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“La mano que siempre nos levanta es la misericordia”

Homilía del II domingo de Pascua-domingo de la Misericordia

Quito, 19 de abril de 2020

  • Segundo Domingo de Pascua, Domingo de la Misericordia, día en que debemos experimentar el amor misericordioso de Dios.
  • Tenemos que aprender de la primera comunidad cristiana, que se describe en el libro de los Hechos de los Apóstoles. “Había recibido misericordia y vivía con misericordia” (Francisco). Ellos celebraban juntos su fe, vendían lo que tenían, lo repartían a los pobres y atendían a los que sufren y a los pobres. “No es ideología, es cristianismo” (Francisco).
  • Francisco decía hoy: “En esa comunidad, después de la resurrección de Jesús, sólo uno se había quedado atrás y los otros lo esperaron. Actualmente parece lo contrario: una pequeña parte de la humanidad avanzó, mientras la mayoría se quedó atrás”.
  • A través de los gestos de amor y solidaridad hacia los demás, daban testimonio del Señor Resucitado en sus vidas con acciones concretas.
  • Vivían en forma sencilla y alegre su fraternidad, mostrando a los demás la presencia del Señor Resucitado y esto contagiaba a otros para unirse a ellos.
  • ¿Qué enseñanzas nos deja para nuestra vida de Iglesia? Nos enseña que el ideal de la comunidad cristiana está en crear “hogar”. Un hogar donde se construya comunión, y, por tanto, se construyan personas. Que sean lugares de encuentro y no de paso; que sean lugares donde se vive y se siente, donde se comparte, se reza y se celebra.
  • ¿Viven así nuestras comunidades cristianas? ¿Vive así nuestra familia, Iglesia Doméstica? ¿Nuestras familias son lugares de encuentro, de fe, de comunión? Nos toca revisar, reconstruir y hacer de nuestra familia un verdadero lugar de encuentro.
  • Volvamos nuestra mirada a la Misericordia de Dios, que celebramos hoy. Santa Faustina le había ofrecido toda su vida al Señor, pero el Señor le dijo que le falta algo: “Hija, dame tu miseria”. Ante esto, Francisco nos cuestiona: “También nosotros podemos preguntarnos: “¿Le he entregado mi miseria al Señor? ¿Le he mostrado mis caídas para que me levante?” ¿O hay algo que todavía me guardo dentro? Un pecado, un remordimiento del pasado, una herida en mi interior, un rencor hacia alguien, una idea sobre una persona indeterminada… El Señor espera que le presentemos nuestras miserias, para hacernos descubrir su misericordia”.
  • Y ante nuestras miserias, Él nos da su amor, nos tiende su mano, nos levanta y nos guía y nos sostiene. “La mano que siempre nos levanta es la misericordia” (Francisco).
  • Y es esta Misericordia de Dios la que experimenta el apóstol Tomás y la experimenta en un rostro concreto, el de Jesús Resucitado.
  • El Evangelio nos presenta a los apóstoles que se encontraban a “puerta cerrada” por miedo, como estamos nosotros también hoy, un miedo diferente, pero miedo en fin de cuentas.
  • Tomás, el pobre Tomás, todos le caen, pero, siempre me pregunto: ¿Qué hubiera hecho yo en ese caso? ¿No hubiera sido como Tomás, no hubiera dicho las mismas palabras? Quizás sí. Todos, todos nosotros tenemos un poco de Tomás en nuestras vidas, un poco de incredulidad.
  • Tomás no se fía de lo que dicen los otros Apóstoles: “Hemos visto al Señor”; no le basta la promesa de Jesús, que había anunciado: al tercer día resucitaré. Quere ver, quiere meter su mano en la señal de los clavos y del costado, sólo ahí creerá, “necesita pruebas”, como a veces las pedimos hoy ante esta situación que vivimos.
  • ¿Cuál es la reacción de Jesús ante Tomás?: “La paciencia: Jesús no abandona al terco Tomás en su incredulidad; le da una semana de tiempo, no le cierra la puerta, espera”. (Francisco).
  • Cuando Tomás toca las llagas de Jesús, descubre lo que Jesús había sufrido por él, que lo había abandonado. “En esas heridas tocó con sus propias manos la cercanía amorosa de Dios… e hizo la confesión de fe más sencilla y hermosa: “Señor mío y Dios mío”… Allí se realiza la resurrección del discípulo, cuando su humanidad frágil y herida entra en la de Jesús”.
  • Pero Tomás no es el único incrédulo, ni tampoco es el único que experimenta la Misericordia del Señor. Recordemos a Pedro, que reniega tres veces de Jesús, precisamente cuando debía estar más cerca de Él; y cuando toca fondo encuentra la mirada de Jesús, una mirada de amor y de perdón, y Pedro llora. “Qué hermosa es esta mirada de Jesús, cuánta ternura… no perdamos nunca la confianza en la paciente misericordia de Dios” (Francisco)
  • También están los discípulos de Emaús, que van tristes, caminan sin esperanza. Pero Jesús no los abandona, recorre a su lado el camino. Les explica con paciencia las Escrituras, se detiene para compartir con ellos la comida. Dios tiene paciencia con ellos y con nosotros. Debemos acercarnos a su misericordia.
  • Recordemos nosotros, en nuestra vida cristiana de cada día: Dios nos espera siempre, aún cuando nos hayamos alejado de Él. Nunca está lejos, nosotros nos alejamos, pero Él está cerca, Él viene a nosotros, dejémonos encontrar por su amor misericordioso, como nos dice Francisco, es un amor como el de nuestro Papá, que nos levanta siempre, y como Tomás digamos: “Señor mío y Dios mío”.
  • Por último, Tomás tocas las heridas y las llagas de Cristo. Y nosotros hoy, ¿Tocamos esas llagas y heridas? No debemos dejar de tocarlas en las heridas y llagas de tantos hermanos pobres, abandonados, descartados En todos los que hoy sufren por el Covid 19. Las están tocando los médicos, enfermeras, policías, militares y tantos hermanos que sirven a los demás; las debemos tocar en los que no tienen cómo llevar el pan a sus hogares.
  • Francisco nos advierte de un virus mayor: “… el peligro de olvidar al que se quedó atrás. El riesgo es que nos golpee un virus todavía peor, el del egoísmo indiferente, que se transmite al pensar que la vida mejora si me va mejor a mí, que todo irá bien si me va bien a mí… Esta pandemia nos recuerda que no hay diferencias ni fronteras entre los que sufren: todos somo frágiles, iguales y valiosos…Es tiempo de eliminar las desigualdades, de reparar la injusticia que mina de raíz la salud de toda la humanidad”.
  • Por eso, no podemos cerrar nuestras manos y nuestro corazón, no podemos dejar de ser solidarios. Y al tocar esas heridas en el hermano, debemos decir, como Tomás: “Señor mío y Dios mío”, porque allí está el Señor Resucitado, vivo y presente en el hermano necesitado. ASÍ SEA.