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“la muerte no tiene la última palabra..."

HOMILÍA EN EL DÍA DE LOS DIFUNTOS

Quito, 02 de noviembre de 2020

Camposanto “Monte Olivo”

Esta es una celebración diferente, prefiero usar ese término. Es un “Día de Difuntos” diferente, lo celebramos con las puertas de los cementerios cerradas, pero al mismo tiempo, nos unimos en oración con profunda fe por nuestros seres queridos que han partido.

La vivimos en un año diferente, un año que ha marcado nuestras vidas y ha llenado de mucho dolor y lágrimas las vidas de miles de miles de familia de nuestro país y del mundo entero.

Y es una Eucaristía diferente, no la celebro con la presencia de fieles aquí, en el cementerio, sino con la presencia de ustedes que comparten la celebración desde sus casas. No puedo decir los nombres de cada uno de sus seres queridos que ya están en el Señor, pero a todos los pongo aquí en el altar de Dios y permítanme poner eso sí los nombres de Consuelo y Alfredo, mis queridos padres.

Lo dije a mis sacerdotes en un mensaje sobre este día de difuntos. Estarán cerradas las puertas de los cementerios pero nuestra fe no está cerrada, está más viva que nunca, más fuerte que nunca y nos une realmente la Esperanza en la Resurrección ante la realidad de la muerte.

El Papa Francisco nos dice: “No le tengas miedo a la muerte, la vida no termina”. ¿Son para nosotros estas palabras del Papa una realidad en nuestras vidas? Muchos le tienen miedo a la muerte, muchos reniegan ante la muerte, muchos se alejan de Dios ante la muerte de un ser querido.

Y no debe ser así, porque para nosotros los cristianos, “la muerte no tiene la última palabra porque vivimos en la esperanza de la resurrección a la vida eterna en comunión con Cristo” (Francisco).

Esta celebración de hoy, en este día en que recordamos a nuestros seres queridos que han partido, nos pone una vez más frente a la realidad de la muerte, reavivando el dolor por la desaparición de las personas cercanas a nosotros o que nos han hecho bien, pero, no debemos perder nuestra esperanza, desde la fe sabemos que la muerte no es el final del camino.

Sabemos, somos conscientes de ello, que, en todas las vidas, “hay un fin”. Este “es un pensamiento que no nos gusta tanto, se cubre siempre, pero es la realidad de todos los días. Pensar en el último paso es una luz que ilumina la vida, es una realidad que debemos tener siempre ante nosotros”, nos dice el Papa Francisco.

¿Somos conscientes de ello? ¿Somos conscientes de que tendremos un fin? ¿Cómo nos preparamos para ese momento del encuentro con un Dios que es amor? A veces vivimos como si no hubiera un final, como si fuéramos eternos, o no lo somos, llegará un fin en nuestras vidas como llegó para nuestros seres queridos. Ese fin llega a veces de un momento a otro, como en este año, que llegó así, de repente, sin anunciar, fruto de esta pandemia y causó tanto dolor, no solo la muerte sino también el no poder despedirse de ellos.

Francisco cuenta que en una de sus audiencias se encontró con una religiosa enferma de cáncer. Cuando le pregunto su edad, ella le respondió, con una cara de paz, con mirada luminosa y una gran sonrisa: “83, pero ya estoy terminando mi recorrido por esta vida para comenzar el otro con el Señor”.

No sabemos nosotros cuándo va a ser ese momento, pero el pensar en la muerte, el celebrar el recuerdo de nuestros difuntos, nos debe hacer reflexionar que la muerte es una realidad que tarde o temprano nos tocará vivir y enfrentar. ¿Cómo nos preparamos para ello?

¿Qué dejaremos a los demás cuando nos hayamos ido? ¿Qué vas a dejar tú, qué voy a dejar yo? Creo que lo más importante que podemos y debemos dejar es la “fe en herencia”. Esa fe que nuestros padres nos regalaron como el mejor don en nuestro bautismo, esa fe que ustedes padres han dejado a sus hijos, esa fe que nosotros sacerdotes custodiamos y ayudamos a hacer crecer.

Por eso, plantéate hoy esa pregunta: “¿Cuál es la herencia que yo dejo con mi vida? ¿Dejo la herencia de un hombre, una mujer de fe? ¿A los míos les dejo esta herencia?” (Francisco).

Y, ésa es la herencia que nos dejaron nuestros seres queridos que viven en el Señor. Nos dejaron la herencia de la fe, la misma que supieron transmitirnos con palabras, con su vida misma, con acciones concretas, con un verdadero testimonio.

No tengamos miedo a la muerte, al último paso, y no debemos temer porque sabemos que es el término de un camino para comenzar otro, el camino definitivo de la Nueva Vida en el Señor.

Vivamos con fe cada día, como si fuera el último, sepamos testimoniar la fe, para que la fe sea la verdadera herencia, la mayor herencia que dejemos al partir. Sí, dejemos la fe en un Dios fiel, en un Dios que nos ama y es misericordioso, en un Dios que nos perdona, en un Dios cercano, en un Dios que está a nuestro lado siempre. La fe en Dios Padre que no nos decepciona nunca. ASÍ SEA.