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“Dios me ama con amor personal, tierno y profundo”

HOMILÍA EN LA CELEBRACIÓN DE LOS 100 AÑOS JOSEFINOS

Quito, 25 de mayo de 2022

Por Mons. Alfredo José Espinoza Mateus, sdb

Hoy BENDECIMOS AL SEÑOR por las grandes obras que Él ha hecho. Bendecimos al Señor porque Él nos hace colaboradores suyos en esta obra de salvación y construcción del Reino.

Bendecimos al Señor por el CENTENARIO de la llegada de los Josefinos de Murialdo al Ecuador. Es una bendición y al mismo tiempo un Himno de Acción de Gracias por todo el bien que han hecho en cada misión, en cada obra, en cada persona, de manera especial en la vida de los jóvenes más pobres.

Miro hacia atrás y en mi mente me imagino el “ardor misionero” de los primeros enviados a esta tierra haciendo vida el mandato del Señor: “Id y haced discípulos míos de todos los pueblos”. No fueron teorías, fue realmente una “obligación de amor”, porque eso es el ardor misionero. Como nos dice el Papa Francisco, “La misión es una respuesta libre y consciente a la llamada de Dios, pero podemos percibirla solo cuando vivimos una relación personal de amor con Jesús vivo en su Iglesia”.

Los primeros misioneros fueron disponibles a una llamada, hicieron vida las palabras de Pablo: “¡Pobre de mí si no proclamo el Evangelio!”. Dejaron todo: tierra, familia, costumbres e idioma y se lanzaron confiando plenamente en Dios y lo hicieron a imagen de Cristo, que “…es Amor en un movimiento perenne de misión, saliendo de sí mismo para dar vida” (Francisco) y dieron el Evangelio “gratuitamente”, dieron su vida misma.

¿A qué nos compromete esta celebración? ¿A qué les compromete a ustedes, queridos hermanos Josefinos y queridos laicos que viven la espiritualidad de Murialdo? Siempre digo que celebrar nos lleva a saber mirar hacia atrás y darnos cuenta de todo lo realizado, que ha sido mucho y me atrevo a decir que es incontable el bien que han sembrado a través de la entrega total de tantos religiosos y laicos comprometidos con la misión josefina, y lo han hecho teniendo conciencia, como nos dice Francisco, de que, “La única misión de la Iglesia es aproximar el amor de Dios a todo hombre, en especial a los más necesitados de misericordia”.

El riesgo de celebrar este Centenario Misionero, es el de quedarnos mirando atrás. Eso no les debe pasar. Desde este hoy les invito a mirar hacia adelante, tengan la capacidad de ver el futuro, de seguir creyendo en la educación de los jóvenes más pobres, como una tarea especial y única. El reto que tienen es el de “Hacer el bien y hacerlo bien”, como decía San Leonardo Murialdo.

Ustedes y yo estamos unidos por el espíritu educativo hacia los más pobres, gran herencia de nuestros santos fundadores, quienes compartieron la vida y la misión y encontraron su camino de santidad.

Para Francisco, la educación es la “profesión más respetada de la sociedad” y llama a los educadores “¡Artesanos de humanidad! ¡Y constructores de la paz y del encuentro!”.

Ustedes han sido y deben ser esos ARTESANOS DE HUMANIDAD. El artesano es el que fabrica con sus manos una obra de arte, individual, única e irrepetible. El artesano pone amor, tiempo, dedicación, creatividad y paciencia en su trabajo duro y sacrificado. ¿No ha sido así la misión de ustedes en estas selva, sierra y costa ecuatoriana? ¿No ha sido así en Napo, Quito, Ambato, Babahoyo, Guayaquil, Salinas y ahora en Bogotá y Medellín? Estoy convencido de que lo ha sido, han sido y deberán siempre ser esos “artesanos de vida y esperanza” para los más pobres.

Hace un buen tiempo leí una parábola que me gustó y que hoy traigo a esta celebración. Les pido imaginarse un gran bosque donde hay muchos ÁRBOLES. Hay ÁRBOLES JÓVENES, adornados de vitalidad, de flores e ilusiones. El fresco verdor de sus hojas revela que aún no han vivido la experiencia de afrontar terribles tempestades, ni de ser azotados por las inclemencias del tiempo o las noches de tormenta. Hay ÁRBOLES MADUROS, serenos, de tallo fuerte, cargados de frutos y de años que les hacen ser menos sensibles y vulnerables a los embates del tiempo.

Hay ÁRBOLES ANCIANOS, doblados por los años, deshojados, cansados, sin flores ni frutos a la vista, con sus tallos arrugados por el tiempo y fuertemente golpeados por las tempestades. Sus años les hacen poder ver con una mirada fija y serena la inmensidad del bosque. Hay también ÁRBOLES CAÍDOS, derrotados, destruidos, vencidos por el tiempo.

Yo me preguntaba al leer esta parábola, ¿QUÉ TIPO DE ÁRBOL SOY? ¿QUÉ TIPO DE ÁRBOL SON USTEDES QUERIDOS JOSEFINOS?

Si bien, los árboles ancianos tienen la serenidad que les da la experiencia, no creo que ustedes sean este tipo de árbol. Son y deben ser, y es lo que quiero dejar en la mente y en el corazón de ustedes, esos ÁRBOLES MADUROS, con frutos abundantes y portadores de vida.

Sean esos ÁRBOLES MADUROS que cobijen bajo su sombra a tantos que llegan cansados y a tantos que buscan una orientación.

Sean esos ÁRBOLES MADUROS que van haciéndose fuertes para saber soportar el paso de los años y las tormentas que vienen en la vida.

Sean esos ÁRBOLES MADUROS con profundas raíces, que los mantienen fuertemente anclados en la tierra y que miran al futuro con ilusión.

Sean esos ÁRBOLES MADUROS que como Leonardo Murialdo saben ver la realidad de los jóvenes, sus pobrezas y miserias y saben responder a ellas.

Sean esos ÁRBOLES MADUROS en la fe, para que hagan vida las palabras de su fundador, palabras llenas de confianza en Dios: “Dejemos que Dios haga: Él nos ama más que nosotros mismos y nuestra suerte está mejor en sus manos que en las nuestras”.

Sean esos ÁRBOLES MADUROS en la selva, en el aula, en el taller, en la defensa de los artesanos, en la parroquia.

Sean esos ÁRBOLES MADUROS que reafirman su misión y toman un nuevo impulso para Evangelizar con alegría y seguir sirviendo con la educación y el trabajo social especialmente a los niños y jóvenes más necesitados de su ayuda y de educación cristiana.

Sean esos ÁRBOLES MADUROS que aman, porque recuerden que, “El mayor riesgo que un hombre puede encontrar en su vida, es ceder a la tentación de no admitir la necesidad de amar y ser amado” (Murialdo).

No dejen de sembrar el bien, no dejen de tener ese “ardor misionero” con el que llegaron a estas tierras los primeros misioneros, no dejen de dar la vida y hacerlo teniendo presente que el mensaje de Murialdo es un mensaje de esperanza: “Dios me ama con amor personal, tierno y profundo”.

Que María, la primera misionera, que salió corriendo a hacer el bien, los cobije bajo su manto y les dé ese corazón grande para salir e ir a las periferias, para salir y buscar al más pobre, para salir y salvar, para salir y construir el Reino de Dios con el carisma de Murialdo. ASÍ SEA.