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¿Escucho a los demás?

HOMILÍA EN EL II DOMINGO DE CUARESMA

Por Mons. Alfredo José Espinoza Mateus, sdb

Quito, 05 de marzo de 2023

Caminamos, avanzamos, en este camino de Cuaresma que hemos empezado hace unos días. Y este camino, como nos dice el Papa Francisco, “…parece a menudo un camino arduo, lo que a veces nos puede desalentar. Pero lo que nos espera al final es sin duda algo maravilloso y sorprendente, que nos ayudará a comprender mejor la voluntad de Dios y nuestra misión al servicio de su Reino”.

Sabemos que no es fácil el cambio, la conversión, el dejar las cosas atrás y asumir nuevas actitudes. Muchas veces nos dejamos vencer por las tentaciones, nos dejamos engañar y caemos en el pecado.

Pero a pesar de que es arduo el camino, debemos seguir, no podemos detenernos, no podemos parar. ¡Avancemos hacia la Pascua!.

Quiero detenerme un momento en la primera lectura del libro del Génesis, la misma que nos narra la vocación de Abraham, padre del pueblo de Dios.

Dios llama a hombres concretos, a personas concretas. Es un llamado radical, es un llamado exigente, es un llamado que cuesta seguir, es un llamado que espera una respuesta. Le dice Dios a Abraham: “Sal de tu tierra y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré”. Es decir, Dios le pide dejar todo y confiar plenamente en Él. Pero al mismo tiempo, si el hombre responde, Dios bendice: “Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré… bendeciré a los que te bendigan…”.

En este relato, podemos ver reflejada la historia de miles de cristianos que han vivido su fe con profundidad y entrega generosa. Pudiéramos decir, sin miedo a equivocarnos, que lo que somos como Iglesia, como comunidad, como personas, es fruto de esas bendiciones prometidas a Abraham, reiteradas a lo largo de los siglos y reflejadas en nosotros.

Hemos recibido la fe en un Dios que es amor, un Dios que sale al encuentro de cada hombre, como nos dice Francisco, “un Dios que nos primerea, que va Él primero a nuestro encuentro”. Celebramos esa fe y la compartimos, porque otros se han atrevido a salir de su tierra, a dejar sus comodidades, a dejar a sus padres, a su familia, y aplicándome a mí, a dejar mis redes y lanzarme a ser pescador de hombres.

Y quiero hacerles una pregunta, queridos hermanos: ¿Dios te llama a ti? ¿Has sentido la llamada de Dios en tu vida? ¿A qué te llama Dios? Cada uno debe responder pero te diría que sí, que Dios te llama. La llamada de Dios se renueva para cada uno de nosotros. Estamos invitados a “salir de la tierra” y a marchar por los caminos que el Señor nos muestra. Estás llamado a ser padre y madre de familia, estás llamado a ser creyente, miembro de una comunidad de fe, estamos llamado a ser catequista, Ministro de la Eucaristía o de la Palabra, estás llamado quizás a la vida política, estás llamado a vivir coherentemente tu fe y vivirla en clave sinodal, a ser “artesanos de sinodalidad”, a ser miembro de una Iglesia que camina junta y que escucha la voz del Señor.

Y tú joven, puede ser que estés llamado al sacerdocio o a la vida religiosa, ¿por qué no? ¿Será fácil responder? No, no lo será, pero si lo haces te aseguro que encontrarás el verdadero sentido de tu vida.

El Evangelio de hoy nos presenta el relato que llamamos la Transfiguración del Señor. Me quiero centrar en la ESCUCHA. Los tres discípulos están asustados, mientras una nube luminosa los envuelve y resuena una voz desde lo alto, como en el bautismo en el Jordán: “Este es mi Hijo, el amado: escúchenlo”.

El camino cuaresmal es una invitación, personal y comunitaria, a escuchar al Hijo, a escuchar a Jesús. Sin escucha no hay posibilidad de aprender del Maestro; sin escucha no es posible comprender lo que Dios nos pide hoy, para esta historia, para esta Iglesia que debemos construir juntos.

Se nos pide “Escuchar al Hijo amado”. Para poder escucharlo debemos conocer al que nos habla. Por eso, podemos preguntarnos: ¿Conozco a Jesús? ¿Me he encontrado con Él en mi vida? ¿He escuchado su voz o me hago sordo a esa voz y a lo que me pide?

Pero también, preguntémonos: ¿Escucho a los demás? ¿Me cuesta escuchar al otro? ¿Dedico tiempo a escuchar a Dios en su Palabra y en la oración?

El Papa Francisco nos habla de una “cultura de la escucha”, escuchar al hermano, escuchar al que está cerca de mí, escuchar lo que el otro me quiere decir. Y como creyentes, nos hemos también olvidado de escuchar lo que el Señor nos quiere decir. “Ser creyentes es vivir escuchando a Jesús. Más aún. Sólo desde esta escucha nace la verdadera fe cristiana”.

Para escuchar a Jesús, para escuchar al otro, debemos salir de nuestros esquemas, es que a veces solamente nos escuchamos a nosotros mismos. Pregúntate ahora:

¿Qué te pide el Señor hoy en tu vida? Lo que te pide es un cambio de vida, mirar a tu interior, date cuenta de que has recorrido un camino que te aleja de Dios y de los demás, camino que debes rectificar. Te pide mayor paciencia, comprensión, servicio, solidaridad, generosidad, amor y mayor escucha.

Que el esposo escuche a la esposa, que la esposa escuche al esposo, que los padres escuchen a sus hijos… escúchenlos, tienen algo que decirles, den tiempo para escucharlos. Que los hijos escuchen a sus padres, que los amigos escuchen a sus amigos, que el sacerdote escuche a sus fieles y que los fieles escuchen a sus sacerdotes… ahí está el compromiso… Escuchar.

Hoy se nos pide “Escuchar a Jesús”. Escuchar a quien es la Verdad. Escuchar su mensaje. Falta en nuestras comunidades la escucha fiel a Jesús. Escucharle a Él nos puede curar de nuestra indiferencia, de nuestras cegueras que nos impiden ver el sufrimiento del otro, nos puede liberar de desalientos y cobardías, nos devuelve la esperanza frente a crisis y problemas, y sobre todo, nos infundirá un nuevo vigor a nuestra fe, y ser así testigos auténticos ante los demás.

Francisco nos dice: “La voz de orden para los discípulos y para nosotros es esta: “Escúchenlo”. Escuchen a Jesús. Es Él el Salvador. Seguidlo. Escuchar a Cristo, de hecho, comporta asumir la lógica de su misterio pascual, ponerse en camino con él, para hacer de la propia existencia un don de amor a los otros, en dócil obediencia con la voluntad de Dios, con una actitud de separación de las cosas mundanas y de libertad interior. Es necesario, en otras palabras, estar prontos a “perder la propia vida”, donándola para que todos los hombres sean salvados y para nos reencontremos en la felicidad eterna”.

Que María nos sostenga en este camino de escucha que nos lleva a su Hijo. ASÍ SEA.