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La gran noticia que anunciamos y proclamamos a todos.

HOMILÍA DEL II DOMINGO DE PASCUA

Por Mons. Alfredo José Espinoza Mateus, sdb

Quito, 16 de abril de 2023

Estamos en el Segundo Domingo de Pascua, “Domingo de la Misericordia”. Seguimos contagiados de la alegría de la Resurrección del Señor, la gran noticia que anunciamos y proclamamos a todos.

Hoy esa “Buena Noticia” de la Resurrección se hace más viva y palpable al celebrar esta Eucaristía en memoria del P. Francisco Antonio Hernández Sánchez, nuestro querido Antonio, así a “secas”, como le llamábamos todos.

Él entregó su vida por los demás, supo dar lo mejor de sí a todos nosotros y fue fiel hasta el final en su misión sacerdotal; por eso, estamos seguros de que hoy está junto al Señor Resucitado gozando de ese pedacito de paraíso que Don Bosco prometía a sus hijos, porque él, a pesar de que al final de su vida dejó la Congregación y pasó a la Diócesis, siempre sería, me lo dijo a mí, un salesiano, y siempre vibró con ese corazón salesiano.

La Misericordia de Dios es la que experimenta el apóstol Tomás, y la experimenta en un rostro concreto, el de Jesús Resucitado. El Evangelio nos presenta a los apóstoles que se encontraban a “puerta cerrada” por miedo, como muchas veces vivimos nosotros, un cristianismo de “puerta cerrada”, una fe que no se muestra, no se hace visible, porque tenemos miedo de los que digan o hasta de las burlas de los demás.

Tomás, el pobre Tomás, todos le caen, pero, siempre me pregunto: ¿Qué hubiera hecho yo en ese caso? ¿No hubiera sido como Tomás, no hubiera dicho las mismas palabras? Quizás sí. Todos, todos nosotros tenemos un poco de Tomás en nuestras vidas, un poco de incredulidad.

Tomás no se fía de lo que dicen los otros Apóstoles: “Hemos visto al Señor”; no le basta la promesa de Jesús, que había anunciado: al tercer día resucitaré. Quiere ver, quiere meter su mano en la señal de los clavos y del costado, sólo ahí creerá, “necesita pruebas”. ¿Nosotros necesitamos pruebas para creer hoy?

¿Cuál es la reacción de Jesús ante Tomás?, Francisco nos dice al respecto: “La paciencia: Jesús no abandona al terco Tomás en su incredulidad; le da una semana de tiempo, no le cierra la puerta, espera”.

 

Cuando Tomás toca las llagas de Jesús, descubre lo que Jesús había sufrido por él. “En esas heridas tocó con sus propias manos la cercanía amorosa de Dios… e hizo la confesión de fe más sencilla y hermosa: “Señor mío y Dios mío”. Allí se realiza la resurrección del discípulo, cuando su humanidad frágil y herida entra en la de Jesús” (Francisco).

Pero Tomás no es el único incrédulo, ni tampoco es el único que experimenta la Misericordia del Señor. Recordemos a Pedro, que reniega tres veces de Jesús, precisamente cuando debía estar más cerca de Él; y cuando toca fondo encuentra la mirada de Jesús, una mirada de amor y de perdón, y Pedro llora. “Qué hermosa es esta mirada de Jesús, cuánta ternura… no perdamos nunca la confianza en la paciente misericordia de Dios” (Francisco)

También están los discípulos de Emaús, que van tristes, caminan sin esperanza. Pero Jesús no los abandona, recorre a su lado el camino. Les explica con paciencia las Escrituras, se detiene para compartir con ellos la comida. Dios tiene paciencia con ellos y con nosotros. Debemos acercarnos a su misericordia, a su amor misericordioso y paciente.

Nosotros hoy estamos tristes, desconsolados y abatidos, al igual que los discípulos de Emaús. Es que llora el corazón porque ha partido un amigo, un gran amigo, que dejó una profunda huella en el corazón, en la vida de todos nosotros. Como decía Publio, un muchacho de ayer en el STAR: “En la vida, hay personas que dejan una huella imborrable, y muy positiva”. Creo que cada uno de nosotros, que conocimos y quisimos a Antonio, puede dar un testimonio de esa “huella imborrable”.

Conocí a Antonio, recién profeso, precisamente aquí al lado, en el Girón donde fue mi Director en el Posnoviciado, luego vino acá, como párroco de esta Parroquia de María Auxiliadora. Aquí vi su carisma sacerdotal, su entrega total a los jóvenes, a los que animaba y a los que formó en los grupos. Vi su cariño a los niños y los padres de ellos y muchos escuchamos su gran voz, en el canto del Pregón Pascual. Con esa voz, alababa al Señor y nos contagiaba su fe en Cristo Resucitado. Hoy canta en el cielo, si hacemos un poco de silencio, seguro lo escucharemos.

En 1994 llega como Director al STAR de Riobamba. Fueron cinco años que compartimos el sueño e ideal de Don Bosco por los muchachos. Puedo decir, sin miedo a equivocarme, que hicimos “locuras” y nos abrimos totalmente a los muchachos. Me vienen a la mente el bautizo cuando se disfrazó de árabe, el bautizo del Año Cincuentenario del Colegio cuando nos disfrazamos de piratas. No puedo no hablar de la campaña misionera, el premio de afeitar su barba y cómo me alentaba a seguir trabajando, pero de manera especial, me enseñó a escuchar a los muchachos. “No prohíbas, pídeles a los muchachos tres razones por las que usan un arete, escúchalos y razona con ellos”, una de sus tantas enseñanzas conmigo; como también a agacharme para ver a los niños a los ojos, directamente.

Y la Comedia Musical Don Bosco, cuando al principio me molestaba el desorden que metían en los ensayos, un día me dice muy serio, “Por qué te opones, anda a verlos ensayar, te va a gustar, estoy seguro, tú amas a Don Bosco y amas a los jóvenes”. Y fui a verlos ensayar dos días seguidos, no dije nada, pero me gustó, luego me metí de lleno, los acompañaba todos los días, iba a dejarlos a sus casas, compré los instrumentos musicales, y salí en la obra en el canto “en mi pueblo hay un cura gordinflón, nos dormimos escuchando su sermón”, y se pueden imaginar el por qué salí en ese papel.

Publio, a quien “adoptamos” Antonio y yo como hijo al morir su padre, lo define bien: “Dueño de un carisma impactante, gran amabilidad, don de gente y una facilidad enorme para hacer amigos. Quizá así fue nuestro patrono, San Juan Bosco, el amigo de los muchachos. Fuimos la generación de “flacos buenas gentes” como nos llamaba con cariño”.

Antonio, querido Antonio, tenías grandes ideas, sed de cambios positivos y nos contagiabas a todos con esos sueños educativos. Tú fuiste un querido hermano, ese amigo, sacerdote, educador, hombre de letras, de buena voz, con sonrisa franca, emprendedor, visionario, solidario, y me faltarían muchos más calificativos para describirte. Hoy digo estas palabras desde el corazón, ya he llorado tu partida, hoy celebro tu vida junto a Dios.

 

No lo he dicho todo, mucho queda en la memoria del corazón, pero no puedo terminar sin recordar el impulso a las Damas Salesianas, de Quito y Riobamba, ellas son un legado de solidaridad y apostolado que él dejó y que sigue vivo.

¡Descansa en Paz, querido Antonio! La Auxiliadora te lleve de su mano al encuentro con el Señor. ASÍ SEA.