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La fortaleza para superar todo miedo está en Cristo

HOMILÍA EN LA ORDENACIÓN DIACONAL

Quito, 29 de octubre de 2022

Por Mons. Alfredo José Espinoza Mateus, sdb

Aquí, bajo el manto de Nuestra Señora de la Merced, en esta querida parroquia de la Arcadia, celebramos con alegría la Ordenación Diaconal de nuestros hermanos Gustavo Castillo, Xavier Romero y Edison Shagñay.

Aquí, rodeados de tantos hermanos sacerdotes, de mis queridos seminaristas y de cientos de parroquianos que celebran con alegría estas ordenaciones por primera vez en su Parroquia, quiero dirigirme a ustedes, queridos Gustavo, Xavier y Edison con un mensaje sencillo pero paterno.

“Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor”, son las palabras que hemos repetido en el salmo. Y creo, no solamente creo, sé, que Dios ha sido misericordioso en sus vidas, en su camino vocacional. Cada uno de ustedes tiene una historia, cada uno de ustedes ha derramado muchas lágrimas para llegar a este día. Quizás lo veían imposible, quizás se sintieron derrotados un día, quizás creyeron que la salud, los problemas personales o las dudas sobre ustedes, eran obstáculos insuperables.

Pero no fueron insuperables. Confiaron en Dios, confiaron en ese “amor eterno” y en la fidelidad del Señor, que es “más firme que los cielos”. Y fruto de esa confianza hoy se postrarán y serán ordenados diáconos. Al final se levantarán y podrán repetir como el salmista: “Tú eres mi Padre, mi Dios, mi roca salvadora”.

 

Quiero decirles varias palabras en este día. La primera ya la dije, “Confianza”. La segunda palabra que quiero decirles es “Miedo”. ¿Tienes miedo? Creo que sí, es natural ese miedo frente a lo que se viene en la vida de ustedes. Es el miedo que tuvo el profeta Jeremías ante el llamado de Dios para una misión. Ese miedo, les habrá llevado a poner muchas excusas, a dudar de la respuesta total y definitiva. Puede ser que como el profeta ustedes dijeron: “Pero, Señor mío, yo no sé expresarme, porque apenas soy un muchacho”.

Pero frente al miedo humano, que es natural, está la gracia de Dios. Por eso, como al profeta, el Señor les dice hoy a ustedes, queridos Gustavo, Xavier y Edison, “No tengas miedo, porque yo estoy contigo para protegerte”.

Comenzar este camino del diaconado, luego del sacerdocio, es asumir la cruz de Cristo en la propia vida, y eso da temor, como que sobrepasa nuestras vidas. Pero, recuerden lo que nos dice el Papa Francisco, “Llevar la muerte de Cristo en ustedes mismos, es caminar con Cristo en novedad de vida, sin cruz no encontrarán nunca al verdadero Jesús, y una cruz sin Cristo no tiene sentido”.

La fortaleza para superar todo miedo está en Cristo, en ese Cristo de cruz. Encuentren en Él el verdadero sentido de su misión y caminen con Él, nunca solos, siempre caminen con el Señor, tomados a la cruz de Cristo.

La tercera palabra es “Elección”. Ustedes no eligieron, fue Dios quien los eligió a ustedes, y los eligió, desde el seno materno, como lo dice claramente la primera lectura: “Desde antes de formarte en el seno materno, te conozco; desde antes que nacieras, te consagré como profeta para las naciones”. Les invito a pensar, queridos Gustavo, Xavier y Edison, en qué momento de sus vidas comenzaron a pensar en esa llamada de Dios, en esa elección del Señor. Francisco nos dice que, “Toda vocación nace de esa mirada de amor con la que el Señor salió a nuestro encuentro, tal vez incluso en un momento en el que nuestra barca era azotada por la tormenta”. Y también nos dice que, “Ninguna vocación nace de sí misma ni vive por sí misma. La vocación brota del corazón de Dios y florece en la tierra buena de los fieles”. Y la vocación de ustedes, ha nacido del corazón de Dios que los pensó y los amó antes de nacer y ha florecido en el corazón de sus familias a las que digo gracias hoy, de manera especial a sus padres.

No dejen nunca de agradecer a Dios por su vocación y de cultivar esa vocación. No es una vocación que termina hoy, es una vocación que comienza a hacerse vida de manera más intensa a partir de hoy.

Sean siempre conscientes de haber sido elegidos entre los hombres, elegidos, no se olviden de esto, elegidos. Es el Señor que les ha llamado uno a uno. Pero, elegidos para qué, para “Servir”, y esta es la cuarta palabra.

En el Evangelio que hemos proclamado, Jesús les dice a ustedes: “El que quiera ser grande entre ustedes, que sea el que los sirva, y el que quiera ser el primero, que sea su esclavo”. Están llamados a servir, a ser “esclavos”, yo les diría, esclavos del amor, esclavos del servicio, esclavos de los más pobres y descartados. Cuando hablamos de ser esclavo como que pensamos en negativo. No, les invito hoy a pensar en positivo, una esclavitud desde el amor y para amar a todos sirviendo con pasión.

Ustedes reciben hoy una gracia especial del Espíritu Santo para actuar en nombre de Cristo servidor. Van a recibir un sello, que nadie puede hacer desaparecer y que los va a configurar con Cristo que se hizo diácono, es decir, el “servidor de todos”. Nunca, nunca, nunca, lo reafirmo con fuerza, nunca dejarán de ser lo que hoy va a conformar la vida de ustedes. Ustedes serán servidores en el servicio de Cristo, que no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar la vida en rescate de muchos.

¿Qué es ser diácono? Les respondo con sencillez, y escuchen bien queridos Gustavo, Xavier y Edison; el diácono es ministro de un modo de ser de Cristo, el del servicio. En Cristo servidor se conforma “el ser” de su diaconado. Pero al ser sigue el hacer, el servicio. Ser y hacer en el diaconado han de ir siempre unidos, ambos necesitan fecundarse en el amor a Cristo y en el amor a los pobres. No lo olviden nunca, no lo olvidemos nosotros nunca, el ser cristiano, diácono o sacerdote, reclama siempre de nosotros el compromiso del servicio.

Servir a todos, servir siempre, no se cansen de servir, pero, servir con “Alegría”, y esta es la quinta palabra que les dirijo hoy. Vivan su vocación con alegría. Pongan esa “chispa” de alegría a nuestra Arquidiócesis, a las parroquias donde van a vivir su vida diaconal. La vocación, porque es llamada, porque es elección, porque es respuesta, porque es misericordia de Dios, se vive en alegría, una alegría que nace del corazón y que nace del darse y entregarse plenamente a los demás.

María es ese modelo de servicio para ustedes, Ella se levantó y salió de prisa a servir. No se quedó “rumiando” lo que Dios le había dicho, salió a servir.

Yo hablaba al comienzo de las lágrimas de ustedes, sí, sé que han llorado y mucho en este arduo camino, por eso, al final, les digo estas palabras de Francisco, “Las lágrimas de los que sufren no son estériles. Son una oración silenciosa que sube hasta el cielo y que en María encuentran siempre un lugar en su manto”. Estén siempre bajo el manto de nuestra Madre de El Quinche. ASÍ SEA.