“Dios con nosotros”.
Yaruquí, 02 de enero de 2022
Hemos iniciado este nuevo año, queda atrás un año 2021 duro, difícil, lleno de esperanza pero todavía sumergido en el dolor y el llanto de la pandemia.
Estamos viviendo este tiempo de Navidad, y es bueno hacerse una pregunta o varias preguntas, y estemos atentos, porque a veces una letra es importante: ¿La Navidad es para nosotros “tiempo de nacimientos” o “tiempo de nacimiento”? ¿Tiempo de “hacer” nacimiento o tiempo de “nacer”?
Jesús parece que está por la segunda alternativa: la Navidad es tiempo de nacer.
¿Hemos “nacido” en esta Navidad? Y este “nacer”, cada uno de nosotros,
¿compromete en algo o en mucho nuestra actitud ante el nuevo año que estamos empezando?
¿Qué pedimos a Dios al iniciar este nuevo año? El Papa Francisco nos dice: “Somos nosotros los que debemos pedir a Dios la gracia de unos ojos nuevos, capaces de una mirada contemplativa, es decir, una mirada de fe que descubre a Dios que habita en sus casas, en sus calles, en sus plazas” Yo me atrevería a añadir, a las palabras del Santo Padre, que también debemos pedir la gracia de “un corazón nuevo”.
Hay que aprender a ver con el corazón, aprender a ver a Dios en nuestras casas, en nuestros hermanos, en el más necesitado. Dios no es un Dios lejano. Con un corazón nuevo vivir actitudes de cercanía, solidaridad, respeto, compasión, afecto, cuidado, perdón y paz. Si hacemos esto, creo que, “hemos nacido” en esta Navidad y será la luz para el camino del 2022.
En Navidad hemos “inaugurado” el tiempo del “Dios con nosotros”. De verdad,
¿tendremos tiempo para Dios que sostiene y da sentido a nuestro tiempo? ¿Hemos comenzado un año para meditar y guardar en el corazón las intervenciones de Dios en nuestras vidas?
En el Evangelio que hemos proclamado, hemos escuchado claramente cómo la Palabra de Dios se ha acercado a nuestra existencia; esto nos ha de ayudar a profundizar en las vivencias que han de dar sentido a nuestra vida.
Se nos ha proclamado que: “En el principio, en la Palabra había vida y la vida era la luz de los hombres”. Y aquí traigo una oración: “Es decir, que ahora nos hablas tú, Señor, directamente, sin intermediarios, sin acontecimientos extraordinarios; ahora nos hablas tú, Señor, con tu presencia. En este mundo en que abundan la oscuridad, las lágrimas, las tinieblas, el dolor, la incertidumbre… para tantos de nuestros hermanos… ¡Tú eres la luz, Señor, tú eres la luz de nuestra vida!”.
¿Es en verdad el Señor la luz de tu vida, de mi vida? ¿Escuchamos al Señor? ¿La Palabra, que es el Señor, la recibimos en nuestras vidas o cerramos nuestros oídos y nuestro corazón?
Nosotros sabemos que el Hijo de Dios, no solo nos ha traído la Palabra de Dios, sino que Él es la Palabra, y la Palabra era Dios. Esto es lo que seguimos celebrando en Navidad, lo que nos llena de alegría, lo que da sentido a nuestra existencia. Nuestro Dios no es un Dios lejano, es un Dios cercano. Francisco nos recuerda que, “el estilo de Dios es cercanía”. Este Dios cercano nos ha dirigido su Palabra, se ha dignado hablarnos, nos ha regalado su Palabra que es Cristo Jesús.
Pero, el Evangelio nos ha puesto ante un dilema, y vuelvo a preguntar y a preguntarme: ¿La recibimos o no la recibimos? Juan nos dice: “La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió”, “vino a su casa y los suyos no la recibieron”. ¿Por qué no recibimos la Palabra? ¿Qué nos impide recibir, escuchar y acoger la Palabra? ¿Qué palabra o palabras recibimos, acogemos y escuchamos?
¿Cuáles son las palabras del mundo que escuchamos?
Otros sí acogieron la Palabra de Dios; y a estos Dios les ha llenado de su gracia. “A cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre”; estos “han nacido de Dios”.
¿El mundo de hoy se ha enterado de este regalo de Dios? ¿Podemos decir que nos hemos dejado interpelar por esta Palabra que Dios nos ha dirigido? Con dolor vemos que no, que no ha acogido el mundo la Palabra: La Palabra nos habla de amor, las palabras del mundo nos hablan de rencor, de odio. La Palabra nos habla de paz, el mundo nos habla de violencia, de guerra, de venganza. La Palabra nos habla de solidaridad, las palabras del mundo nos hablan de indiferencia, egoísmo, individualismo. La Palabra nos habla de vida, el mundo nos habla de muerte, de aborto, de venganza. Así pudiéramos hacer una larga lista, pensemos qué nos dice el Señor y qué nos dice el mundo.
Dios nos ha iluminado con su Palabra. Esta Palabra debe iluminar el camino de todo este año 2022 que estamos comenzando. Debemos ir comparando la Palabra de Dios con las muchas palabras que escuchamos. Pero, lo importante es ir aceptando los criterios que nos da la Palabra, la auténtica Palabra frente a las palabras del mundo.
Si aceptamos la Palabra de Dios, sucederá en nosotros lo que decía el Evangelio: viviremos en la luz y seremos hijos de Dios y esto nos dará esperanza y nos ayudará a mirar la vida con ojos nuevos, con un corazón nuevo, con perspectiva nueva, con un horizonte abierto.
No olvidemos, Dios no es un Dios lejano; nos ha dirigido su Palabra, ha querido hablarnos, nos ha regalado su Palabra que es Cristo Jesús. Aceptemos su Palabra y viviremos en la luz y no perderemos la esperanza.
Oremos diciendo: “Y Dios se hizo hombre, hermano, compañero de camino, Dios con nosotros para siempre. ¡Gracias, Señor, por la luz de tu Palabra!”.
Y como María, acojamos a Dios en el corazón y seamos portadores de la Palabra a todos.
¡FELIZ AÑO! ASÍ