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Encontrarnos con el Señor en el camino de nuestras vidas.

HOMILÍA DEL XXVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Quito, 10 de octubre de 2021

Por Mons. Alfredo José Espinoza Mateus, sdb

El Evangelio de hoy está dividido en dos grandes partes, una parte en público que cuenta la “vocación”, la “llamada” del hombre rico, y una parte en privado en la que Jesús explica lo que sucede con este hombre a sus discípulos, que abarca una advertencia sobre las riquezas y también la recompensa en esta vida y en la otra cuando se ha dejado todo y se ha seguido la llamada. Hay muchos detalles en este Evangelio, muchas palabras que considero claves y que debemos tener en cuenta en nuestra reflexión.

El primer detalle es que Jesús se pone “en camino”, hacia Jerusalén. Y en el camino se encuentra con este hombre. Nosotros también debemos encontrarnos con el Señor en el camino de nuestras vidas.

Marcos habla de un hombre rico, Mateo nos dice que es un “joven”. Este hombre, o este joven, llega “corriendo”, este correr es una urgencia para encontrarse con Él, no quiere dejar que el Señor pase. Al llegar, “cae de rodillas” ante el Señor para retenerlo. Necesita urgentemente a Jesús.

Este hombre, no es un enfermo que pide curación, como tantos. No es un leproso que, desde su dura realidad pide ser limpiado. No es un endemoniado. Es un hombre que va a buscar a Jesús y que pide otra cosa. Lo que él busca en aquel momento es una luz para orientar su vida, para encontrar un sentido a su existencia: “¿Qué haré para heredar la vida eterna?”. Podemos decir que no es algo teórico lo pregunta que él hace, es realmente una pregunta existencial, toca la fibra de su vida misma.

No habla en general, quiere saber qué hacer él personalmente. Y aquí me vienen a la mente unas preguntas: ¿Buscamos nosotros la razón profunda de nuestra vida?

¿Qué buscamos? ¿Buscamos heredar la vida eterna o nos contentamos con un cristianismo superficial y ligero?

La respuesta primera de Jesús a este hombre es un llamado que se hace a todos, que debemos escuchar todos: cumple los mandamientos: “Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre”. Según la tradición bíblica, ése es el camino para la vida eterna.

Jesús le señala un camino concreto, como te lo señala a ti y a mí. Es el camino de la salvación. Pero es importante decir algo, Jesús omite los mandamientos que se refieren a Dios: “amarás a Dios”, “santificarás sus fiestas”… Sólo le habla de los que piden no hacer daño a las personas: “no matarás”, “no robarás”… Luego añade, por su cuenta, algo nuevo: “no defraudarás”, no privarás a otros de lo que les debes. Esto es lo primero que quiere Dios: la mirada al prójimo, al hermano, es indudable.

Sorprende la respuesta del hombre: “Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño”. Y me pregunto, ¿Nosotros podemos decir lo mismo? Es sin duda un “hombre bueno”. Pero busca algo más, siento dentro de sí una aspiración más honda, está buscando algo más. ¿La sientes tú, la buscas tú?

¿Cómo reacciona Jesús?, Marcos nos dice: “Jesús se le quedó mirando con cariño”. Esa mirada de cariño, de amor de Jesús nos dice mucho. Su mirada expresa ya la relación personal e intensa que quiere establecer con él. Y luego, hace dos llamadas. La una más radical que la otra, que no es a todos, es a algunos, y que pocos muchas veces la siguen: “Una cosa te falta, anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme”.

“Una cosa te falta”… ¿Qué nos falta a nosotros? Pregúntemos con sinceridad de corazón hoy, ¿Qué te falta a ti para seguir al Señor? ¿Qué debes “vender”, qué debes dejar, qué debes entregar a los pobres? ¡Qué tesoro tienes en tu corazón?

¿Buscas el tesoro del cielo? Y tú joven, ¿estás dispuesto a dejarlo todo, a vender lo

poco o lo mucho que tienes, a darlo a los demás y seguir total y radicalmente a Jesús?

Jesús a este hombre le invita a orientar su vida desde una lógica nueva. Lo primero es no vivir atado y esclavizado a sus posesiones, “vende lo que tienes”. Lo segundo, es tender la mano y el corazón a los pobres, “dales tu dinero”. Por último, la llamada más radical que le hace, “ven y sígueme”. Los dos, Jesús y este hombre, de esta manera, podrán recorrer, si hay una respuesta positiva de él, el camino hacia el Reino de Dios.

Pero el hombre, que se había acercado corriendo, se había postrado, le había hecho una pregunta buscando lo que debía hacer, ante la respuesta de Jesús, se levanta y se aleja. Olvida la mirada cariñosa de Jesús, que la habrá sentido profundamente en su corazón, y se va triste, “se marchó pesaroso, porque era muy rico”. En su corazón, atado por la riqueza, por los bienes materiales, sabe que no podrá conocer la auténtica alegría y la libertad de quienes siguen a Jesús.

Quizás nosotros, que ya tenemos una vida hecha, pudiéramos pensar que el Evangelio no es para nosotros, que Jesús no nos hace esta invitación. Estaríamos equivocados si pensamos eso: “El mensaje de Jesús es claro. No basta pensar en la propia salvación: hay que pensar en las necesidades de los pobres. No basta preocuparse de la vida futura: hay que preocuparse de los que sufren en la vida actual. No basta con no hacer daño a otros: hay que colaborar en el proyecto de un mundo más justo, tal como lo quiere Dios” (José Antonio Pagola)

Es que, muchos viven su fe en un “intimismo” alienante. No faltan los que centran su vida cristiana simplemente en una relación con “su Dios” y no miran al hermano, viven la “cultura de la indiferencia”, cuando a muchos le falta todo. Un cristianismo sin el hermano, es un cristianismo sin Dios.

Francisco nos dice: “Ese hombre bueno, había venido con esperanza, con alegría, a encontrarse con Jesús. Hizo su petición. Escuchó las palabras de Jesús. Y tomó una decisión: marcharse. Así, aquella alegría que lo impulsaba, la alegría del Espíritu Santo, se convierte en tristeza. Marcos cuenta, en efecto, que se marchó de allí porque poseía muchos bienes”.

Y el Papa, nos cuestiona profundamente: “El problema era que su corazón inquieto por obra del Espíritu Santo, que lo impulsaba a acercarse a Jesús y a seguirlo, era un corazón que estaba lleno. Pero, no tuvo el valor de vaciarlo. E hizo la elección el dinero. Tenía un corazón lleno de dinero… su dinero era dinero honesto, no había robado nunca, pero su corazón estaba encarcelado allí, estaba atado al dinero y no tenía la libertad de elegir. Así, al final, el dinero eligió por él”

¿Qué eliges tú, qué elijo yo? ¿De qué está lleno nuestro corazón? ¿Vaciamos nuestro corazón? Pensemos y optemos. Dejo para otro momento la reflexión para la “recompensa” por dejarlo todo. ASÍ SEA.