Skip to main content

Estamos llamados a afrontar con fraternidad las necesidades de este mundo

Homilía del Domingo XVIII del Tiempo Ordinario

Quito, 02 de agosto de 2020

En la Palabra de Dios, la simbología del banquete para describir el amor de Dios. Podemos poner algunos ejemplos de ello: la Pascua de Egipto se celebra en un banquete, también el Pacto del Sinaí. La abundancia del mundo por venir es a menudo retratada como un banquete.

Isaías nos habla de un banquete, al que estamos invitados todos. Pero hay una sola condición: tener “sed de Dios”. El Señor nos invita a ir hacia Él y sellar con Él una “alianza perpetua”.

Esa alianza no es el del pasado, es una alianza que se renueva hoy. Nosotros estamos también invitados a participar de ese banquete, a descubrir lo esencial, a no ir por aquello que no alimenta ni da sentido a la vida. Y aquí me vienen a la mente varias preguntas: ¿Escuchamos esa invitación de Dios? ¿Tenemos se de Dios, de su Palabra de vida? ¿Vamos por lo esencial o nos perdemos por tantas cosas superfluas en nuestras vidas?

Es que Dios, es un Dios que abre su mano y nos sacia, como hemos repetido en el salmo. Nos sacia de amor, de misericordia, de clemencia, de piedad, de justicia y bondad en todas sus acciones.

Es un Dios “cariñoso” con todos. Francisco nos ha insistido muchas veces en que cada uno es portador de la “caricia” de Dios para con los demás. Y, sobre todo, es un Dios cercano de “los que lo invocan”. No es un Dios lejano. ¿Lo sentimos así, cercano, cariñoso y misericordioso? O, ¿seguimos teniendo la imagen de un Dios lejano, castigador y juez implacable?

Si vemos a Dios cercano, si lo seguimos, si tenemos “sed” de Él, haremos vida lo que nos dice San Pablo en la segunda lectura: nada ni nadie nos podrá separar del amor de Cristo.

Es que el amor de Cristo es lo que nos da la fortaleza en nuestras vidas. Contra ese amor, si vivimos ese amor, ni la tribulación, de la muerte, de la persecución, ni el hambre, ni la desnudez, ni la pandemia, para hablar con lenguaje de hoy, nos podrá separar del amor de Dios que se ha manifestado en Cristo Jesús.

¿Estás unido a ese amor? ¿Cristo es la fortaleza en tu vida? ¿Qué te separa de Dios? Piensa bien y respóndete a ti mismo, ¿Qué te separa de Dios?

Y el Señor es cercano, y lo vemos hoy en el Evangelio de este domingo. Jesús se retira a un lugar aislado, muchos se enteran de que está allí y lo siguen y lo encuentran. Van a buscarlo, van a pedirle algo, van los pobres, los enfermos, los sencillos. Particularmente me encanta la frase del Evangelio: “Al ver a la multitud, Jesús se compadeció de ella y curó a los enfermos”.

 

Sentir compasión, Jesús se compadece, no es indiferente al sufrimiento de la gente. No es ese lejano, es muy cercano. Y desde esa compasión, una compasión activa, se pone a curarlos, sanarlos, escucharlos, alentarlos y les hace sentir su amor.

Pero, ¿qué ven los discípulos? Simplemente ven a una multitud que tiene hambre. No ven más allá. Por eso le piden que los despida para que vayan a los poblados a comprar algo para comer.

Sorprende la respuesta de Jesús: “Denles ustedes de comer”. Y este mandato hoy es más urgente que nunca. El hambre es un problema demasiado grave para desentendernos unos de otros y dejar que cada uno lo resuelva como pueda. No es el momento de separarse, no es el momento de la indiferencia, frente a la grave crisis económica y humanitaria que ha desatado esta pandemia, frente al hambre de nuestra gente, debemos escuchar hoy las mismas palabras de Cristo: “denles ustedes de comer”.

El Papa Francisco nos habla de “tres mensajes” que nos trae este pasaje evangélico. El primer es la COMPASIÓN: “Ante la multitud que lo seguía y, por decirlo así, “no lo dejaba en paz”, Jesús no reacciona con irritación, no dice: “Esta gente me molesta”. No, no. Sino que reacciona con un sentimiento de compasión, porque sabe que no lo buscan por curiosidad, sino por necesidad”.

Pero, insiste el Papa, “compasión no es sencillamente sentir piedad; ¡es algo más! Significa com-partir, es decir, identificarse con el sufrimiento de los demás, hasta el punto de cargarlo sobre sí.  Así es Jesús: sufre junto con nosotros, sufre con nosotros, sufre por nosotros”.

Y, nosotros, ¿sufrimos junto, con y por los demás? Quizás vivimos la cultura de la indiferencia tan metida en el mundo de hoy. Sé que para todos es difícil el momento, hay crisis en todo lado, pero siempre hay alguien más pobre que sufre a nuestro lado, y ahí estamos llamados a compadecernos, a com-partir lo que somos y lo que tenemos.

Son cientos de miles los que han perdido su trabajo hoy, son miles de miles los que no tienen para comer, no tienen para vestirse, no tienen para educarse, no tienen para medicinas. Esta crisis ha agudizado la pobreza en nuestro país, no podemos virar la cara para otro lado, debemos ver y ver bien. Tenemos necesidades, pero nunca serán tan urgentes como las necesidades de los más pobres que no tienen lo necesario para vivir.

El segundo mensaje, según Francisco, es el de COMPARTIR. La posición de los discípulos es despedir a la gente, cada uno debe arreglarse. Jesús les dice: “denles ustedes de comer”. Dos reacciones, dos lógicas opuestas: “los discípulos reaccionan según el mundo, para el cual cada uno debe pensar en sí mismo… Jesús razona según la lógica de Dios, que es la de compartir”. No hay que mirar hacia otro lado, no es seguir esa lógica del mundo de que cada uno debe arreglarse por sí mismo, esto es un verdadero egoísmo, es cerrar el corazón a Dios presente en el pobre.

Si Jesús hubiese aceptado el razonamiento de los discípulos, y despedido a todos, seguramente mucha gente se hubiera quedado sin comer. “Esos pocos panes y peces, compartidos y bendecidos por Dios, fueron suficientes para todos. ¡Y atención! No es magia, es un “signo”: un signo que invita a tener fe en Dios, Padre providente, quien no hace faltar “nuestro pan de cada día”, si nosotros sabemos compartirlo con hermanos”.

El milagro se produce porque hubo alguien que supo compartir lo poco que tenía. No hay que tener mucho para compartir, es más, muchas veces los que tienen mucho no comparten nada, desgraciadamente es así.

Y el tercer mensaje es que el prodigio de los panes preanuncia la EUCARISTÍA: “Se lo ve en el gesto de Jesús que “lo bendijo” antes de partir los panes y distribuirlos a la gente. Es el mismo gesto que Jesús realizará en la Última Cena, cuando instituirá el memorial perpetuo de su Sacrificio redentor”.

Se nos invita hoy a saber partir, compartir y repartir. Partir nuestra vida y lo que tenemos, compartir lo que somos y repartir para que otros tengan vida. Y con estas actitudes debemos ir a la Eucaristía, nos lo dice Francisco: “Quien va a la Eucaristía sin tener compasión hacia los necesitados y sin compartir, no está bien con Jesús. Compasión, compartir, Eucaristía. Este es el camino que Jesús nos indica en este Evangelio”.

Estamos llamados a afrontar con fraternidad las necesidades de este mundo. Por eso, les comparto con alegría la creación del Banco Arquidiocesano de Alimentos de Quito. Un proyecto que busca precisamente el compartir y el partir, y ello porque sabemos ver las necesidades de los demás, porque miramos con ojos compasivos, como mira Jesús. Únanse a este proyecto, están abiertas las puertas para todos, nos encuentran en las redes, podemos responder a sus preguntas…ASÍ SEA.