Escucharnos entre nosotros
Por Mons. Alfredo José Espinoza Mateus, sdb
Quito, 01 de marzo de 2023
El Evangelio de hoy comienza con unas palabras duras y cuestionadoras de parte de Jesús: “Esta generación es una generación perversa. Pide un signo, pero no se le dará más que signo que el de Jonás”.
Jesús habla a los doctores de la ley que le piden un signo y los define como “generación perversa”. ¿Por qué le pedían un signo extraordinario? Francisco nos dice claramente: “Antes que nada, porque estaban cerrados. Estaban cerrados en sus sistemas, habían organizado muy bien la ley, una obra maestra. Ellos no entendían que Dios es el Dios de las sorpresas, que Dios es siempre nuevo; que nunca reniega de sí mismo, que nunca dice que se ha equivocado, nunca, pero nos sorprende siempre”.
Y nosotros, ¿Estamos cerrados a las sorpresas de Dios? ¿Nuestra Iglesia, particularmente, nuestra Iglesia Bolivariana, se cierra a las sorpresas de Dios? Nos puede pasar, quizás como a los maestros de la Ley, que exijamos al Señor de la historia con insistencia: ¡Haz un signo! Y no abrimos los ojos, los oídos y el corazón a todos los signos que el Señor está haciendo en este tiempo, en esta historia, en nuestra Iglesia.
No perdamos de vista de que somos el Pueblo de Dios, que está en camino. “¡En camino! Y cuando nos encaminamos, cuando uno está en camino, siempre encuentra cosas nuevas, cosas que no conocía. Es el camino hacia la manifestación definitiva del Señor. La vida es un camino hacia la plenitud de Jesucristo…” (Francisco).
El Camino Sinodal, que venimos recorriendo juntos como Iglesia durante estos años, es el mayor signo que debemos saber descubrir hoy y ahora, no se nos dará otro signo, es el Signo de Dios para nuestro tiempo, para nuestra Iglesia, es la “mayor sorpresa de Dios” para todos nosotros, y no podemos cerrar los ni los ojos ni el corazón, no podemos no escuchar lo que Dios nos está hablando y quizás, me atrevo a decir, “nos está gritando”, porque hemos sido, o somos, en cierta manera, sordos a la voz del Señor.
El Papa Francisco, en el mensaje de Cuaresma, ha unido en forma sencilla, pero profunda, la meta de este tiempo fuerte y el proceso Sinodal. Sabemos que el camino cuaresmal es un camino arduo. “También el proceso sinodal, nos dice el Santo Padre, parece a menudo un camino arduo, lo que a veces nos puede desalentar. Pero lo que nos espera al final es sin duda algo maravilloso y sorprendente, que nos ayudará a comprender mejor la voluntad de Dios y nuestra misión al servicio de su Reino”.
Sabemos todos que la novedad de Cristo es el cumplimiento de la Antigua Alianza y de las promesas; es inseparable de la historia de Dios con su pueblo y revela su sentido profundo. “De manera similar, el camino sinodal está arraigado en la tradición de la Iglesia y, al mismo tiempo, abierto a la novedad” (Francisco).
Este abrirnos a la novedad, buscando nuevos caminos, evita que asumamos posiciones de inmovilismo, que nos alejemos de cualquier experimentación o de cualquier novelería pasajera. Debemos vivir, el camino cuaresmal y este Camino Sinodal, en clave de una transfiguración personal y eclesial. Y para vivir este camino, debemos “Escuchar al Señor”.
Escuchar al Señor en los pobres, quienes son los que mejor entienden el sueño de Dios: “Yo te alabo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque has mantenido ocultas estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla”. Y este escuchar a los pobres es el mayor signo de este Camino Sinodal, un signo que nos mueve a sanar las heridas del mundo.
Escuchar a nuestros hermanos indígenas, afrodescendientes y a las culturas minoritarias. Todos ellos nos ayudan a mirar nuestra realidad con una mirada de amor y a vivir el evangelio encarnado en múltiples y distintas culturas.
Escuchar a los jóvenes, a los que el Papa invita a soñar, a apostar, a armar líos para un mundo y para una Iglesia nueva, abierta a su voz, a su “ahora”.
Escuchar a los laicos. Ya el Concilio afirmó que era “La hora de los laicos”. Hoy debemos dar esa sorpresa como Iglesia, debemos vivir esa hora, debemos concretarla y ponerla en marcha. Escuchemos con urgencia a los laicos y laicas que nos acompañan en la animación de las parroquias, que viven sus carismas particulares en sus movimientos, que sueñan con sus ministerios de catequistas, acolitado y lectorado, que “no son nuestros empleados”, como acentuó Francisco a los Obispos en Chile.
Escucharnos entre nosotros. Que seamos esa Iglesia de la escucha y una Iglesia que sueña un nuevo camino. Recordemos que los caminos se hacen al andar con fe, esperanza, valentía, compromiso y decisión. Hay que encontrar esos caminos, estamos hoy llamados a construir esos caminos, caminos renovados, no digo nuevos, sino camino que debemos renovar porque vamos abriéndonos al Dios de las sorpresas y de los signos concretos.
Hay “otras escuchas”: escuchemos el mundo digital y las redes; escuchemos la voz de la mujer y su papel protagónico y participativo en la Iglesia; escuchemos la religiosidad popular como un lugar y tiempo teológico de evangelización, purificación, conversión y acompañamiento pastoral.
Como hijo de un gran soñador, les invito a soñar con esperanza en una Iglesia nueva, que responda a lo que Jesús nos está pidiendo hoy y que nuestros hermanos nos exigen. Como decía Mons. Miguel en su charla introductoria: “Hoy es esa oportunidad”, no será mañana, es hoy, quizás mañana ya no exista y si no tomamos esa oportunidad habrá pasado el signo y el ahora de Dios para nuestra Iglesia.
Pongamos nuestras “manos” para que Dios trabaje, pero también, pongamos nuestro corazón, pongamos nuestros sueños, pongamos la vida, en la misión que tenemos. Y como nos dice Francisco, “…el camino sinodal no debe hacernos creer en la ilusión de que hemos llegado cuando Dios nos concede la gracia de algunas experiencias fuertes de comunión. También allí el Señor nos repite: “Levántense, no tengan miedo”. Bajemos a la llanura y que la gracia que hemos experimentado nos sostenga para ser artesanos de la sinodalidad en la vida ordinaria de nuestras comunidades”.
Con María, levantémonos y salgamos de prisa a servir y a vivir la alegría eclesial de ser esos “artesanos” de una Iglesia en salida para este “ahora de Dios”. ASÍ SEA