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“¡Es hora del Ecuador!”

HOMILÍA DEL TERCER DOMINGO DE PASCUA

Quito, 18 de abril de 2021

Por Mons. Alfredo José Espinoza Mateus, sdb

Puede ser que, como los discípulos, también nosotros muchas veces nos sentimos atemorizados, sin palabras, desconcertados e incrédulos.

Por eso, la pregunta que Jesús hace a los discípulos es una pregunta que nos las hace a nosotros: “¿Por qué se alarman? ¿Por qué surgen dudas en vuestro interior?” Y aquí yo me preguntaría: ¿Cuáles son las dudas que surgen en nuestro corazón? ¿Por qué nos resulta difícil comprender la Resurrección? ¿Nos mueve el corazón la Resurrección de Jesús?

El Evangelio de hoy comienza recordándonos el encuentro de los discípulos de Emaús con el Señor Resucitado, ellos lo reconocieron al partir el pan. Habían caminado con Él, pero no lo lograron reconocer. Ahí, al partir el pan se les abren los ojos y logran reconocerlo. Ellos sintieron que en el camino les “ardía el corazón”. Y a nosotros, ¿nos arde el corazón o somos cristianos fríos, apáticos, distantes e indiferentes?

Quiero resaltar una palabra clave en este domingo: TESTIGO. Dos veces resuena esta palabra este domingo. La primera vez es en los labios de Pedro, con la fuerza del Espíritu Santo, da testimonio ante la gente, habla de Cristo Resucitado y dice: “…mataron al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos”. La segunda vez es en los labios de Jesús resucitado. Él abre la mente de los discípulos al misterio de su muerte y resurrección y les dice: “Ustedes son testigos de esto”.

Los Apóstoles, que ven con sus propios ojos al Cristo resucitado, que tocan su carne, que se dan cuenta de que no es un espíritu, que ven sus manos y sus pies, no pueden callar su extraordinaria experiencia. Jesús se había mostrado para que la verdad de su resurrección llegara a todos mediante su testimonio. “Y la Iglesia tiene la tarea de prolongar en el tiempo esta misión; todo bautizado está llamado a dar testimonio, con las palabras y con la vida, que Jesús ha resucitado, que Jesús está vivo y presente en medio de nosotros. Todos nosotros estamos llamados a dar testimonio de que Jesús está vivo” (Francisco).

Francisco nos recuerda que, “El testigo es uno que ha visto, que recuerda y que relata. Ver, recordar y relatar son los tres verbos que describen la identidad y la misión… El testigo es uno que ha cambiado la vida”. Los Apóstoles vieron, recordaron y relataron. Ellos salen a anunciar lo que han visto porque la experiencia de Cristo Resucitado les cambió la vida.

Nosotros no hemos visto con nuestros ojos, pero vemos desde la fe, y desde esa fe hacemos un camino cristiano. ¿Qué anunciamos? ¿Una teoría o una ideología? No, no anunciamos eso, tampoco anunciamos preceptos y prohibiciones. El testigo, nosotros, debemos anunciar “un mensaje de salvación, un evento concreto, es más, una Persona: es Cristo resucitado, viviente y único Salvador de todos” (Francisco).

Y solamente puede ser testimoniado por quienes, como nos dice Francisco, “han hecho una experiencia personal de él, en la oración y en la Iglesia, a través de un camino que tiene su fundamento en el Bautismo, su alimento en la Eucaristía, su sello en la Confirmación, su constante conversión en la Penitencia”.

Recorriendo este camino, un camino de vida, el cristiano puede transformarse en testigo de Jesús Resucitado. Y su testimonio es más creíble cuanto más transparenta un modo de vivir evangélico, alegre, valeroso, humilde, pacífico, misericordioso. No es solamente anunciar de palabra, eso es fácil, es ANUNCIAR CON LA VIDA, es decir, que nuestra vida, una vida dedicada a servir, a amar, a perdonar, a ayudar al necesitado, comprometida con el más pobre, compartiendo lo que tenemos, viviendo las obras de misericordia, son nuestro mayor testimonio, el testimonio de que Cristo ha cambiado nuestra vida, ha transformado nuestro corazón.

En cambio, cuando el cristiano se deja “llevar por la comodidad, por la vanidad, por el egoísmo, si se vuelve sordo y ciego a la pregunta sobre la “resurrección” de tantos hermanos, ¿cómo podrá comunicar a Jesús vivo, como podrá comunicar la potencia liberadora de Jesús vivo y su ternura infinita?” (Francisco).

¿Somos esos testigos creíbles de Jesús Resucitado hoy en nuestros ambientes? ¿Somos cristianos cómodos, que no se comprometen con nada o que simplemente cumplen unas normas pero que no les apasiona Jesús Resucitado? ¿Qué testimonio damos? ¿Nuestras vidas cristianas arrastran, contagian y entusiasman a los demás? Cada uno tiene la respuesta, pero no olvidemos que nuestra misión es ser testigos hoy, testigos de la vida del Resucitado en un mundo frío, indiferente, que vive una nueva normalidad sin haber aprendido toda la lección de la pandemia, en el que a cada uno le importa su vida y no la vida del otro. Ser testigos en un mundo violento, lleno de dolor, de lágrimas y de angustia. En este mundo debemos ser testigos, tú, yo, todos nosotros, pero seremos testigos si hemos dejado transformar nuestras vidas por el que VIVE, por el Señor RESUCITADO.

El domingo anterior, en una jornada de paz, el Ecuador eligió un nuevo Presidente. Los Obispos, conocidos los resultados electorales, publicamos un mensaje al país diciendo claramente que, “¡Es hora del Ecuador!”.

Estoy convencido de que no es una hora fácil para nadie, y peor aún, no es una hora para una sola persona, para quien ha resultado electo Presidente del Ecuador. No dudo en decir que es la hora de todos nosotros porque es una tarea conjunta. No importa si votamos o no por quien resultó electo, ahora nos toca a todos asumir que es nuestra hora y es el momento de trabajar juntos para construir un mejor país.

Es la “Hora” de ser testigos de la justicia, de la solidarid.ad, de la honestidad, de la verdad, del encuentro, del diálogo, de la escucha, de la paz, de aportar lo mejor de uno para bien de todos. Es la “Hora” de ser testigos de la unidad, una unidad que nos hace falta, porque en todos estos años han crecido los muros y han faltado los puentes para encontrarnos como hermanos.

¿Qué vas a aportar tú, qué voy a aportar yo? Yo aportaré lo mejor de mí mismo para el bien de los demás: mi corazón, mis sueños y mis ideales por un Ecuador mejor, pero, sobre todo, quiero aportar la convicción de que soy parte de esa “Hora” y todos somos parte de esa hora, no podemos ser indiferentes a esa tarea de construir juntos un futuro mejor.

No será tarea fácil, hay mucho por hacer, la crisis nos golpea a todos, pero, no podemos caer en el desaliento. Francisco nos dice: “El engaño del “todo está mal” es respondido con “un nadie puede arreglarlo”, ¿qué puedo hacer yo? De esta manera, se nutre el desencanto y la desesperanza, y eso no alienta un espíritu de solidaridad y de generosidad”.

Que María, “La Dolorosa del Colegio” bendiga a nuestro País y bendiga a las nuevas autoridades del Gobierno y de la Asamblea Nacional. ASÍ SEA.