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“Me postré consciente de mi nada y me levanté sacerdote para siempre”

HOMILÍA EN LA PRIMERA MISA DEL P. JORGE ARIAS MONTALVÁN

Por Mons. Alfredo José Espinoza Mateus, sdb

Quito, 28 de enero de 2023

Eres ya sacerdote, querido Jorge. ¡Sacerdote del Señor! ¡Sacerdote para siempre! Hoy has recibido en tu vida un gran regalo, un don único que debes cuidar cada día y debes hacerlo crecer.

San Juan María Vianney, el “Cura de Ars”, dice: “Me postré consciente de mi nada y me levanté sacerdote para siempre”. Esto se ha hecho realidad hoy. Al postrarte tomaste conciencia de esa nada, del llamado de Dios que irrumpió en tu vida, de que Dios nos sorprende y te sorprendió al llamarte, pero creo yo, conociendo la historia de tu proceso vocacional, tomaste conciencia, y quizás lloraste, porque a lo largo de estos años tuviste que luchar, sufrir, pelear y hasta me atrevo a decir, enfrentar a todos. Sí, Jorge, peleaste tu vocación y eso para mí fue una prueba clara de que era el Señor quien te había llamado.

Como dice el santo, “…me levanté sacerdote para siempre”. Ten eso presente en tu vida No eres sacerdote para los momentos alegres o para cuando todo vaya bien. No eres sacerdote por un tiempo y luego veamos qué pasa. No, querido Jorge. Eres para siempre. Es toda una vida que has entregado, es toda una vida que consagras para servir a los demás, es todo tu ser que se hace donación, se da para que otros tengan vida y descubran a Jesús, el Señor de la Vida.

Te consagras para siempre para ser predicador de las Bienaventuranzas del Señor, como nos dice el Evangelio de hoy. Las Bienaventuranzas, afirma Francisco, “son el carnet de identidad del cristiano” y deben ser aún más, lo que identifica al sacerdote, lo que debe identificarte a ti sacerdote.

Como sacerdote, debes ser dichoso, bienaventurado, si eres “pobre de espíritu”. Francisco nos dice que, “Los pobres de espíritu son aquellos que son o se sienten pobres, mendicantes, en lo profundo de su ser. Jesús los proclama Bienaventurados, porque a ellos les pertenece el Reino de los cielos”. Ten conciencia Jorge, que el mundo te dirá lo contrario, el mundo afirmará que es necesario “ser algo en la vida, ser alguien…hacerse un nombre”. Tú no busques “ser alguien”, busca despojarte de todo lo que te lleve a la vanidad, al egoísmo, a la soberbia y dalo todo, da tu vida en el servicio de los demás. Sé un sacerdote que actúa sin prepotencia, sin violencia, ni arrogancia, sin riquezas ni esplendor. Que tu fuerza sea Jesús. Si vives así, serás constructor del Reino.

Como sacerdote serás dichoso, bienaventurado, si lloras, porque serás consolado” No seas un sacerdote frío, indiferente frente al dolor del hermano. Como dice Francisco, “Se trata de amar al otro de tal manera que podamos unirnos a él o a ella hasta compartir su dolor. Hay personas que permanecen distantes, un paso atrás; en cambio, es importante que los otros se abran brecha en nuestros corazones”.

Jorge, sé un sacerdote con un corazón en que los otros han llegado, en donde tienen su puesto y su lugar. Pregúntate siempre si se puede amar de forma fría. “Hay algunos afligidos a los que consolar, pero a veces también hay consolados a los que afligir, a los que despertar, que tienen un corazón de piedra y han desaprendido a llorar. También hay que despertar a la gente que no sabe conmoverse frente al dolor de los demás” (Francisco).

Ten el don de las lágrimas. Debes llorar ante las injusticias, llorar ante el sufrimiento del hermano, llorar ante la tragedia humana, llorar frente al pecado del pecador, llorar con el que llora. Solamente así, serás bienaventurado, solamente así llegarás al corazón de tus hermanos a los que sirves y ellos llegarán y tendrán un puesto en tu corazón.

Serás un sacerdote dichoso, bienaventurado, cuando tengas “hambre y sed de justicia”. Francisco nos dice que, “Hay una sed que no será defraudada; una sed que, si se asecunda será saciada y siempre será satisfecha, porque corresponde al mismo corazón de Dios, a su Espíritu Santo que es el amor y también a la semilla que el Espíritu Santo ha sembrado en nuestros corazones.

¡Que el Señor nos dé esta gracia: la de tener esta sed de justicia que es precisamente la gana de encontrarle, de ver a Dios y de hacer el bien de los demás!”.

Sé un trabajador incansable de la justicia. Lucha por una vida más justa y más digna para todos, empezando por los últimos. No te canses en esta misión. Hay mucho por hacer porque hay mucha injusticia en este mundo.

Pero si hay algo que te pido hoy de manera especial, querido Jorge, es que seas dichoso, bienaventurado, buscando ser un sacerdote lleno de misericordia. El Evangelio nos dice: “Dichosos los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia”. “En esta bienaventuranza hay una particularidad: es la única en la que coinciden la causa y el fruto de la felicidad, la misericordia. Los que ejercen la misericordia encontrarán misericordia, serán “misericordiados”…” (Francisco).

¿De dónde viene nuestra misericordia? Recuerda que Jesús nos dijo: “Sean misericordiosos, como nuestro Padre es misericordioso”. Cuanto más se acepta el amor del Padre, más se ama. La misericordia, Jorge, no es una dimensión entre otras, sino que es el centro de la vida cristiana: no hay cristianismo sin misericordia. Y me atrevería a decir, no hay sacerdote sin misericordia. Si toda nuestra vida cristiana, si toda tu vida sacerdotal, no nos lleva, no te lleva a la misericordia, nos hemos y te habrás equivocado de camino, porque la misericordia es la única meta verdadera de todo camino espiritual. Es uno de los frutos más bellos de la caridad.

Sé siempre ese sacerdote misericordioso, que ama, que sufre, que llora, que sirve, que no escatima tiempo ni lugar para llegar al otro. San Juan Pablo II nos decía que al mundo le falta la misericordia. Escucha ese llamado, sé tú, a partir de hoy, ese sacerdote que busca poner misericordia y sembrar misericordia en cada paso, en cada celebración, en cada encuentro, en cada escucha del otro. Siempre, siempre, con corazón, amando tu sacerdocio, poniendo pasión en lo que haces, pero, sobre todo, poniendo misericordia.

Vive el riesgo de tu sacerdocio. Vive el riesgo de amar, de servir, de entregarte plenamente. Vive el riesgo de poner toda tu libertad en las manos de Dios y de tu Obispo, hoy yo, mañana otro. Es un riesgo, un riesgo de amor que cuando se vive en plenitud, da una verdadera alegría.

Sé un sacerdote BIENAVENTURADO en el servicio y en la entrega, en la fatiga y en el cansancio, en la alegría y en la tristeza. Y como María, camina dispuesto a encontrar la alegría en “salir de prisa” a servir a los demás”. ASÍ SEA.