Skip to main content

Hemos sido testigos de la cercanía y del afecto del Papa Francisco hacia Ecuador.

Solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo – Día del Papa

(Capilla de la Nunciatura Apostólica – Quito,  29 de junio de 2020)

                El 29 de junio, Solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, celebramos el Día del Papa, el Sucesor de Pedro en la sede de Roma. Y cada año la Nunciatura ofrece una Recepción al Cuerpo Diplomático, a miembros del Gobierno y de los diferentes partidos, también de la oposición, sociedad civil, Iglesia, etc.

         Este año entendimos que no estábamos para celebraciones, ya que Ecuador -como muchos otros países- ha vivido el luto más grande de su historia a causa del coronavirus, agravado por una crisis social y económica. ¿Qué hacer, entonces? Interpretando los deseos del Santo Padre Francisco, nos reunimos en esta Santa Misa, momento de oración de sufragio y súplica a nuestro Dios. Y lo hacemos desde esta Capilla de la Nunciatura Apostólica, la Casa del Papa en Ecuador, porque todavía no podemos tener celebraciones públicas y masivas. Por otra parte, el equivalente de los gastos que la recepción para el Día del Papa habría implicado he decidido destinarlo a Pastoral Social-Cáritas para que lo use en ayudas de alimentación a los más necesitados.

Hoy tenemos un recuerdo especial para todos los fallecidos por el Covid-19 y para sus familiares. Me conmueve el pensar en quienes no han podido sentir la mano o la voz de un ser querido en sus últimos momentos o en el llanto desconsolado de sus familiares que no han podido acompañarles en la enfermedad y sufren el luto de no haberse podido despedir de los que han partido. Y nos viene bien compartir esas lágrimas!

Oramos hoy por todos los enfermos de este coronavirus. También ellos y sus familiares debieron sufrir en soledad o en aislamiento. Y muchos me hablan de las secuelas que están sintiendo.

Oramos por los médicos y demás personal sanitario. Toda la sociedad ha sentido más que nunca la gratitud por los médicos, enfermeros y todos los trabajadores de la salud, que han estado en primera línea para llevar a cabo un servicio arduo y a veces heroico. Han sido un signo visible de humanidad que reconforta el corazón. Muchos de ellos cayeron enfermos y algunos por desgracia murieron en el ejercicio de su profesión.  La presencia fiable y generosa del personal médico y paramédico fue el punto de referencia seguro para los enfermos, pero también para los familiares, que no tenían la posibilidad de visitar a sus seres queridos. Y fueron capaces de combinar la competencia profesional con atenciones que son expresiones concretas de amor. Los pacientes -les decía el Papa Francisco-a menudo sentían que tenían a su lado “ángeles” que les ayudaban a recuperar la salud y, al mismo tiempo, les consolaban, apoyaban y a veces les acompañaban hasta el umbral del encuentro final con el Señor. Han atestiguado la cercanía de Dios a los que sufren.

Oramos por quienes han trabajado en primera fila por el bien común: por los militares y los policías, que garantizaban la seguridad de todos, por los agricultores, los transportistas, los comerciantes y tantos otros que, como ellos, han hecho que llegaran a nuestras mesas los alimentos o funcionaran los diferentes servicios, oramos por las autoridades del País -como ha hecho el Papa Francisco- pues enfrentan la seria responsabilidad de tomar decisiones por el bien de todos que no siempre son comprendidas; oramos por los más afectados por la crisis sanitaria y social, debido a otros problemas de salud, pobreza o abandono, por aquellos que han perdido el empleo...

         Venimos delante del Señor a presentarle a todas estas personas, a orar por ellas, a pedirle Su Bendición. Pedimos por este pueblo que necesita no perder el ánimo y luchar para superar esta tragedia, de la cual solo podremos salir si estamos unidos, ya que vamos en la misma barca y no vale el “¡sálvese quien pueda!”. Van a hacer falta el compromiso, la fuerza y la dedicación de todos. El personal sanitario, como otras muchas personas, nos ha dado innumerables testimonios de amor generoso y gratuito, han sido artesanos silenciosos de la cultura de la cercanía y de la ternura -como decía el Papa Francisco-. Aunque exhaustos, han seguido esforzándose con profesionalidad y abnegación. Y eso genera esperanza.

         Sobre estos valores podremos salir de esta crisis más fuertes espiritual y moralmente; y esto depende de la conciencia y de la responsabilidad de cada uno de nosotros. Pero no solos sino juntos y con la gracia de Dios. “Como creyentes -nos invitaba el Papa Francisco- nos corresponde dar testimonio de que Dios no nos abandona, sino que da sentido en Cristo también a esta realidad y a nuestro límite; que con su ayuda se pueden afrontar las pruebas más duras. Dios nos creó para la comunión, para la fraternidad, y ahora, más que nunca, se ha demostrado ilusoria la pretensión de centrar todo en nosotros mismos, de hacer del individualismo el principio rector de la sociedad. Pero tengamos cuidado porque, tan pronto como la emergencia haya pasado, es fácil resbalar, es fácil volver a caer en esta ilusión. Es fácil olvidar rápidamente que necesitamos a los demás, alguien que nos cuide, que nos dé valor. Olvidar que todos necesitamos un Padre que nos extienda la mano. Rezarle, invocarle, no es una ilusión; ¡la ilusión es pensar en prescindir de él! La oración es el alma de la esperanza”.

         Y hoy, Día del Papa, oramos por el Papa Francisco, como él no cesa de pedirnos en cada ocasión. Cada vez que me encuentro con él, le pido que me dé su bendición para mi pueblo, Ecuador. Y siempre -sin faltar una vez- me ha respondido: “Si, con gusto. Pero diles que no se olviden de rezar por mí”. Y eso es lo que hago hoy. Oremos por el Papa Francisco!

         “Cuando Pedro estaba en la cárcel -nos dice la Palabra de Dios-, toda la Iglesia oraba incesantemente a Dios por él” (Act 12,5). El Pedro de hoy se llama Francisco y no está en la cárcel pero lleva sobre sus espaldas “la preocupación por todas las Iglesias”, como dice San Pablo (2 Cor 11, 28). Y no sólo, sigue y se preocupa por los sufrimientos de las personas en cada País, en cada situación límite.

         En estas semanas de confinamiento, el Papa Francisco se ha convertido en el párroco del mundo, con sus Misas diarias desde Santa Marta, las Audiencias de los miércoles y los Angelus de los domingos, aunque hechos en la soledad. Como aquel momento de oración en la Plaza de San Pedro vacía hacía sentir que estábamos todos allí, que nunca había estado tan llena esa Plaza.

Nos ha ido recordando las palabras de Jesús, que nos llama a confiar en Él: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Y nos ha invitado a tomar este tiempo de prueba como un tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es, para restablecer el rumbo de la vida hacia el Señor y hacia los demás, para entender que no somos autosuficientes y que solos nos hundimos, para invitar al Señor a nuestra barca para que nos ayude a convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo, para que traiga serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere, para que nos interpele y nos invite a despertar la solidaridad y la esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece naufragar, para descargar en el Señor todo nuestro agobio, porque Tú nos cuidas” (cf. 1 P 5,7).

         Hemos sido testigos de la cercanía, del afecto del Papa Francisco hacia Ecuador. Me sorprendió constatar en el primer encuentro después de mi nombramiento como Nuncio Apostólico en Quito, descubrir cuanto conoce y cuánto ama el Papa a este pueblo y a esa Iglesia, de la que aprendió la devoción a la Madre Dolorosa del Colegio, a quien me dice que se dirige diariamente orando por Ecuador. Y nos ha sorprendido gratamente cuando ha enviado dos respiradores, que me ha cabido el honor de entregar el miércoles pasado en las manos del Ministro de Salud Pública y del Vice-Canciller de la República, respiradores que significan vida y que, como me aseguró la Doctora Gerente del Hospital Eugenio Espejo, serían inmediatamente puestos a funcionar. Son sólo una gota en un mar de necesidades, pero son el signo del afecto de un Padre que nos acompaña y nos guía en la fe y en la esperanza. Y me acaba de llegar la noticia de que están llegando otros materiales médicos especializados (sistemas infusionales volumétricos y un saturímetro), que el Papa destina a la Amazonia, en concreto al Vicariato Apostólico de Aguarico.

         Pidamos al Señor en esta Misa, pero también hagámoslo siempre, que conceda a Su Santidad el Papa Francisco la fuerza que necesita para llevar a cabo cada día la misión tan ardua que Dios le ha confiado, que le ilumine a la hora de tomar sus decisiones -ya que él acostumbra discernir cada cosa delante de Dios-. Y les confío una cosa personal: siempre que oro por el Papa pido a Dios que le conceda alegría en el servicio, ya que disgustos se lleva tantos cada día! Les invito a que cada uno de ustedes haga propia esta oración.

         Y una última intención de oración: alrededor de esta fiesta muchas Diócesis realizan las Ordenaciones Sacerdotales, razón por la cual muchos sacerdotes y Obispos están celebrando su aniversario sacerdotal. Entre ellos me encuentro yo, que celebro en esta semana 40 años de sacerdocio. Les ruego que pidan al Señor para nosotros la gracia de que nuestra vida sea reflejo de Su amor en el servicio al santo pueblo fiel de Dios.

       

Mons. Andrés Carrascosa Coso

Nuncio Apostólico en Ecuador