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Hoy debemos orar por nuestro país

HOMILÍA DEL XXXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Quito, 06 de noviembre de 2022

Por Mons. Alfredo José Espinoza Mateus, sdb

Celebramos hoy esta Eucaristía en medio del dolor profundo que vive nuestro país ante la ola de violencia, dolor, atentados y muertes de inocentes. Nuestro grito de protesta es alto y fuerte, así como el compromiso de trabajar por la paz, una paz que no se vende, una paz que es fruto de cada uno de nosotros, una paz que debemos construir juntos.

Hoy debemos orar por nuestro país, es el pedido que hacemos los Obispos del Ecuador. Ponemos en el Corazón de Jesús, al que está consagrado nuestro País, todo nuestro deseo y compromiso por la paz. Luego leeremos un comunicado de la Conferencia Episcopal y haremos juntos la oración por un País en paz.

Brevemente comparto con ustedes una reflexión de la Palabra de Dios de este domingo. Se nos recuerda, cuando aún está muy reciente la conmemoración de los fieles difuntos, sobre el misterio de la vida después de la muerte: “esperamos la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro”. Estas palabras del Credo nos recuerdan que no estamos destinados a la nada, sino que por, por don de Dios, nuestro horizonte se abre a la promesa de una vida plena después de esta existencia terrena.

Hoy se nos invita a meditar sobre este gran misterio de la vida cristiana, sobre el sentido del vivir y del morir, que de alguna manera siempre ha inquietado al ser humano. Y aquí me permito hacer algunas preguntas: ¿Creemos en verdad en la resurrección? ¿Cuál es el sentido que damos a nuestra vida? ¿Cómo vemos la muerte, como un sinsentido o vemos más allá de la muerte? ¿Creemos en un Dios de la vida?

El creer en un Dios que nos ha creado para la vida y no para la muerte fue creciendo poco a poco en el Pueblo de Israel hasta culminar en la persona de Jesús. Con el don de su vida, muerte y resurrección, Él nos ha enseñado a vivir el presente con un significado nuevo, abriéndonos a un horizonte de eternidad insospechado.

Ante una realidad de nuestro mundo, de la sociedad de hoy que muestra poco interés por la eternidad, que simplemente busca vivir bien, vivir feliz sin pensar en la realidad después de la muerte; ante una sociedad que busca alargar y mejorar la calidad de la vida y solamente mira lo terreno y ha perdido el horizonte de eternidad, el Papa Francisco, en su homilía del pasado dos de noviembre ha hablado claro y nos ha puesto dos palabras, que creo vienen bien hoy a nuestra reflexión. Él nos habla de “expectativa y sorpresa”.

Nos dice que, “La espera expresa el sentido de la vida, porque vivimos a la espera del encuentro: el encuentro con Dios…Todos vivimos a la expectativa… Estamos en la sala de espera del mundo para entrar en el cielo…Vivimos a la espera de recibir bienes tan grandes y hermosos que ni siquiera podemos imaginar”. Estas palabras las podemos contrastar con la actitud de los saduceos que tratan de ridiculizar la fe en la resurrección de los muertos y piensan en la resurrección con un sentido muy terreno, no con la mirada de Dios.

Y aquí las palabras del Papa nos cuestionan, no nos pueden dejar indiferentes: “Alimentemos nuestra espera del cielo, ejercitemos nuestro deseo del cielo. Nos hace bien preguntarnos hoy si nuestros deseos tienen algo que ver con el Cielo. Porque corremos el peligro de aspirar constantemente a cosas que pasan, de confundir los deseos con las necesidades, de anteponer las expectativas del mundo a las de Dios. Pero perder de vista lo que importa para perseguir el viento sería el mayor error de la vida. Miremos hacia arriba, porque estamos en camino hacia lo Más Alto, mientras que las cosas de aquí abajo no subirán allí: las mejores carreras, los mayores éxitos, los títulos y los elogios más prestigiosos, las riquezas acumuladas y las ganancias terrenales, todo se desvanecerá en un momento, todo”.

Es claro, el Evangelio de hoy nos ayuda a verlo. Hay una diferencia radical entre nuestra vida terrestre y esa vida plena sustentada directamente por el amor de Dios después de la muerte. Esa vida es absolutamente “nueva”. Por eso, la podemos esperar, pero nunca describir o explicar.

Y aquí viene la “sorpresa” de la que nos habla Francisco. La sorpresa cuando preguntemos al Señor, “¿Cuándo te vimos desnudo, hambriento,

encarcelado…? Debemos esperar y mirar el cielo prometido viendo hacia el hermano concreto, amando con misericordia al hermano más necesitado.

Nos dice el Papa: “Vamos al encuentro de Dios amando porque Él es amor. Y, en el día de nuestra despedida, la sorpresa será feliz si ahora nos dejamos sorprender por la presencia de Dios, que nos espera entre los pobres y heridos del mundo. No tengamos miedo de esta sorpresa: avancemos en las cosas que nos dice el Evangelio, para ser juzgados justos al final. Dios espera ser acariciado no con palabras, sino con hechos”.

Y los Obispos del Ecuador nos dirigimos a todos los hombres y mujeres de este país, pero de manera especial a ustedes, a los fieles cristianos. No podemos perder la esperanza, no podemos dejarnos vencer, no podemos dejar de soñar con la paz y de construirla. Escuchemos ese mensaje y actuemos. Es hora de la paz, y esa paz la hacemos juntos. ASÍ SEA.