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El aborto no es un derecho

HOMILÍA DEL SÉPTIMO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Por Mons. Alfredo José Espinoza Mateus, sdb

Quito, 20 de febrero de 2022

¿Escuchamos al Señor? ¿Escuchamos lo que nos pide el Señor? Pienso a veces que no, que estamos ocupados en escuchar tantas cosas, que hay tanto ruido en nuestro mundo, a nuestro alrededor, que no escuchamos una palabra dicha ayer pero que tiene actualidad hoy.

Lo dice Jesús en el Evangelio que hemos proclamado: “A los que me escuchan les digo: amen a sus enemigos, hagan el bien a los que les odian, bendigan a los que los maldicen, oren por los que los injurian”.

¡Cómo nos cuesta hacer vida este mandato del Señor! Y nos cuesta porque lo central en nuestras vidas quizás no es el amor.

Francisco nos dice: “El Evangelio de este domingo trata de un punto central y característico de la vida cristiana: el amor por los enemigos. Las palabras de Jesús son claras: “A ustedes que escuchan, yo os digo…”.

Podemos pensar que es algo opcional, algo que puedo aceptar o no, acoger o no en mi vida de cristiano, que da lo mismo si lo acepto o no, y no lo es. El Papa es claro: “No es algo opcional, es un mandato… Él sabe muy bien que amar a los enemigos es algo que va más allá de nuestras posibilidades, pero para eso se hizo hombre: no para dejarnos igual que estábamos, sino para transformarnos en hombres y mujeres capaces de un amor mayor, el de su Padre y nuestro”.

No será fácil, nunca lo será el amor a los enemigos, cuesta y cuesta mucho en verdad. Pero, ese es el amor que Jesús da a aquellos que lo escuchan. Con Él, gracias a su amor, a su Espíritu, nosotros podemos amar incluso a aquellos que no nos aman, incluso a aquellos que nos hacen el mal.

La propuesta de Jesús es una verdadera revolución, pudiéramos llamarla “la revolución del amor”. Es que para amar al que me ofende, el dar la otra mejilla cuando me peguen en la una, el dar la capa, el no juzgar, el no condenar, el perdonar, exige realmente un cambio total en nuestro corazón y en la manera de ver la vida y de ver al hermano.

“En ocasiones para nosotros es más fácil recordar el mal que nos han hecho y no las cosas buenas. Hasta el punto de que vuelve una enfermedad, nos volvemos coleccionistas de injusticias: únicamente recuerdo las cosas malas que me han hecho, y ese no es el camino. Debemos hacer lo contrario, recordar las cosas buenas, y cuando alguno viene con una habladuría, hablando mal del otro, hay que contestarle: “sí, tal vez, pero tiene esto de bueno”. Darle la vuelta al discurso: esa es la revolución de la misericordia” (Francisco).

¿Qué medida vamos a usar con el otro? ¿Usaremos la medida del desquite, de la venganza, del ofender, del llevar las cuentas de las cosas, del no perdonar, del criticar y hablar mal? ¿Usaremos la medida del amor que perdona, del amor que abre los brazos sin juzgar?

Debemos perdonar porque Dios nos ha perdonado y nos perdona siempre. Si no perdonamos del todo, no podemos pretender que seamos perdonados. Debemos emprender ese camino, el camino del perdón, el camino de la misericordia, el camino de la compasión como lo es nuestro Padre Dios con cada uno de nosotros.

Jesús quiere que en cada corazón triunfe el amor de Dios sobre el odio y el rencor. Francisco afirma: “La lógica del amor, que culmina en la Cruz de Cristo, es el distintivo del cristiano, y nos induce a ir al encuentro con corazón de hermanos”.

Recordemos el cómo superar el instinto humano de la ley mundana de la venganza. Jesús nos lo dice en el Evangelio, “Sean compasivos como vuestro Padre es compasivo”. Ahí está el camino para ti y para mí. Si escuchamos a Jesús, si nos esforzamos por seguirlo a pesar de las dificultades, nos convertimos en hijos de Dios y comenzamos a parecernos verdaderamente al Padre que está en los cielos. Nos volveremos capaces de cosas que jamás habríamos pensado que podríamos decir o hacer, porque el amor, la misericordia y la compasión mueven nuestras vidas.

“No hay nada más grande y más fecundo que el amor…El amor confiere a la persona toda su dignidad, mientras que el odio y la venganza disminuyen, degradan la belleza de la criatura hecha a imagen de Dios” (Francisco).

Vivamos este mandamiento de responder al insulto y al mal con el amor, pues el mismo generó una nueva cultura, la cultura de la misericordia que da vida a una verdadera revolución.

Y hoy más que nunca no podemos responder al mal con el mal, al mal debemos responder con amor. En nuestro país se ha aprobado una ley que regula la interrupción del embarazo en caso de violación a las 12 semanas en caso de una mujer adulta y 18 semanas en caso de niñas y adolescentes. Una ley que deja en cierta forma impune al violador, una ley que no respeta la objeción de conciencia, una ley que es ley de muerte, no ley de vida.

La Delegación de la vida de la Arquidiócesis se ha pronunciado ante la aprobación de esta ley llamándola “ley genocida, inconstitucional y anti mujer” Los tambores de muerte retumbaron en las afueras de la Asamblea Nacional. Festejaron el triunfo de la muerte cuando estamos llamados a proclamar la vida. Y lo que apena en verdad, que la gran mayoría de esos gritos son de mujeres, muchas de ellas jóvenes. Mujeres que creen que tienen derecho sobre un inocente.

¿Qué pedimos al Presidente? Una sola cosa: el VETO TOTAL, es que no puede quedar el aborto como derecho, eso jamás, no lo es, no es derecho matar una vida, nuestra constitución defiende la vida, está a favor de la vida y ahora se ha manchado de sangre las páginas de la constitución y se han manchado de sangre las manos de 75 Asambleístas.

La Delegada para la Vida en la Arquidiócesis afirma: “Ante esta caída solo queda levantarnos, y así seamos los mismos provida de siempre en la calle y de puerta en puerta, pues vamos a dejar la vida en eso, o callamos ante la muerte de inocentes o nos levantamos y dejamos la vida por la vida… Es ahora o nunca, estamos con la vida o con la muerte, nos quedaremos callados y sentados en la comodidad de nuestro espacio o nos levantaremos las mangas y nos ensuciaremos los zapatos caminando y evangelizando puerta a puerta a favor de la vida”

Y cuenten conmigo, caminaré en favor de la vida, no dejaré de hablar en favor de la vida, denunciaré el aborto como un crimen, no callaré, porque proclamo y vivo el Evangelio de la Vida. ¿Lo harás tú? ¿Lo proclamarás tú?

Que María, la madre del SÍ que nos dio al Señor de la Vida nos ayude y acompañe en esta proclamación del Evangelio de la Vida. ASÍ SEA.