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¡Feliz Navidad!

HOMILÍA DE NAVIDAD

Quito, 25 de diciembre de 2021

¡Feliz Navidad! Proclamemos a viva voz esta gran alegría que llena nuestros corazones. ¡Es Navidad! Dios ha venido a nosotros, Dios se ha hecho Niño, se ha hecho hombre, para salvarnos. Es un Dios que nos habla, es la Palabra que debemos escuchar hoy y siempre.

Que nuestro deseo de Navidad rompa toda monotonía y costumbre. El gran peligro que podemos correr en estos tiempos es el de habernos acostumbrados a esta celebración y que no nos diga nada a nosotros.

Es que la rutina y la costumbre van vaciando de vida nuestra existencia. Por eso, “no nos puede extrañar demasiado que la celebración de la Navidad, envuelta en superficialidad y consumismo alocado, apenas diga ya nada nuevo ni gozoso a tantos hombre y mujeres de “alma acostumbrada”…” (José Antonio Pagola)

¿Es así para nosotros hoy que celebramos esta Eucaristía? ¿No nos dice nada la Navidad? ¿Nos hemos acostumbrado a escuchar que “Dios ha nacido en un portal de Belén”? ¿No nos conmueve ni sorprende un Dios que se ofrece como niño, que se hace niño?

Quizás nos hemos olvidado de ser niños, y lo hemos sido todos los mayores que estamos aquí. Quizás hemos perdido ese corazón de niño que sabe sorprenderse ante las cosas, y puede ser que nos hemos olvidado que, la primera mirada de Dios al acercarse al mundo ha sido una mirada de niño.

¿Qué nos ha pasado? ¿Por qué hemos olvidado a un Dios que se hace niño para salvarnos? Es que nos hemos confundido en un camino de superficialidad, de consumismo, de tener y de poder. Francisco nos lo recuerda: “El hombre se convierte en ávido y voraz. Parece que el tener, el acumular cosas es para muchos el sentido de la vida… Una insaciable codicia atraviesa la historia humana, hasta las paradojas de hoy, cuando unos pocos banquetean espléndidamente y muchos no tienen pan para vivir”

¿Cómo romper estas cadenas de nuestras vidas? Creo yo que podemos hacerlo haciendo lugar a Dios en nuestro corazón, en nuestras vidas, dejando que el Señor nazca en cada uno y al hacerlo cambie nuestros corazones y el sentido de nuestras vidas.

Debemos todos contemplar el pesebre, “Ante el pesebre, comprendemos que lo que alimenta la vida no son los bienes, sino el amor; no es la voracidad, sino la caridad; no es la abundancia ostentosa, sino la sencillez que se ha de preservar” (Francisco).

Contemplando el pesebre y abriendo nuestro corazón al Misterio de la Navidad, podremos superar la cima del egoísmo y esforzarnos por no resbalar en los barrancos de la mundanidad y del consumismo, que están ahí, que nos rodea, que nos envuelve y nos domina si no estamos atentos.

Hoy en Navidad, preguntémonos de verdad: “¿Necesito verdaderamente tantas cosas, tantas recetas complicadas para vivir? ¿Soy capaz de prescindir de tantos complementos, para elegir una vida más sencilla?” (Francisco).

Contemplemos la sencillez del pesebre y tendremos la respuesta. Esta es la gran noticia de la Navidad. Dios es y sigue siendo un Misterio, pero es un misterio diferente, es un Misterio de amor, es Dios que se nos ofrece cercano, indefenso, entrañable, desde la ternura y la transparencia de un niño.

Este Niño debe cambiar nuestras vidas, este Niño debe dar sentido a nuestro ser, este Niño debe ayudarnos a encontrar el camino que nos lleva a Dios y nos lleva al hermano, este Niño debe abrir nuestros corazones a la solidaridad, al compartir, a la generosidad, este Niño debe cambiar nuestros pensamientos egoístas e indiferentes y nos debe llevar a comprender que el otro es mi hermano, que no puedo cerrar los ojos y las manos a los descartados de este tiempo, que hay otros que sufren y han sufrido en sus vidas y en sus familias los desastres de la pandemia.

Hay tanto que contemplar en el pesebre, hay tanto que orar ante el pesebre, hay tanto que agradecer ante el pesebre. Este es el mensaje de la Navidad, un mensaje que debe llevarnos a salir al encuentro de ese Dios hecho Niño, un Dios que viene en amor a salvarnos y un Niño que nos pide cambiar el corazón, hacernos niños, nacer de nuevo, recuperar la transparencia del corazón, abrirnos confiadamente a la gracia y el perdón.

Recibamos la Palabra, muchos no la recibieron ni la reciben hoy, pero nosotros estamos llamados a recibir la Palabra de Dios, como nos dice el evangelista Juan: “Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad”.

Que Jesús, Palabra de Dios, hecho niño, hecho hombre, ilumine nuestras vidas. Juan nos recuerda que, “La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre”. No nos cerremos a esta luz, dejémonos iluminar por ella, que el Señor ilumine nuestras vidas e ilumine las tinieblas del mundo.

Que esa luz nos permita mirarnos con sencillez y sin reservas. Hagamos un poco de silencio a nuestro alrededor para escuchar la Palabra. Olvidemos nuestras prisas, nerviosismos, regalos y compromisos y abrámonos al Niño que contemplamos en el pesebre.

Escuchemos dentro de nosotros ese “corazón de niño” que no se ha cerrado todavía a la posibilidad de una vida más sincera, bondadosa y confiada en Dios.

Abramos nuestros brazos y nuestro corazón para acoger al Niño que María, nuestra buena Madre nos da. Ella nos trae el mejor regalo a nuestras vidas, el verdadero y único regalo, a su Hijo, hecho niño. ¿Estás dispuesto a acogerlo en tu corazón en esta Navidad? ¿Estamos dispuesto a hacerlo? ASÍ SEA.