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“El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”

Homilía del II Domingo de Navidad

Quito, 03 de enero de 2021

Con gran alegría celebro en esta Parroquia San Miguel Arcángel de Amagasí del Inca en este II Domingo del Tiempo de Navidad.

Hemos vivido el término de un año difícil y empezamos a caminar en este nuevo año con la “luz que brilla en la tiniebla”, la luz de Cristo. Ponemos en Jesús, presente en este pesebre, todas nuestras intenciones y todos nuestros buenos propósitos.

Benedicto XVI nos dice que “el pesebre es una escuela de vida, donde podemos aprender el secreto de la verdadera alegría. Ésta no consiste en tener muchas cosas, sino en sentirse amado por el Señor, en hacerse don para los demás y en quererse unos a otros”.

¿Hemos descubierto ese secreto de la verdadera alegría? José y María están llenos de profunda alegría en la cueva de Belén, y lo están, “porque se aman, se ayudan, y sobre todo, porque están seguros de que en su historia está la obra de Dios, quien se ha hecho presente en el pequeño Niño” (Benedicto XVI)

Los pastores están alegres. Saben que el Niño que encuentran en el pesebre no cambiará realmente su condición de pobreza y de marginación. “Pero, la fe les ayuda a reconocer en el “niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”, el “signo del cumplimiento de las promesas de Dios para todos los hombres” (Benedicto XVI).

¿Y nosotros, estamos alegres? Debemos descubrir que la verdadera alegría consiste en sentir que nuestra existencial personal y comunitaria es visitada y colmada por un gran misterio, el misterio del amor de Dios. Como nos dice Benedicto XVI, “Para alegrarnos, necesitamos no sólo cosas, sino amor y verdad: necesitamos a un Dios cercano, que calienta nuestro corazón, y responde a nuestros anhelos más profundos. Este Dios se ha manifestado en Jesús, nacido de la Virgen María”.

Como nos dice el Evangelio de hoy, “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”, pero, el mundo no lo recibió, no recibió la luz de la vida, esa luz que brillo en la tiniebla, “y la tiniebla no lo recibió”.

¿Recibimos a Dios hecho hombre? ¿Lo recibimos en verdad? Francisco nos dice que, “Al hacerse hombre, el Hijo de Dios manifiesta su inmenso amor hacia nosotros, ¡verdaderamente sus planes son grandiosos! Esa grandiosidad no la puede descubrir el mundo con sus criterios de placeres fáciles, sus sueños de honra y de poder”.

No es fácil acoger a Dios y permitir que entre en nuestras vidas. Nosotros, creyentes, corremos el riesgo de encubrir nuestra falta de acogida a Dios bajo la apariencia de una fe, que tantas veces confesamos sólo de boca.

¿Hemos acogido a Jesús en nuestras vidas en esta Navidad? ¿Hemos dejado a Dios encarnarse en nuestras vidas o nos limitamos a confesar la Encarnación de Dios, viviendo una vida alejada en la práctica de Dios? ¿En qué consistió nuestra Navidad, en una fiesta con Dios o sin Dios?

Se acabará este tiempo de Navidad, se callarán los villancicos y se apagarán las luces de colores, guardaremos nuevamente las imágenes del pesebre en sus cajas, pero lo que no podemos guardar ni apagar es el verdadero sentido de la Navidad, como lo hemos repetido en el salmo: “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”

 Sí queridos hermanos, “habitó entre nosotros”. Habita en tu corazón, habita en tu familia, en tu casa; habita en tu barrio, habita en esta parroquia. El Señor ha venido y debe habitar entre nosotros, si nosotros le damos el lugar y el espacio para que lo haga.

Esta presencia de Dios hecho carne es una “señal inequívoca de que nuestro Dios ama de un modo muy especial a los más desamparados y olvidados, a aquellos cuya única riqueza es Dios. Quería darles la seguridad de su cercanía” (Francisco).

¿Qué nos enseña el Niño desde el pesebre? Francisco nos dice que, “Al hacerse Niño, Jesucristo se jugó el todo por el todo. No vino para que otros le sirvieran, sino para enseñarnos desde el primer momento de su vida, cómo se ama, cómo se sirve y cómo se perdona”

¿Estamos dispuestos a amar, a servir y a perdonar? Si lo estamos, entonces sí que le hemos dado un lugar en nuestras vidas, sí ha habitado y habita en tu vida.

Esta luz del Señor debe iluminar el camino de este año que estamos estrenando. Creo que todos nos hemos hecho buenos propósitos, con el riesgo de que terminen en eso, en propósitos. Seguramente cometeremos los mismos errores de siempre y las mismas equivocaciones. Seguiremos estropeando cada día nuestra vida y obstaculizando a cada momento nuestra convivencia. Pero, también es verdad que un año nuevo es siempre tiempo abierto, algo inédito todavía, tiempo de gracia, lleno de nuevas posibilidades.

En este nuevo año, podremos tener más arrugas, pero también más corazón. Podremos tener más años, pero menos egoísmos. Podremos tener más canas, pero muchos gestos más humanos.

“Este año podemos creer un poco más que Dios es bueno y nos quiere. Podemos descubrir que está más cerca de nosotros de lo que sospechamos. Podemos sentir su presencia en el fondo de nuestro ser, porque sentimos que el amor, la sinceridad y la alegría están todavía vivos en algún rincón de nuestra conciencia. Todavía le podemos recibir en nuestra casa” (José Antonio Pagola).

Recíbelo hoy tú en tu vida, recíbelo en tu casa, en tu familia, que lo reciba esta Parroquia. Debemos acogerlo como lo acogió María, con un corazón lleno de amor y con profunda fe. ASÍ SEA.