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“La medida de la fe es el servicio”

HOMILÍA DEL DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO

Madrid, 02 de octubre de 2022

Por Mons. Alfredo José Espinoza Mateus, sdb

Para mí es una gran alegría poder celebrar aquí en Madrid en esta Parroquia de Corpus Christi. Agradezco la invitación de su joven párroco, el P. Juan Miguel y agradezco de manera especial la gran acogida de ustedes.

Quisiera comenzar mi homilía trayendo unas palabras del Papa Francisco sobre la fe, él nos dice: “El hombre de fe se somete completamente a Dios sin cálculos ni pretextos”. Y la primera pregunta que se me viene a la mente es si es así nuestra fe. ¿Cómo es nuestra fe? ¿Cuáles son los pretextos o cuáles son nuestros cálculos humanos y no de fe?

Los discípulos sorprenden a Jesús con una petición que es vital: “Auméntanos la fe”. Ellos van descubriendo el proyecto de Dios y la tarea que les quiere encomendar y sienten en lo profundo de su corazón que no les basta la fe que viven desde niños para responder a su llamada. Se sienten necesitados de una fe más robusta y vigorosa. Y vuelvo a preguntarles sobre cómo es nuestra fe, ha ido creciendo como hemos crecido nosotros

¿Cómo responde Jesús a la petición de los discípulos, una petición, que según el Papa Francisco puede ser “una bella oración que debemos rezar mucho a lo largo del día: “Señor, auméntanos la fe”…”. Responde con dos parábolas, la del grano de mostaza y la del siervo disponible.

En la primerea parábola Jesús dice a sus discípulos que, “Si tuvierais fe como un grano de mostaza, habrías dicho a este sicómoro: “arráncate y plántate en el mar”, y os habría obedecido”.

Recordemos que el sicómoro es un árbol robusto, bien enraizado en la tierra y resistente a los vientos. Con sus palabras, Jesús nos ayuda a comprender que la fe, incluso si es pequeña, puede tener la fuerza de arrancar un sicómoro y después trasplantarlo en el mar, algo que nos resulta todavía más improbable, pero, “nada es imposible para el que tiene fe, porque no se fía de sus propias fuerzas, sino de las de Dios, que todo lo puede” (Francisco).

Francisco insiste y nos dice que, “La fe como un grano de mostaza no es una fe grande, segura de sí, no presumen de ser un gran creyente, no aparenta. No. Es una fe que en su humildad tiene una gran necesidad de Dios y, en la pequeñez, se abandona con plena confianza a Él. Es la fe que nos da la capacidad de mirar con esperanza los sucesos de la vida, que nos ayuda a

aceptar incluso los fracasos y los sufrimientos, en la conciencia de que el mal no tiene la última palabra”.

Muchas veces nosotros, frente a los problemas, frente a las situaciones difíciles del día a día, frente a los sufrimientos, perdemos la visión de futuro, perdemos ese confiar o fiarnos de Dios, porque nuestra fe es débil. Siempre recuerdo una parábola que escuché de muchacho. Un gran incendio en un edificio, en un segundo piso estaba un niño, su padre abajo, mucho humo, el niño lloraba, y el padre le dice desde abajo: “lánzate”, el niño le responde: “no te veo”, y el padre le contesta: “yo sí te veo, lánzate”. Y eso es la fe, lanzarse en los brazos de Dios, que Él sí nos ve, aunque nosotros no lo veamos en ese momento de nuestras vidas.

En la segunda parábola, la fe del siervo disponible, nos muestra cómo el servicio es la medida de la fe. Es una parábola que en un primer momento nos resulta un poco desconcertante, “porque presenta la figura de un patrón prepotente e indiferente” (Francisco), que no toma en cuenta de que su siervo regresa cansado luego de las labores en el campo, se muestra sin piedad ante él. ¿Qué rescatamos? Una sola cosa, la “disponibilidad del siervo”. Jesús quiere decir que así es el hombre de fe ante Dios: se somete completamente a su voluntad sin cálculos o pretextos, y nosotros somos expertos en poner pretextos en nuestra vida diaria de creyentes.

Esta actitud hacia Dios debe reflejarse en el modo de comportarse en comunidad. Debemos reflejar la alegría de estar al servicio unos de otros, de darnos la mano, de ayudarnos, y debemos encontrar en ello la propia recompensa y no en los reconocimientos o en las ganancias y vivimos en una sociedad que todo tiene su precio y que de todo queremos sacar beneficios. Cuando hayamos hecho todo lo que se nos ha ordenado debemos decir: “Somos siervos inútiles… es decir, sin pretextos para ser felicitados, sin reivindicaciones”.

“La medida de la fe es el servicio” (Francisco). Manifestemos entonces nuestra fe en el servicio, y desde el servicio sintamos esa gran alegría de haber hecho lo que debíamos hacer, de habernos dado a los demás, de mirar al otro como hermano y extenderle la mano y el corazón, de no buscar honores ni recompensas sino de saber que nuestra recompensa está en el cielo. Y el modelo de nuestro servicio humilde, no lo olvidemos nunca, está en Jesús, que nos ha dado ejemplo lavando los pies a los discípulos.

Quisiera terminar haciendo eco las palabras del Papa cuando nos invita a orar pidiéndole que nos aumente la fe. Por eso, digo:

Señor, auméntanos la fe. Enséñanos que la fe no consiste en creer en algo sino en creer en ti.

Señor, auméntanos la fe. Danos una fe centrada en lo esencial, libre de tantos añadidos que nos impide ver lo esencial del Evangelio.

Señor, auméntanos la fe. Ayúdanos a vivir en estos tiempos una fe no fundada en apoyos externos sino en tu presencia viva en nuestros corazones y en nuestras comunidades creyentes.

Señor, auméntanos la fe. Haz que vivamos una relación más vital contigo, sabiendo que tú eres nuestro Maestro y Señor.

Señor, auméntanos la fe. Haz que hagamos vida tu proyecto del reino de Dios, un proyecto de amor y de servicio a los demás.

Señor, auméntanos la fe. Que seamos capaces de ser cristianos que sepamos escuchar y estar en salida hacia el más pobre y necesitado.

Señor, auméntanos la fe. No nos dejes caer en un cristiano sin cruz, sabiendo que la cruz no es algo, es ALGUIEN, ERES TÚ.

Señor, auméntanos la fe. Que te experimentemos resucitado en medio de nosotros, vivo en cada hermano que se acerca a nuestras vidas.

Señor, auméntanos la fe. Sí, aumenta nuestra fe, la fe de cada uno de los que estamos aquí. La fe de la familia, del anciano, del joven, del niño; mi fe, Señor, la fe de este Obispo que quiere servirte. ASÍ SEA.