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El canto de la vida

Homilia del Sábado Santo 2020

Lo que empezó 3 años antes en Galilea había llegado a su fin. El maestro detenido y juzgado, yace en un sepulcro. Sólo las mujeres se han quedado en Jerusalén, arrimadas en casa de algún conocido, o quizás incluso durmiendo en la calle. No habían podido enterrar a su muerto como es debido, no habían podido tocar con la delicadeza del adiós, una última vez, su cuerpo sin vida, esperaban el alba del domingo para perfumar su cuerpo. Escándalo que aún hoy sacude las conciencias e indigna la razón y destroza el corazón. Nadie tendría que morir sin el adiós de los suyos, nadie debería ser enterrado con un número remplazando su nombre. Imagen atroz del fracaso de una civilización que se olvidó que lo que la hace grande no son ni los millones de dólares que se negocian en la bolsa, ni la cantidad de armamento que tiene para sentirse a salvo. ¿De qué nos sirve todo eso cuándo en los hospitales ni siquiera hay un respirador para mantener con vida a mi madre, a mi abuelo, a mi hijo? ¿De qué me sirven todo eso cuando el hambre atraviesa los campos y las ciudades? ¿De qué sirve todo eso cuando el daño ecológico, el de ahora y el de ayer, sigue destruyendo la vida en todas sus formas?

Y ahora ¿qué tenemos que esperar? ¿qué tenemos que hacer? ¿A dónde, a quién tenemos que volver nuestros ojos? Las mujeres iban de madrugada, no tenían respuestas, pero habían vencido el miedo y su amor las hizo testigos de la noche más importarte de la historia de la humanidad.

Los optimistas dirán que todo esto es una pesadilla que terminará pronto y que cuando nos demos cuenta esto será una anécdota de nuestras vidas, que pronto volverán las cosas a ser como antes. La fe cristiana en cambio me dice que nada debe ser igual, y que si todo vuelve a la “normalidad” del antes, no honraremos como se debe a los que han muerto, y que no hay razón para dejar de llorar y de gritar. No, queridos hermanos y queridas hermanas, la Esperanza es otra cosa. Esperar es tener la convicción que sólo Dios da sentido a la historia, que sólo Él puede transformar sus páginas de dolor en el comienzo de algo realmente nuevo. No como un mago que pronuncia un hechizo, sino como quien al haber entrado en la historia humana, hizo del sepulcro abierto y vacio, el signo del triunfo de la vida sobre la muerte, toda muerte, la de hoy y la que hasta hace poco no queríamos ver. Por eso, no cedamos a la resignación, no depositemos la esperanza bajo una piedra. Podemos y debemos esperar, porque Dios es fiel, no nos ha dejado solos, ni en el dolor, ni en la angustia, ni en la muerte. Su luz iluminó la oscuridad del sepulcro, y hoy quiere llegar a los rincones más oscuros de tu vida.

Celebramos en esta noche la Resurrección del Señor. Si Cristo ha resucitado significa que los sufrimientos y las lágrimas de la humanidad no son vanos. El cuerpo del resucitado tiene las marcas de la pasión, las marcas del Amor. Las únicas que transcienden la muerte y que escriben la verdadera historia.

Hermana, hermano, aunque en el corazón hayas sepultado la esperanza, no te rindas: Dios es más grande. La oscuridad y la muerte no tienen la última palabra. Levàntate, con Dios nada está perdido. Es tiempo de que la creatividad del amor venza los fríos números de las estadísticas, como lo hacen quienes a riesgo de su propia vida luchan contra esta pandemia: médicos, enfermeros y enfermeras, agricultores y campesinos, maestros, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos y tantos otros.

Lleva el canto de la vida a toda región de esta humanidad, a la que pertenecemos y que nos pertenece, porque todos somos hermanos y hermanas. Acallemos los gritos de muerte, que terminen las guerras. Que nadie use a los pobres para hacerse rico a causa de la corrupción que miserablemente, incluso ahora, no deja de ser el reflejo de algunos, porque necesitamos salud, pan, educación. Que se abra el corazón del que tiene, para llenar las manos vacías del que carece de lo necesario. Que salvaguardemos la Creación, nuestra Casa Común, de todo egoísmo irracional.

Lleva el canto de la vida contigo, a los tuyos, a todos porque Cristo, el Señor, ha resucitado. Amen.