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“¡Envejecer no es una condena, es una bendición!”

HOMILÍA DEL XVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Nayón, 24 de julio de 2022

Por Mons. Alfredo José Espinoza Mateus, sdb

Con muchísima alegría vuelvo a esta querida Parroquia de Santa Ana de Nayón en este día domingo en que celebran su Fiesta Patronal, este domingo en que como Iglesia celebramos la II Jornada Mundial de los abuelos y de los mayores.

Están de fiesta, una fiesta grande que la vuelven a vivir con alegría después de dos años de pandemia. Una fiesta a la que me invitaron hace algunos meses y a la que me comprometí a venir, y aquí estoy, junto a ustedes para celebrar y para orar juntos.

Y precisamente el Evangelio de hoy nos presenta la realidad de la oración. Jesús nos anima a tener una actitud similar al hombre inoportuno que llama a la puerta del amigo a media noche, que no se desanima, que insiste. Se nos enseña hoy la actitud de la perseverancia en la oración. La constancia se hace especialmente necesaria en los momentos de prueba.

Y todos hemos vivido esos momentos de prueba, los hemos vivido en estos dos años, los hemos vivido ante alguna enfermedad grave, ante una situación de desempleo, ante una situación familiar, un accidente, en fin, tantas situaciones de la vida. Y ahí, es precisamente ahí que debemos, como nos dice Jesús en el Evangelio, “Pedir… buscar y llamar”. Porque cuando lo hacemos, “… se nos dará, hallaremos y se nos abrirá”.

Es fácil imaginar que el Señor haya pronunciado estas palabras cuando se movía por las aldeas de Galilea pidiendo algo de comer, buscando acogida y llamando a la puerta de los vecinos. En ningún momento se nos dice qué hemos de pedir o buscar ni a qué puerta hemos de llamar. ¿Qué es importante?, la actitud. “Ante el Padre hemos de vivir como pobres que piden lo que necesitan para vivir, como perdidos que buscan el camino que no conocen bien, como desvalidos que llaman a la puerta de Dios” (José A. Pagola)

¿Tenemos esa actitud? ¿Tenemos la actitud de un corazón pobre y necesitado ante Dios? ¿Qué pedimos, qué buscamos cada uno de nosotros?

Las palabras de Francisco sobre este pasaje evangélico son claras: “Nos hace pensar en nuestra oración. ¿Cómo oramos nosotros? ¿Oramos así por costumbre, piadosamente, pero tranquilos, o nos ponemos con valentía ante el Señor para pedir la gracia, para pedir aquello por lo que rogamos? … La actitud es importante, porque una oración que no sea valiente no es una verdadera oración. Cuando se reza se necesita el valor de tener confianza en que el Señor nos escucha, el valor de llamar a la puerta. El Señor lo dice, porque quien pide recibe y quien busca encuentra, y a quien llama se le abrirá. ¿Pero nuestra oración es así? ¿O bien nos limitamos a decir: Señor, tengo necesidad, dame la gracia? En una palabra, ¿nos dejamos involucrar en la oración? ¿Sabemos llamar al corazón de Dios?”

Me gusta mucho la expresión del Papa, “llamar al corazón de Dios”, y eso es la oración, es una llamada de corazón a corazón. Una llamada que nace desde nuestro corazón pobre y necesitado al corazón misericordioso de Dios.

Veamos los tres verbos que usa el Señor. El primero es “PEDIR”, esta es la actitud del pobre que necesita recibir de otro lo que no puede conseguir con su propio esfuerzo. El pedir nos pone en esta situación de pobreza, de ser conscientes de nuestra fragilidad e indigencia, sin rastro de orgullo o autosuficiencia. ¿Lo somos en verdad? ¿Qué pedimos al Señor?

Luego habla de “BUSCAR”, que no es solo pedir. Es, además, moverse, dar pasos para alcanzar algo que se nos oculta porque está encubierto o escondido. Cada uno de nosotros debemos ser “buscadores del Reino de Dios y su justicia”. Debemos buscar juntos caminos nuevos para sembrar el Evangelio, aquí y ahora.

Y luego nos habla de “LLAMAR”. Es la actitud del que grita, del que clama a alguien que sabemos o creemos nos puede escuchar y atender. Jesús gritó o llamó al Padre desde la cruz. ¿Gritamos hoy a Dios desde las contradicciones, conflictos o interrogantes de este mundo actual?

No dejemos de orar, no dejemos de pedir, buscar y llamar. Francisco nos dice, y pensemos ahora en este tiempo que todo nos llega por mensajes al teléfono, “Cuando oramos valientemente, el Señor nos da la gracia, e incluso se da a sí mismo en la gracia: el Espíritu Santo, es decir, ¡a sí mismo! Nunca el Señor da o envía una gracia por correo: ¡nunca! Hay que pedirla”.

San Joaquín y Santa Ana, abuelos de Jesús, inspiran esta Jornada de los abuelos y de los mayores. Levanten la mano los que son abuelos y mayores. Yo no la levanto porque el próximo año seré adulto mayor, pero bueno, soy tío abuelo, entonces sí debo levantarla.

Francisco en su mensaje para esta Jornada nos dice: “¡Envejecer no es una condena, es una bendición!”. Esta visión no la comparte el mundo, que vive una “cultura del descarte” y para el que los ancianos y mayores son una carga.

Como dice el mismo Francisco, “Esto va contracorriente respecto a lo que el mundo piensa de esta edad de la vida; y también con respecto a la actitud resignada de algunos de nosotros ancianos, que siguen adelante con poca esperanza y sin aguardar ya nada del futuro”.

El lema de esta II Jornada Mundial es, “En la vejez seguirán dando fruto” (Salmo 92,15). Constituye este lema una mirada diferente a la ancianidad. Y creo, sin lugar a equivocarme, que Francisco es el mejor testimonio de ello. Nos da un ejemplo de vida al seguir adelante, a pesar de su enfermedad y achaques. Está allí, sonriendo, optimista, alegre, y al mismo tiempo, ofreciendo su dolor y sufrimiento.

El Papa nos dice que, “Los ancianos no son parias de los que hay que tomar distancia, sino signos vivientes de la bondad de Dios que concede vida en abundancia. ¡Bendita la casa que cuida a un anciano! ¡Bendita la familia que honra a sus abuelos!”.

Vean la vejez y ancianidad haciendo “planes de existencia” Feliz día a cada abuelo, abuela y persona mayor que está aquí, y como dice el Papa, “no abandonen los remos de la barca”. Deben seguir dando frutos, tienen una nueva misión entre manos, no dejen de dirigir la mirada hacia el futuro.

Nosotros no dejemos de acariciar las canas de los abuelos y mayores y de bendecir su gran corazón. No abandonemos a ellos, debemos darles mucho amor y cuidado. ASÍ SEA.