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“Gracias, Señor porque tengo la vida”

Homilía de lII Domingo de Adviento

Quito, 13 de diciembre de 2020

Seguimos en camino en este tiempo de Adviento. No nos hemos detenido, vamos caminando, esperando llegar a Belén para encontrarnos con un Dios que se hace Niño, un Dios que viene a salvarnos.

Los domingos anteriores, la liturgia ha subrayado lo que significa tener una actitud de vigilancia y lo que implica concretamente preparar el camino del Señor. Y hemos vivido los dos primeros domingos con las actitudes de ESPERANZA y de FORTALEZA.

Hoy, en este tercer domingo de Adviento, viviremos la ALEGRÍA. Es el “domingo de la alegría”. La liturgia nos invita a entender el espíritu con el que tiene lugar todo esto, es decir, precisamente la alegría. Sí, queridos hermanos, debemos estar alegres porque está cerca la llegada del Salvador.

El Papa Francisco nos dice, en este tercer domingo de Adviento, que “San Pablo nos invita a preparar la venida del Señor asumiendo tres actitudes. Escuchad bien: tres actitudes. Primero, la alegría constante; segundo, la oración perseverante; tercero, el continuo agradecimiento. Alegría constante, oración perseverante y continuo agradecimiento”.

La invitación de San Pablo es clara: “Estad siempre alegres”. Es decir, permanecer siempre en la alegría, incluso cuando las cosas no van según nuestros deseos; pero está esa alegría profunda que es la paz, también eso es alegría, está dentro.

Y estas palabras de San Pablo son hoy más actuales que nunca. En medio de esta tormenta, que vuelve a arreciar en estos días, debemos mantener la paz interior. El cristiano es una persona que tiene lleno el corazón de paz, porque sabe centrar su alegría en el Señor incluso cuando atraviesa momentos difíciles de la vida. Tener fe no significa no tener momentos difíciles sino tener la fuerza de afrontarlos sabiendo que no estamos solos. Y esta es la paz que Dios dona a sus hijos.

Y no estamos solos, estamos con Dios, un Dios que viene, que se acerca, que quiere salvarnos, que espera encontrarse con cada uno, lo importante es que vayamos todos, cada uno, al encuentro del Señor. Ese encuentro nos dará la paz y nos dará la auténtica alegría.

Sí, queridos hermanos, estar alegres en este tiempo de pandemia, no es un contrasentido, no significa no reconocer la gravedad del tiempo que vivimos, no significa no cuidarnos y respetar todas las medidas de bioseguridad. Significa que Dios nos da la paz, que estamos en sus manos, confiados en Él y que esa confianza nos da la verdadera alegría.

La alegría que caracteriza este tiempo de espera de la llegada del Mesías se basa en la oración perseverante, como nos dice San Pablo: “Orad constantemente”. Esta debe ser nuestra segunda actitud, porque solamente por medio de la oración, podemos entrar en una relación estable con Dios, que es la fuente de la verdadera alegría.

Nuestra alegría, la alegría del cristiano, no se compra, ni tampoco se puede vender. Nuestra alegría viene de la fe y del encuentro con el Señor, que es la razón de nuestra felicidad.

Por eso, debemos estar más unidos al Señor, más cercanos a Jesús, y solamente ahí, en esa relación personal, podemos encontrar la serenidad interior, incluso en medio de la tormenta de hoy.

¿Ponemos nuestra vida en el corazón del Señor? ¿Le ofrecemos lo bueno de cada día y también nuestras angustias? ¿En este tiempo de incertidumbre, nos hemos acercado al Señor? Si no lo hemos hecho, debemos hacerlo. Encontrarnos en la oración con el Señor, poner en Él todo, confiar en Él.

Y San Pablo, por último, nos invita a “dar gracias en toda ocasión”. Saber agradecer al Señor. No dejar de dar gracias. Y hoy, debemos dar gracias, sí, decirle “Gracias, Señor porque tengo la vida”, un don como nunca más preciado. Preguntémonos si tenemos ese amor agradecido con Dios. Él de hecho, es muy generoso con nosotros y nosotros estamos invitados a reconocer siempre sus beneficios, su amor misericordioso, su paciencia y su bondad, por eso, debemos vivir así, en un incesante agradecimiento.

Seamos profetas de la alegría, cristianos que anuncien la alegría. “El cristiano que ha encontrado a Jesús no puede ser un profeta de desventura, sino un testigo y un heraldo de alegría. Una alegría a compartir con los demás; una alegría contagiosa que hace menos fatigoso el camino de la vida” (Francisco).

Como Juan Bautista, que es el “hombre de la espera”, sepamos esperar al Señor que viene a salvarnos, sepamos ser fieles y pacientes en esta espera, y comprometámonos a ser siempre “testigos” del Señor en el mundo de hoy, testigos que sepan “vendar los corazones desgarrados”, y hay muchos corazones desgarrados por el dolor, las lágrimas, la incertidumbre y el miedo.

Seamos, como Juan, “testigos de la luz”, en un mundo lleno de oscuridad. Seamos portadores de un rayo de esperanza a los corazones entristecidos de este tiempo. Portemos la luz de Cristo a los demás, pero antes, dejémonos iluminar por esa luz.

“Alegría, oración y gratitud”, vivamos así este tercer domingo de Adviento. Digamos todos juntos: alegría, oración y gratitud.

En esta última parte del camino de Adviento, pongamos toda nuestra confianza en María. Ella, como nos dice Francisco, “es “causa de nuestra alegría”, no solo porque ha procreado a Jesús, sino porque nos refiere continuamente a Él” ASÍ SEA.