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“Doy gracias a Dios por todos ustedes. Lo hago con mi «Corazón de Padre»”

HOMILÍA MISA CRISMAL

Quito, 01 de abril de 2021

Celebramos esta MISA CRISMAL “a puerta cerrada”, no por miedo sino por prudencia.

La celebramos aquí, en la Basílica del Voto Nacional como un signo a vivir en vista del Congreso Eucarístico Internacional del año 2024 a celebrarse en nuestra Arquidiócesis. Un Congreso pensado en el marco de la celebración de los 150 años de Consagración del Ecuador al Sagrado Corazón de Jesús.

Doy gracias a Dios por lo que son, SACERDOTES y por el rostro misericordioso que en todo este año de pandemia ustedes han mostrado Como digo en mi Carta Pastoral “Con corazón de Padre”, que al final de esta misa se entregará, ustedes, sacerdotes de Quito, han “mostrado el rostro de una Iglesia Samaritana, comprometida con el que sufre, con el necesitado, con el enfermo” (Mons. Miguel Cabrejos).

Este rostro de sacerdotes, hombres de Dios, comprometidos con el hermano, de manera especial con el más pobre, refleja que “Un día pronunciamos un “sí” que nació y creció en el seno de una comunidad cristiana de la mano de esos santos “de la puerta al lado”, que nos mostraron con fe sencilla que valía la pena entregar todo por el Señor y su Reino. Un “sí” cuyo alcance ha tenido y tendrá una trascendencia impensada, que muchas veces no llegaremos a imaginar todo el bien que fue y es capaz de generar” (Francisco).

Y hoy estamos aquí, para prometer unirnos cada día más al Señor y tratar de asemejarnos más y más a Él, renunciando a nosotros mismos y consagrando toda nuestra vida a Dios para la salvación de nuestros fieles a quienes debemos llevar el Evangelio de la alegría. Ésa es la tarea principal, el predicar el Evangelio a todos, a los que están cercanos y a los que están lejanos. Para ello debemos prepararnos con seriedad y profundidad, haciendo vida lo que predicamos. No debe ser nunca una palabra vacía, debe ser siempre una palabra que nace del corazón sacerdotal que se encuentra con Dios, que escucha a Dios, que se deja cuestionar por ese Dios que nos llamó y al que debemos responder en fidelidad cada día.

Para ser fieles, no debemos alejarnos nunca de Jesucristo. El Señor debe ser la fortaleza en nuestras vidas. Recordemos lo que nos dice Francisco, que, “somos ungidos por el Espíritu y cuando un sacerdote se aleja de Jesucristo puede perder la unción”.

Este día doy gracias a Dios por cada uno de ustedes, sacerdotes de esta Iglesia quiteña, que sirven a su pueblo, que no han dejado de hacerlo a pesar del temor que todos tenemos en nuestro interior. El Papa Francisco nos ha recordado a todos que, “En estos tiempos de pandemia, los fieles necesitan de Dios, necesitan de sus sacerdotes, necesitan que les celebren la Eucaristía, que los confiesen, que les hablen de Dios”. Estas palabras no son lejanas a ustedes, porque las han hecho vida y han estado en medio de su pueblo, como debe estar un sacerdote, sirviendo, lavando los pies al pobre, al enfermo, al necesitado, sirviendo en amor y con amor, buscando el bien material, sanando corazones, sufriendo con el que sufre, viendo en el rostro del pobre y del enfermo el rostro de Cristo.

Para ellos somos sacerdotes, para ellos fuimos ungidos, para ellos hemos dado y damos nuestras vidas, para ellos cada día estamos en el altar, en el confesionario, en el despacho, visitando las familias, con los grupos a través de las redes, portando al Señor a quien lo pide.

¿Cuántos años somos sacerdotes? ¿Pocos años? ¿Muchos años? ¿Y en estos muchos o pocos años, mantenemos viva la “pasión sacerdotal”?. ¿Nos quema Dios en el corazón como nos quemó ese día que nos postramos en el piso y nos levantamos siendo sacerdotes? ¿Vivimos con alegría nuestro sacerdocio a pesar de los años, del cansancio, de la soledad o de tantas incomprensiones que nunca faltan?

Muchas pueden ser las respuestas, muchas cuantos somos los que estamos aquí, pero uno solo debería ser el deseo hoy al renovar nuestras promesas sacerdotales. Todos, les invito a todos, a poner la mirada en ese día lejano o cercano de su Ordenación Sacerdotal, y al responder “SÍ QUIERO”, háganlo con la ilusión de ese día, con la mirada puesta en la llamada del Señor y en la respuesta alegre y decidida, en el “primer amor” de su sacerdocio cuando comenzaron a caminar ilusionados por ser sacerdotes.

Sé, y sabemos todos, que hay momentos de desolación, de dolor, de debilidad y de desaliento. Con mi corazón paterno, haciendo mías las palabras de Francisco, les invito a “no sólo no perder la memoria del paso del Señor por nuestra vida, la memoria de su mirada misericordiosa que nos invitó a jugárnosla por Él y por su Pueblo, sino también animarse a ponerla en práctica y con el salmista poder armar nuestro propio canto de alabanza porque “eterna es su misericordia”…”

Quiero terminar invitándoles a ustedes, hermanos sacerdotes, a mirar y a dejarse mirar por la Madre. Pidamos a Ella “la confianza del niño, del pobre y del sencillo que sabe que ahí está su Madre y es capaz de mendigar un lugar en su regazo” (Francisco). Y en este “mirar” escuchemos su voz de Madre que nos consuela, nos alienta y nos reconforta.

Como dice Francisco, “Mirar a María es volver a “creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño. En Ella vemos que la humanidad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes, que no necesitan maltratar a otros para sentirse importante”… Por eso, “Si alguna vez, la mirada comienza a endurecerse, o sentimos que la fuerza seductora de la apatía o la desolación quiere arraigar y apoderarse del corazón; si el gusto por sentirnos parte viva e integrante del Pueblo de Dios comienza a incomodar y nos percibimos empujados hacia una actitud elitista… no tengamos miedo de contemplar a María y entonar su canto de alabanza”.

Hoy, una vez más, “doy gracias a Dios” por todos ustedes. Lo hago con mi “Corazón de Padre”, comprometiéndome a estar siempre con ustedes, a acompañarlos en sus alegrías y tristezas, en sus ilusiones y desánimos, pero, sobre todo, me comprometo a dar mi vida, mi vida entera, por cada uno de ustedes para que lleguemos juntos a la santidad. ASÍ SEA.