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No debemos perder la confianza en el Señor

Homilía del III Domingo de Pascua

Quito, 26 de abril de 2020

  • Estamos ya en el tercer domingo de este tiempo Pascual. Este camino lo podemos recorrer como lo recorren los dos discípulos de Emaús, de los que nos habla el Evangelio de este domingo: tristes y desolados.
  • El camino del mundo de hoy está lleno de tristeza y de desolación, de lágrimas y desesperanzas, de profundas angustias y, ello puede hacer que no veamos claro la esperanza pascual, y la alegría de la Resurrección.
  • Imaginemos la escena del Evangelio. Son dos hombres que caminan decepcionados, tristes, convencidos de dejar atrás la amargura de un acontecimiento terminado mal. Antes de la Pascua, ellos estaban llenos de entusiasmo convencidos de que esos días habrían sido decisivos para sus expectativas y para la esperanza de todo el pueblo.
  • Habían puesto su confianza en Jesús y parecía que había llegado a la batalla decisiva, Él habría de manifestar su poder después de un largo período de preparación y ocultamiento. Ellos esperaban esto, y no fue así.
  • Cuando lo han visto morir en la cruz, en su corazón se apagó la esperanza que habían puesto en él. Sin embargo, continúan pensando en él. No lo pueden olvidar. ¿Habrá sido todo, una ilusión?
  • Dejan Jerusalén para ir a otra parte, a un poblado tranquilo. Quieren quitar un recuerdo que duele. Entonces están por la calle y caminan. Tristes. Este escenario, la calle, había sido importante en las narraciones de los evangelios; ahora se convertirá aún más, desde el momento en el cual se comienza a narrar la historia de la Iglesia.
  • Y van caminando, conversando y discutiendo de todo lo vivido. Y ahí, en el camino, Jesús se acerca y se pone a caminar con ellos. Sin embargo, no lo reconocen. Aquel Jesús en quien tanto habían confiado y al que habían amado con pasión, les parece ahora un caminante extraño.
  • Jesús se une a su conversación. Los caminantes lo escuchan primero sorprendidos, pero poco a poco algo se va despertando en su corazón. No saben exactamente qué les está sucediendo. Francisco nos dice: “Entonces Jesús comienza su “terapia de la esperanza”. Y esto que sucede en este camino es una terapia de la esperanza. ¿Quién lo hace? Jesús”.
  • Y hoy necesitamos esta terapia, debemos saber que Jesús camina a nuestro lado y que va escuchando nuestros desalientos y tristezas, nuestras angustias y dolores. Y poco a poco, va encendiendo algo nuevo en nosotros.
  • Jesús, con los peregrinos de Emaús, sobre todo pregunta y escucha.
  • “Nuestro Dios no es un Dios entrometido. Aunque si conoce ya el motivo de la desilusión de estos dos, les deja a ellos el tiempo para poder examinar en profundidad la amargura que los ha envuelto. El resultado es una confesión que es un estribillo de la existencia humana: “Nosotros esperábamos, pero… Nosotros esperábamos, pero…”. ¡Cuántas tristezas, cuántas derrotas, cuántos fracasos existen en la vida de cada persona!” (Francisco).
  • En el fondo somos todos un poco como estos dos discípulos, y lo somos más en este tiempo. Hemos confiado y mucho, pero estamos por los suelos, decepcionados. Pero Jesús camina: Jesús camina con todas las personas desconsoladas que proceden con la cabeza agachada. Y caminando con ellos, de manera discreta, logra dar esperanza.
  • Y el corazón de los dos discípulos de Emaús comienza a “arder”. Se sienten atraídos por sus palabras. Llega un momento que necesitan de su compañía. No quieren dejarle marchar: “Quédate con nosotros”. Durante la cena se les abrirán los ojos y lo reconocerán. Este es el gran mensaje de este relato: cuando acogemos a Jesús como compañero de camino, sus palabras pueden despertar en nosotros la esperanza perdida.
  • Muchos pueden haber perdido su confianza en Jesús, y muchos la han perdido hoy. Se ha convertido en un personaje extraño e irreconocible. No entienden hoy lo que está pasando y cómo es que decimos que Él camina a nuestro lado.
  • Pero no debemos perder la confianza en el Señor. Debemos decir como los discípulos de Emaús: “Quédate con nosotros, porque la tarde va cayendo”. Sí, Señor, “quédate con nosotros”, quédate en nuestras familias, en nuestras Iglesias domésticas de hoy, quédate porque ha caído la tarde en nuestras vidas, porque hemos perdido la esperanza, porque nos sentimos derrotados. Quédate para iluminar nuestros corazones, para encender en nosotros la esperanza y la ilusión de la vida, para poder mirar al futuro con la decisión de algo nuevo por construir.
  • Quédate, Señor y ayúdanos en estos momentos difíciles y oscuros. Caminamos tristes, pensativos y sin horizontes. Quédate con los médicos, enfermeras y personal médico. Quédate con los Policías y Militares, con las autoridades y con todos los que trabajan para superar juntos esta grave crisis. Quédate, Señor, y ayúdanos a partir el pan entre nosotros y a saber partirlo y compartirlo con los demás. Quédate y devuélvenos la alegría cristiana, la alegría de tu Resurrección.
  • Quédate porque sabemos que nos amas, seguimos siendo amados por ti y sabemos que no dejarás jamás de querernos, que caminarás siempre con nosotros, incluso en estos momentos más dolorosos.
  • Y hoy, en esta celebración, elevamos nuestra mirada a la MADRE DOLOROSA. Durante todos estos días de la novena hemos invocado a Ella con corazón de hijos. Y hoy, de manera especial, le decimos: “MADRE DOLOROSA, PROTEGE A NUESTRA PATRIA”.
  • Y nos dirigimos a Ella así, como a la Madre. El Papa Francisco nos dice que “precisamente ese es el título que recibió de Jesús en el momento de la Cruz. Tus hijos, tú eres madre. No la hizo primer ministro o le dio títulos de funcionalidad. Únicamente “madre”…” Ella está allí, en el inicio de la Iglesia, en oración con los apóstoles como madre. “La Virgen no quiso tomar de Jesús ningún título. Recibió el don de ser madre de Él y el deber de acompañarnos como madre, de ser nuestra madre” (Francisco).
  • Ella es discípula y madre. Y así, como madre, nosotros debemos pensar en Ella, debemos buscarla y debemos rezar a Ella. Es la Madre. Y a esta Madre, Madre Dolorosa, que lleva los clavos del dolor de su Hijo en sus manos, hoy tiene un nuevo dolor, el dolor de nosotros sus hijos que sufrimos esta pandemia, que lloramos la muerte de muchos y que sentimos angustia en nuestro corazón. El dolor de este pueblo, de esta patria ecuatoriana que sufre enormemente. Y a Ella, confiados, plenamente confiados como hijos, le decimos: “MADRE DOLOROSA, PROTEGE A NUESTRA PATRIA”. Intercede ante tus hijos, tus lágrimas son por este pueblo, por nosotros tus hijos. Danos fortaleza, como la tuviste tú al pie de la Cruz, y danos esperanza. ASÍ SEA.