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“Hemos visto al Señor”

HOMILÍA DEL SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA

Quito, 11 de abril de 2021

Por Mons. Alfredo José Espinoza Mateus, sdb

Seguimos viviendo la alegría de la Pascua, vamos avanzando en este camino Pascual tomando conciencia de que debemos ser todos “testigos de la Resurrección” en un mundo sin esperanza y donde muchas veces triunfa la muerte.

 Vivimos la Pascua en este domingo crucial para nuestro país, domingo de elecciones en el que todos vamos a las urnas en esta segunda vuelta electoral para depositar un voto que elegirá al próximo Presidente que regirá el destino de nuestro País los próximos cuatro años.

En este domingo se nos presenta la figura de Tomás, yo diría “pobre Tomás”, porque todos ponemos nuestras tintas sobre la actitud de incredulidad de él, y siempre me pregunto: ¿Yo hubiera creído si estuviera en su lugar? ¿Lo hubieras creído tú?

Estaba ausente Tomás cuando Jesús se aparece en medio de los discípulos. Es significativo que el evangelista diga que estaban a “puerta cerrada por miedo a los judíos”. Y hoy, somos cristianos de “puertas cerradas” por miedo al mundo, al ambiente o a la mentalidad del mundo. Somos una Iglesia de puertas cerradas debido a la costumbre, a la instalación, a la rutina de nuestra vida cristiana. Recordemos que Francisco nos ha insistido desde el primer momento que seamos una Iglesia en salida, y para estar en salida hay que abrir las puertas, no hay que tener miedo y arriesgarse a salir al mundo de hoy a testimoniar la alegría de ser cristianos y la alegría de la Resurrección.

Los discípulos le dicen a Tomás: “Hemos visto al Señor”. Tomás los escucha con escepticismo. ¿Por qué les va a creer algo tan absurdo? ¿Cómo pueden decir que han visto a Jesús lleno de vida, si ha muerte crucificado? Sencillamente, no les cree.

Y Tomás dice la famosa frase, frase que seguimos usando hoy cuando queremos referirnos a la incredulidad: “Si no veo en sus manos la señal de sus clavos… y no meto la mano en su costado, no lo creo”.

Tomás, que se resiste a creer, va a ser quien nos enseñe el recorrido que debemos hacer nosotros para llegar a la fe en Cristo Resucitado. Nosotros que no hemos visto el rostro de Jesús, que no hemos escuchado sus palabras, ni hemos sentido sus abrazos. Sí, nosotros, que creemos sin haber visto.

Una semana después Jesús nuevamente se presenta a sus discípulos. Está Tomás con ellos. El Señor se acerca a Él, es que Jesús es quien siempre se acerca, se acerca a nuestras vidas especialmente en nuestros momentos de duda, incredulidad, dolor, desesperanza y angustia. ¿Critica Jesús su actitud? No lo hace. Sus dudas no tienen nada de ilegítimo o escandaloso. Jesús entiende la actitud de Tomás y va a su encuentro mostrándole sus heridas.

“Trae tu dedo, aquí tienes mis manos. Trae tu mano, aquí tienes mi costado”. Las heridas de Jesús no son tanto “pruebas” para verificar algo, son más bien “signos” de su amor total, un amor que lo llevo a la muerte en Cruz para que nosotros tengamos vida. Y Jesús lo invita a que dé el paso desde la duda a la fe: “No seas incrédulo, sino creyente”.

Tomás experimenta la presencia del Maestro que lo ama, lo atrae y le invita a confiar. Tomás ha hecho su camino de fe, porque cada uno tiene su propio camino. El camino de Tomás ha sido más largo, pero ha llegado al encuentro con el Señor. ¿Cómo es nuestro camino? ¿Es un camino largo y tortuoso? ¿Hemos llegado ya al encuentro con el Señor o seguimos en camino para llegar a creer en Cristo Vivo?

Tomás hace su profesión de fe, pudiéramos decir que nadie ha confesado así a Jesús: “Señor mío y Dios mío”.

No tengamos miedo de  las dudas e interrogantes. Estas dudas nos salvan a todos de una fe superficial, sin raíces. Lo importante es enfrentar esas dudas, buscar respuestas, encontrar certezas y desde allí crecer en nuestra fe. Recordemos que “la fe cristiana crece en nosotros cuando nos sentimos amados y atraídos por ese Dios cuyo Rostro podemos vislumbrar en el relato que los evangelios nos hacen de Jesús” (José Antonio Pagola). Entonces sí, su llamada tiene más fuerza en nuestras vidas de creyentes: “Dichosos los que crean sin haber visto”.

Vuelvo un poco hacia atrás y quiero relacionar con el día que vivimos hoy. Francisco nos dice que, “Es necesario salir de nosotros mismos e ir por el camino del hombre para descubrir que las llagas de Jesús son todavía hoy visibles en el cuerpo de los hermanos que tienen hambre, sed, que están desnudos, humillados, esclavizados, que se encuentran en la cárcel y en el hospital. Tocando esas llagas, acariciándolas, es posible “adorar al Dios vivo en medio de nosotros”…”

Para poder adorar a Jesús, para poder encontrar a Dios, al Hijo de Dios, Tomás tuvo que meter el dedo en las llagas, meter la mano en el costado. Este es el camino. “¿Cómo pudo hoy encontrar las llagas de Jesús? Yo no las puedo ver como las vio Tomás. Las llagas de Jesús las encuentro haciendo obras de misericordia. Esas son las llagas de Jesús hoy” (Francisco).

Y me pregunto, ¿los dos candidatos finalistas, están dispuestos a ver las llagas de Jesús en el Ecuador de hoy? ¿Cuáles son las llagas de Jesús en nuestro pueblo ecuatoriano? Hay llagas de pobreza extrema, de muerte, de contagios de covid, de desempleo, de violencia familiar, de aborto, drogas y delincuencia. Hay las llagas lacerantes de corrupción, de búsqueda del poder por el poder, de mentiras, de lucrarse del Estado, de una Seguridad Pública que no llega a todos, de politiquería, de componendas. Hay llagas de desesperanza, de desilusión de los jóvenes al no ver claro un futuro, de una educación que no responde a la realidad y a la necesidad real, de deserción escolar a causa de la pandemia. Las llagas las hemos definido como crisis social, moral, ética, salud y económica. Pero son eso, llagas, porque esas crisis hacen que muchos sufran y Cristo sufre en ellos, allí están sus llagas.

Quien triunfe en las elecciones hoy, debe enfrentar esas llagas de Cristo en el hombre y en el Ecuador de hoy. Quien triunfe debe asumir el compromiso de “tocar y acariciar las llagas de Jesús” (Francisco), pero, sobre todo, debe dar su vida para “sanar las llagas de Jesús con ternura” como nos dice Francisco.

Todos estamos llamados a “sanar las llagas de Jesús” y lo haremos desde la misericordia, asumiendo actitudes de misericordia. ASÍ SEA.