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Domingo de la divina misericordia Parroquia San Juan Apóstol y Evangelista

Quito, 19 de abril de 2020

“Trae acá tu mano, métela en mi costado, y no sigas dudando sino cree”

Queridos hermanos y queridas hermanas.

Cada uno de nosotros somos invitados en esta mañana, no solamente a meter nuestra mano en el corazón abierto y traspasado del Señor; sino que estamos invitados a entrar en ese corazón. Estamos invitados a entrar en ese corazón porque nuestra miseria ya no es una razón para que tengamos miedo de Dios, nuestra miseria ya no es una razón para que nuestra dignidad humana quede atropellada, ofendida, ocultada, nuestra miseria queridos hermanos y queridas hermanas ha encontrado un lugar en el corazón mismo de Dios.

“El nombre de Dios es misericordia” nos recordaba el papa Francisco cuando hace algunos años, al inicio de su pontificado había convocado a toda la Iglesia a celebrar el Año de la Misericordia, a veces queridos hermanos y queridas hermanas tenemos todavía una idea pagana de Dios, esta idea de un Dios que castiga, de un Dios celoso, de un Dios perseguidor del hombre y de su libertad; y a veces si hay que reconocer que nuestra práctica religiosa puede estar en muchos momentos afectada por esa imagen de un Dios que castiga, no nos creemos en realidad el cuento de que Dios es amor y no nos creemos eso porque lastimosamente en una pedagogía ambigua y paradójica desde niños nos han hecho creer que el amor es algo que hay que ganarse a partir de lo que hacemos en favor de la otra persona.

Ustedes ven cuando muchas veces de niños nos hemos portado mal nos decían ¡ya no te quiero!, ¡ya no te quiero!, entonces desde niños muchas veces han sembrado en nosotros, la cultura, la sociedad, nuestra familia sembró en nosotros la idea de que había que ganarse el amor y que para ganarse el amor había entonces que hacer muchas cosas en favor de la otra persona, y claro nos damos cuenta de que nunca podremos estar a la altura de lo que la otra persona necesita, nunca podremos estar a la altura de lo que la otra persona quiere de nosotros y es por eso que hay tantos problemas muchas veces en nuestras familias, en las parejas porque en definitiva comenzamos una carrera desenfrenada por agradarle al otro, una carrera desenfrenada por ser como el otro quisiera que yo sea, por darle al otro lo que el espera de mí, pero tarde o temprano esa carrera nos agota, nos agobia, nos destruye porque el amor queridos hermanos y queridas hermanas no puede ser algo que yo conquisto a través de mi voluntad, a través de mis fuerzas, porque insisto nuestra voluntad esta siempre herida y nuestras fuerzas son siempre frágiles y en ese sentido entonces nadie pudiera amarnos.

El amor queridos hermanos y queridas hermanas es otra cosa, el amor es la entrega de mi propia vida, de mi propia existencia, de todo lo que soy sin límites, sin condiciones, sin pedir nada, por qué, porque me importas tú, me importa lo que tú eres, no me importa lo que tú tienes en el bolsillo, no me importa lo que tú puedes darme, lo que me importa eres tú y ustedes ven que muchas veces cuando hacemos la experiencia de ese amor gratuito efectivamente nuestra vida cambia y se transforma, ese es el amor de Dios queridos hermanos y queridas hermanas que celebramos en esta mañana, el corazón de Dios está abierto para todos, el corazón de Dios está abierto, los brazos de Dios están abiertos para acogernos, fue clavado en la cruz y las marcas de la Pasión no han sido borradas por la Resurrección, no nos olvidemos de eso queridos hermanos y queridas hermanas el amor deja huellas, el amor deja marcas en nuestra existencia que nada puede borrar y cuando un día tengamos tú y yo que presentarnos delante del Señor seremos juzgados por el amor, seremos juzgados por las marcas que ese amor ha trazado de manera perpetua en cada uno de nosotros.

Entonces el amor no es un asunto de horas, de días, de minutos, de instantes el amor trae consigo una promesa de eternidad, el amor es la prueba más fehaciente de que la muerte no puede tener la última palabra de nuestra existencia y esas lágrimas cuando despedimos a los seres queridos no son simple muestra de nuestra sensibilidad, esas lágrimas son las pruebas de que si la vida no es un absurdo la vida debe continuar, esa vida debe continuar porque el amor queridos hermanos y queridas hermanas tiene siempre una promesa de eternidad, es esa promesa de eternidad que festejamos hoy, en este día de la Divina Misericordia, ahí en el corazón de Dios tu y yo podemos encontrar hoy refugio y fortaleza, ahí en el corazón de Dios tu y yo podemos encontrar la fuerza que necesitamos para que el agobio de esta cuarentena no termine venciendo, no solamente llevándose la vida de tantos hermanos sino llevándose también nuestras ganas de vivir, nuestro canto a la vida.

Entonces queridos hermanos y queridas hermanas yo te invito en este domingo de la Divina Misericordia a que entres en el corazón de Dios, a que puedas ahí recuperar las fuerzas que necesitas para este tiempo, para estos días, para estas semanas y no dejes de cantarle a la vida porque el que canta a la vida a encontrado el amor y el que ha encontrado el amor es porque Dios lo ha dado primero. Amén.