por no defender la Causa de Dios que son los débiles, sino la causa de los poderosos de su tiempo. En este sentido, el que confía en la carne será estéril, es decir, no produce, no aporta, no contribuye al crecimiento de nada.

En cambio, el que opta por Dios, será siempre una fuente de agua viva que permite crecer, multiplicar, compartir, y sobre todo, no dejar nunca de dar fruto. De esta forma se introduce una reflexión sobre la verdadera felicidad que solamente el sabio conoce. Cada uno de nosotros debe mirar dónde ha echado raíces.

Y esta palabra de Jeremías nos acerca maravillosamente al Evangelio que hemos proclamado hoy. Situemos el Evangelio. Jesús acaba de elegir a los doce con quienes quiere compartir, más de cerca, la tarea de llevar adelante su misión, que no es otra que la de anuncia y hacer realidad el Reino de Dios.

Con los apóstoles baja del monte y se encuentra, en una llanura, con un “grupo grande de discípulos y de pueblo”, el mismo que procedía de muchas partes. Jesús no deja pasar esta oportunidad, hay muchos que lo escuchan, y ante ellos aclara su sueño de un mundo distinto como lo quiere el Padre, un mundo donde todos sus hijos puedan vivir una vida digna y feliz, puedan sentirse realizados, respetando la casa común, un mundo que Él llama: “Reino de Dios”.

 

Y allí Jesús proclama cuatro “bienaventuranzas” al mismo tiempo que levanta la voz pronunciando cuatro “ayes” o “lamentaciones”, en clara contraposición, las que son una advertencia cuando no aceptamos el proyecto del Reino y nos queremos construir nuestro propio proyecto.

La primera bienaventuranza, “Dichosos ustedes los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios”, es la clave de todo. Para Jesús, pueden hacer realidad este mundo, solamente aquellos que aceptan ser pobres y no ambicionan ser ricos, sino compartir solidariamente como hermanos.

Leyendo una reflexión sobre el tema, el autor se pregunta sobre quiénes son los pobres, quiénes son los felices ante los ojos de Dios, y se responde: Los que saben gozar con alegría lo poco que tienen y hasta saben compartir; lo que soportan con paciencia y buen humor la senilidad de padres y abuelos, o la larga enfermedad de una tía soltera o de un familiar; los que sufren la hostilidad o impertinencia de un prepotente jefe que no aguanta a las personas que no se avergüenzan de ser reconocidas como católicas; los que por defender una causa justa han sido humillados por una justicia humana.

Podemos afirmar, que Jesús levantando los ojos hacia nosotros hoy, nos dice quiénes son felices: los que hagan una opción preferencial por los pobres, los que sacien el hambre de los hambrientos, los que den consuelo a los afligidos, los que sean modelo y ejemplo de solidaridad para los demás, por su condición de cristianos, son dichos, bienaventurados, porque “mi Padre”, los pondrá a su derecha en el Reino de los Cielos. Desde esta interpretación de las Bienaventuranzas, las virtudes principales del cristiano son hoy la solidaridad, la fraternidad y el amor hacia sus semejantes.

Y es lo que hemos visto, palpado y experimentado en estos días luego de la tragedia del aluvión que afectó a nuestra ciudad de Quito. Se hizo visible la solidaridad, se creyó en el hermano y se tendió la mano a ese hermano necesitado, y se lo hizo con amor y desde el amor. No se fue indiferente ante la necesidad del otro, no fueron ustedes indiferentes, y por eso, puedo decirles que son “bienaventurados”.

En la línea que he señalado arriba, Francisco nos dice con claridad: “Las bienaventuranzas son de alguna manera el carné de identidad del cristiano, que lo identifica como seguidor de Jesús”. Todos estamos llamados a ser seguidores de Jesús, y nos señala el cómo serlo: “… afrontando los dolores y angustias de nuestra época con el espíritu y el amor de Jesús”. Y nos señala él algunas situaciones concretas para vivirlas con el espíritu renovado y siempre actual, estas son: “Bienaventurados los que soportan con fe los males que otros les infligen y perdonan de corazón; bienaventurados los que miran a los ojos a los descartados y marginados mostrándoles cercanía; bienaventurados los que reconocen a Dios en cada persona y lucha para que otros también lo descubran; bienaventurados los que protegen y cuidan la casa común; bienaventurados los que renuncia al propio bienestar por el bien de otros; bienaventurados los que rezan y trabajan por la plena comunión de los cristianos…”

Si vivimos estas bienaventuranzas, si hacemos nuestro este camino que se nos señala hoy, seremos portadores de la misericordia y de la ternura de Dios, y estamos seguros de que recibiremos la recompensa merecida.

La propuesta de Jesús, y la propuesta que nos hace Francisco, indudablemente que resulta contradictoria a la propuesta del mundo de hoy, va en contracorriente, pues el mundo pone su mirada y su corazón, y cree que ahí está la felicidad, en el tener siempre más, en placeres pasajeros y efímeros, en la preocupación de quedar siempre bien, de ser alabado, reconocido. ¿Esto da realmente la felicidad? La respuesta es no, simplemente no, estoy seguro que al final se encontrarán vacíos, aunque estén llenos de muchos bienes?

Jesús nos mira hoy, mira nuestras actitudes concretas, nuestras opciones concretas, que no nos tenga que decir, ni a ustedes ni a mí, ay de ustedes que ya tienen su consuelo, ay de ustedes que se han alejado de mi camino, ay de ustedes que cierran su corazón, sus ojos y sus manos a la solidaridad, ay de ustedes que dejaron de tener esperanza en el Reino de Dios.

Francisco nos recuerda que “Las Bienaventuranzas son aquel nuevo día para cuantos continúan apostando en el futuro, continúan soñando, continúan dejándose tocar e impregnar por el Espíritu de Dios”.

Que la Virgen María nos ayude a vivir y a desear el espíritu de las Bienaventuranzas, para que en todos los rincones de esta sociedad, se oiga un susurro: “Bienaventurados los que optan por los más pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios”. ASÍ SEA.