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“¡Maestro, Tú eres el hijo de Dios!

HOMILÍA DEL XXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Quito, 28 de agosto de 2022

Por Mons. Alfredo José Espinoza Mateus, sdb

Con mucha alegría vuelvo a esta querida Parroquia de San Bartolo aquí en el sur de Quito y precisamente para celebrar su fiesta patronal en la celebración de San Bartolomé apóstol.

Jesús en el Evangelio nos lleva a cuestionarnos con sinceridad cuáles son los puestos que buscamos como también a quién invitamos. ¿Buscamos los primeros puestos? ¿Cuáles son nuestros preferidos? ¿Los pobres, los descartados de este mundo tienen un puesto central en nuestra vida?

Debemos ubicar este pasaje de hoy. Jesús está comiendo invitado por uno de los principales fariseos de la región. ¿Qué hacen los fariseos frente a Jesús? Resultan interesantes las palabras de Lucas, “… y ellos le estaban espiando”. Cualquiera que se sienta espiado se limita en su accionar o en su hablar, pero no Jesús. Él se siente libre para criticar a los invitados que buscan los primeros puestos e, incluso para sugerir al que lo ha convidado a quienes ha de invitar en adelante.

¿Son actuales las palabras de Jesús? Podemos decir que sí pues vivimos en una sociedad en que la gente se esfuerza por ascender, por ocupar los primeros puestos, por encabezar todo tipo de listas, y no olvidemos de que estamos por entrar a una campaña electoral y se han conformado listas y quizás en ellas muchos se han esforzado para estar primeros, aplastando al otro, sin importarle el otro, simplemente estar primero, encabezando una lista y buscando sus propios intereses y no tanto el interés de la sociedad a la que dice va a servir.

Nuestra sociedad mira al que está arriba, no al que está abajo. Mira al que ocupa el primer puesto y se olvida del último. Y en una sociedad así, pudiera parecer que la invitación de Jesús a ocupar el último puesto del banquete provoca por lo menos una sonrisa de compasión condescendiente. Y más aún, puede parecer ridículo el pedido de no esperar recompensa, de invitar a aquellos que no pueden pagarte.

Puedo decir por experiencia propia de que la gente busca ubicarme en el puesto central, cosa que rechazo siempre. No me gusta comer en la “mesa principal”, normalmente escojo una mesa a un lado, en medio de los sacerdotes o de otras personas. Y esto me ha costado más de una vez incomprensión y hasta en cierto punto un regaño.

¿Por qué Jesús habla así? ¿Qué busca enseñarnos Jesús? Podemos decir que la advertencia de Jesús no es una ingenuidad. Él sabía decir sencillamente las cosas importantes. ¿Cómo sería nuestra vida si no nos preocupáramos en buscar esos primeros puestos, ese halago de la gente, el buscar ser reconocidos? Creo que sería más sencilla, más alegre, más festiva.

Pero hay algo más, mucho más. Jesús no sólo está denunciando esta actitud de los fariseos, estos comportamientos equivocados; nos está enseñando algo más que a ser humildes y desinteresados, nos está diciendo cómo es Dios.

Dios no ocupó posiciones de privilegio, nunca buscó ese privilegio. Dios se hizo hombre despojándose de todo privilegio. Jesús se puso siempre a servir, se puso en favor del más pobre, se acercó a los lisiados, a los cojos, a los humildes, a los pobres para mostrarles la misericordia de Dios Padre. Y dio su vida por todos. Podemos decir que Jesús habla con autoridad al decirnos estas palabras. Él la había encarnado; habla con experiencia y por experiencia, por eso tiene derecho a exigirnos a que nosotros vivamos y actuemos así.

 

Hoy se nos invita a ser humildes. Esta humildad desde la mirada del Reino tiene que ver más bien con el vaciarnos de nosotros mismos para llenarnos de Dios. Francisco nos dice: “También para nosotros la humildad es el punto de partida, siempre es el comienzo de nuestra fe. Es esencial ser pobre de espíritu, es decir, necesitado de Dios. El que está lleno de sí mismo no da espacio a Dios, pero el que permanece humilde permite al Señor realizar grandes cosas”. Podemos preguntarnos si estamos necesitados de Dios, si estamos en camino para abrirnos al amor gratuito de Dios.

Y Natanael o Bartolomé, fue ese hombre que buscaba a Dios, buscaba dar espacio a Dios en su vida. Su amigo Felipe le dice: “Hemos encontrado a aquél a quien anunciaron Moisés y los profetas. Es Jesús de Nazaret”. Y él, un poco incrédulo porque era de Nazaret, dudo, pero Felipe le dijo: “Ven y verás”. Y Bartolomé fue, se encontró con Jesús quien le dice: “Ahí tienen a un israelita de verdad, en quien no hay engaño”.

Bartolomé que estaba pensando, debajo de un árbol, qué sería de su vida, encuentra a Jesús quien le revela su situación. Esto lo impresiona profundamente y lo convence de que este sí era un verdadero profeta y exclama: “¡Maestro, Tú eres el hijo de Dios! ¡Tú eres el Rey de Israel!”. Sigue a Jesús, es apóstol, discípulo incondicional del Maestro y da la vida por Él. En el Martirologio Romano, libro muy antiguo, se resume así la vida posterior del santo: “San Bartolomé predicó el evangelio en la India. Después pasó a Armenia y allí convirtió a muchas gentes. Los enemigos de nuestra religión lo martirizaron quitándole la piel, y después le cortaron la cabeza”.

Podemos decir que fue invitado al banquete, aceptó la invitación, pero no solamente aceptó, invitó a otros y no podía pagar, el precio que pagó fue su propia vida que la dio en amor por Cristo. Para él, como para nosotros, la santidad no se basa en hacer milagros, ni en deslumbrar a otros con hazañas, no se trata de ocupar primeros puestos o privilegios. La santidad, a la que estamos invitados todos, se trata de dedicar la vida a amar a Dios, a hacer conocer y amar al Señor, a anunciar con alegría el Evangelio y a servir y amar a los demás, de manera especial a los más pobres. Se trata de jugarse la vida en el amor y servicio invitado a los pobres, a los lisiados, a los cojos y ciegos, a aquellos que no pueden pagarte porque, como dice el Evangelio hoy, “…te pagarán cuando resuciten los justos”.

Francisco nos lo recuerda: “¡Dios paga mucho más que los hombres! ¡Él nos da un lugar mucho más bonito que el que nos dan los hombres! El lugar que nos da Dios está cerca de su corazón y su recompensa es la vida eterna…Se trata de elegir la gratuidad en lugar del cálculo oportunista que intenta obtener una recompensa, que busca el interés y que intenta enriquecerse cada vez más”.

Que María, mujer humilde, en quien Dios puso sus ojos en su pequeñez, nos ayude a encontrar el camino de la felicidad verdadera que agrada a Dios, de hacerse pequeño, sencillo y grande en el servicio. ASÍ SEA.