"Dios nace hoy, viene hoy, comparte nuestra vida"
Quito, 24 de diciembre de 2020
“Campana sobre campana, y sobre campana una… sobre campana dos, sobre campana tres… Asómate a la ventana, verás a un Niño en la cuna”
Este conocido villancico lo hemos aprendido desde niños y lo cantamos con mucha alegría y emoción. Pero, me pregunto: ¿Sonarán las campanas en esta Navidad o estarán silenciosas?
¡Claro que sonarán! No pueden callar las campanas porque el Niño está en la cuna. Dios se ha hecho hombre, se ha hecho Niño, viene a estar con nosotros, viene a salvarnos.
Sin duda que este ha sido un año muy difícil, para muchos, el más difícil que les ha tocado vivir. Y en este año, lleno de dificultades, nos toca mirar esta Navidad para saber qué subrayamos, con qué nos quedamos.
Lo fundamental es quedarnos con el Señor. El Evangelio nos dice, en un simple relato, que “María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre porque no había lugar para ellos en la posada”. Así, sencillamente, Lucas nos lleva al corazón de esta noche santa: “María dio a luz, María nos dio la Luz. Un relato sencillo para sumergirnos en el acontecimiento que cambia para siempre nuestra historia. Todo, en esa noche, se volvía fuente de esperanza” (Francisco).
Nos debemos quedar también con la Esperanza, con esa esperanza que viene de este Niño que nace en Belén y que nace en cada uno de nosotros. No podemos perder la esperanza a pesar de tantas dificultades. Creo que todos, “quisiéramos tantas veces que la vida fuese más fácil: que no hubiera dolor, que no hubiera pérdidas, que no hubiera llantos… Pero la vida también viene acompañada de esto y de muchísimas cosas muy hermosas. La Navidad, esta Navidad de manera especial, es un tiempo en el que vivimos la gran verdad de que nuestro Dios siempre nos acompaña en el camino de la vida” (P. Ángel Fernández Artime, sdb).
La Esperanza, que hace nacer en nosotros el Niño de Belén, tiene que ayudarte a ti, a mí, a todos nosotros, a plantearnos cómo vivir después de esta pandemia, qué poder hacer para que algunas cosas puedan ser mejores.
Por eso, nos debemos quedar también con una mirada de futuro, que nace de la fe en el Niño recostado en un pesebre. Una fe que se hace esperanza, pero que también tiene que convertirse en solidaridad para vencer la indiferencia; en encuentro, para vencer el individualismo; en cercanía de corazón, para vencer el distanciamiento social; en calor de hogar, para vencer el dolor que sentimos de no poder encontrarnos como familia; en luz, para iluminar la oscuridad de este mundo.
María y José, no tenían lugar en la posada, pero deben tener lugar en el mejor pesebre que es nuestro corazón. María y José, son los primeros en abrazar a aquel que viene y que “en su pobreza y pequeñez denuncia y manifiesta que el verdadero poder y la auténtica libertad es la que cubre y socorre la fragilidad del más débil”.
Los pastores, hombres que no tenían puesto en la sociedad, son los primeros que reciben el anuncio de la Buena Nueva del nacimiento del Salvador. Y van presurosos a ofrecer lo que tienen. Otros también llegarán al pesebre, con otros dones, pero los dones de estos hombres y mujeres sencillos son los mejores regalos para el Dios que se ha hecho hombre.
Francisco nos dice que “esa es la alegría que esta noche estamos invitados a compartir, a celebrar y a anunciar”. La alegría que experimentaron los pastores, los pobres, los humildes. La alegría de saber que Dios nos abraza con su amor, con su infinita misericordia, que Dios nace para salvarnos”.
La fe de esa noche nos mueve a reconocer a Dios presente en todas las situaciones en las que lo creíamos ausente. Él está en el visitante indiscreto, tantas veces irreconocible, que camina por nuestras ciudades, en nuestros barrios, viajando y está en esta realidad de pandemia de hoy.
Dios no nos ha abandonado… Dios nace hoy, viene hoy, comparte nuestra vida. No tengamos miedo, el Señor que nace en Belén es la razón de nuestra esperanza. ¡FELIZ NAVIDAD!