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“Enriquecernos ante Dios”

HOMILÍA DEL XVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Quito, 31 de julio de 2022

Por Mons. Alfredo José Espinoza Mateus, sdb

Vuelvo a esta querida parroquia de “San José” de Calderón. Vuelvo con el corazón de padre, siempre cercano a todos, pero de manera especial, siempre cercano a mis sacerdotes.

Vengo aquí hoy ante ustedes como un signo de cercanía en un momento difícil, delicado, duro, que ha sacudido la vida parroquial. La violencia y la inseguridad que vivimos en nuestro país, en nuestra ciudad, es fuerte, muy fuerte, y nos afecta a todos. Hoy los ha afectado a ustedes, a esta parroquia y de manera especial a mis hermanos sacerdotes al haber sido asaltados en días anteriores.

Mi solidaridad de padre sobre todo a Stalin, quien fue sorprendido por los delincuentes, fue golpeado cobardemente y maniatado. Lo he dicho y lo repito, lo material se recupera con esfuerzo y sacrificio, pero la vida no, por eso, doy gracias a Dios por la vida de Marlon y de Stalin y pido al Señor por ellos para que les dé serenidad ante lo vivido.

Y precisamente la Palabra de Dios de este día nos habla de la posición nuestra frente al dinero, que puede llegarse a convertir para muchos en un verdadero “dios” con minúscula, hay muchos que van por la vida buscando solamente el dinero o los bienes materiales.

Podemos decir que el hilo conductor de los textos litúrgicos de este domingo, van en la línea del rechazo de los bienes materiales, del dinero, de ese deseo de tener más y más. Hay en el mundo un materialismo y un consumismo que domina el corazón de tantos y tantos. Muchos se dejan llevar por el ansia de tener más, de acumular, acaparar, almacenar.

Jesús, frente a la petición de uno de los oyentes de que intervenga en un problema de reparto de la herencia, nos plantea la parábola del “rico insensato”. Habla con toda claridad, el rico, el terrateniente, no se da cuenta de que vive encerrado en sí mismo y solo para sí. Acumula, almacena, disfruta, acrecienta su riqueza, pero no reconoce la amistad, la generosidad, la solidaridad y la gratuidad.

La gente temía a estos terratenientes, y los temía precisamente porque ellos se olvidaban de todos, solamente buscaban el tener más y más, no importando el cómo lo lograban. Pero también, la gente los envidiaba, como muchos envidian a los que tienen más; sin duda, para muchos, estos eran los “más afortunados”, pero, para Jesús, son los más insensatos.

El hombre se sorprende ante la gran cosecha que desborda sus expectativas, el rico propietario reflexiona: “¿Qué haré? No tengo dónde almacenar la cosecha”. Este hombre habla consigo mismo. “En su horizonte no aparece nadie más. No parece tener esposa, hijos, amigos ni vecinos. No piensa en los campesinos que trabajan sus tierras. Sólo le preocupa su bienestar y su riqueza: mi cosecha, mis graneros, mis bienes, mi vida…” (José Antonio Pagola)

Este hombre, que tiene atrapado por sus riquezas, no se da cuenta de que vive encerrado en sí mismo, prisionero de una lógica que lo deshumaniza vaciándolo de toda dignidad. Sólo vive para acumular, almacenar y aumentar su bienestar material. Por eso se dice a sí mismo: “Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: “Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años: túmbate, como, bebe y date la buena vida”…”

El Papa Francisco, aludiendo a la parábola del hombre rico e insensato nos dice: “Para él, sus riquezas son “su dios”. Ante la abundancia de su cosecha, aquel hombre no se detiene: piensa en ampliar sus propios depósitos y en su fantasía, “alargar la vida”, es decir, apunta a acaparar más bienes, hasta la náusea, al no conocer la saciedad”

Jesús en la parábola, de manera inesperada, le hace intervenir al mismo Dios. El grito de Dios interrumpe los sueños e ilusiones del rico: “Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?”. Pudiéramos decir que esta es la sentencia de Dios, la vida de este rico es un fracaso y una insensatez.

“Agranda sus graneros, pero no sabe ensanchar el horizonte de su vida. Acrecienta su riqueza, pero empequeñece y empobrece su vida. Acumula bienes, pero no conoce la amistad, el amor generoso, la alegría ni la solidaridad. No sabe dar ni compartir, sólo acaparar. ¿Qué hay de humano en esta vida?” (José Antonio Pagola).

Francisco nos dice, “Es Dios quien pone el límite a este apego al dinero, cuando el hombre se vuelve esclavo del dinero… Hay una realidad de hoy, tantos hombres que viven para adorar el dinero, para hacer del dinero su propio dios. Tantas personas que viven sólo por esto y la vida no tiene sentido. Así es quien acumula tesoros para sí, dice el Señor, y no se enrique ante Dios: no saben qué es enriquecerse en Dios”.

El gran riesgo que podemos correr nosotros, tú y yo, todos nosotros, es creer que esta parábola es solamente para aquellos que tienen grandes fortunas o mucho dinero. Preguntémonos si acumulamos tesoros en nuestro corazón, ¿A qué nos apegamos? ¿Sabemos compartir lo poco que tenemos? ¿Miramos al otro o solamente nos miramos a nosotros mismos? ¿Qué graneros estamos construyendo? ¿Hacemos nuestro propio “dios” ante las pocas cosas que tenemos?

Volvamos al inicio del Evangelio, a Jesús le piden intervenir en una situación de herencia. Francisco nos dice, “Todos nosotros conocemos qué sucede cuando está en juego una herencia: las familias se dividen y terminan en odio”. Esto es una gran verdad, el dinero, la herencia, la ambición, divide el corazón de las familias.

¿Cuál es el camino que debemos recorrer nosotros? Hay un solo camino, “Enriquecernos ante Dios”. “Ese es el único camino. La riqueza, pero en Dios”. No vivamos apegados a lo material, pongamos nuestra confianza en el Señor.

Es lo que les pido queridos Marlon y Stalin, recuerden siempre que lo material es pasajero, Dios es eterno. Que nuestra Madre María nos ayude a encontrar cada día al Señor en nuestras vidas. ASÍ SEA.