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“¡Oh Madre Dolorosa! Protege a la Santa Iglesia

HOMILÍA EN EL DÍA DE LA DOLOROSA DEL COLEGIO

Quito, 20 de abril de 2022

Por Mons. Alfredo José Espinoza Mateus, sdb

En este día en que celebramos, recordamos y nos alegramos con la Fiesta de la Madre Dolorosa del Colegio, devoción tan metida en el corazón de nuestros fieles, de manera especial de nuestro pueblo quiteño, comienzo esta sencilla homilía con una frase del Papa Francisco que nos dice: “Que María, Madre de la ternura y de la cercanía, sea nuestra Maestra de vida y de fe”.

Y traigo esta frase de Francisco porque les invito a no quedarse en los “dolores” de María. Veamos más allá, veamos con ojos de esperanza, veamos con ojos Pascuales esta celebración.

Sintamos a María, como nos dice el Papa, como una Madre que nos brinda su ternura, una Madre cercana, siempre cercana a nuestra vida. Y María estuvo cercana a su pueblo siempre manifestando su ternura.

Y desde esa ternura comprendemos sus lágrimas. Son lágrimas de dolor, pero también de amor, son lágrimas que nos consuelan porque Ella, como nosotros, se compadeció y lloró. No es una madre indiferente frente a nuestro dolor humano, frente a nuestras situaciones de vida difíciles, que todos tenemos y que muchas veces nos llenan de desilusiones y desesperanzas.

“La Virgen Dolorosa, que lloró con el corazón traspasado la muerte de Jesús, ahora se compadece del sufrimiento de los pobres crucificados y de las criaturas de este mundo exterminadas por el poder humano” (Francisco).

Sí, hermanos, María llora, lloró al pie de la cruz y llora hoy por nuestra realidad, la realidad de nuestro pueblo ecuatoriano, una realidad que nos cuestiona, que nos duele profundamente y que nos afecta a todos.

Ante la situación que vivimos, con lágrimas en los ojos y con esperanza en el corazón denunciamos nuestras realidades y nuestros dolores. Ante esta realidad debemos “gritar” aquí, delante de la Madre Dolorosa, el sufrimiento de nuestro pueblo, gritar como la mujer del Evangelio que sigue a Jesús, un grito de fe, un grito de esperanza, un grito confiado. Un grito como el de Cristo, que, “… en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas” a su Padre; un grito que “traspasará el corazón” de María como profetizó Simeón.

¿Cuáles son nuestros gritos como hombres y mujeres de fe?:

GRITEMOS VERDAD ante tanta mentira que escuchamos día a día.

GRITEMOS JUSTICIA ante tanta impunidad que vemos a diario, ante una justicia que se vende y que se trafica al mejor postor.

GRITEMOS HONRADEZ ante tanta corrupción de la que estamos asqueados y que parece ser la norma de vida de muchos.

GRITEMOS VIDA ante leyes de muerte que se imponen basándose en un pretendido derecho que desconoce en el fondo, el derecho de los inocentes que son abortados.

GRITEMOS SOLIDARIDAD ante una sociedad que mira con indiferencia el dolor de los más pobres y desvalidos, el dolor del descartado.

GRITEMOS PAZ en un mundo de violencia y de guerras que ha olvidado el sueño de la paz, en una sociedad ecuatoriana marcada hoy por el sicariato, el narcotráfico, el femicidio, el insulto y el desprecio del otro.

GRITEMOS ESPERANZA frente a la desilusión y desesperanza de tantos jóvenes que ven su futuro incierto.

GRITEMOS UNIDAD ante tantas actitudes que nos separan y nos dividen, nos cuesta ser un país unido, que camina bajo un mismo ideal, que busca los mismos sueños, cada uno quiere imponer su verdad, su pensamiento, su ideología y sus criterios.

No sólo gritemos al Señor y a nuestra Madre Dolorosa, pongamos en ellos nuestras alegrías e ilusiones. También pidamos a María, miremos a Ella, nuestra Madre Dolorosa y, como hemos dicho en la oración inicial, estamos bajo su cuidado maternal y la tenemos como “maestra de fe y de una esperanza inquebrantable y del más puro amor”.

A ti, Madre Dolorosa te pedimos que como Maestra no dejes de enseñarnos.

ENSÉÑANOS A SABER SIEMPRE ESCUCHAR, a ser una Iglesia que camina en la escucha y que desde esa escucha construye una misión en favor de los demás.

ENSÉÑANOS A ESTAR EN SALIDA, no podemos ser cristianos encerrados en nuestros miedos, en nuestros sufrimientos y lágrimas, en nuestros pesimismos y en nuestra indiferencia. Debemos salir para servir, salir para acercarnos al hermano, salir para sanar y curar, salir para anunciar la Buena Nueva de la Resurrección.

ENSÉÑANOS A SER CONSTRUCTORES DE DIÁLOGO. Como dice el Papa Francisco, “donde las posiciones se endurecen, los cristianos deben convertirse en “tejedores de diálogo”…” Y ese diálogo es hoy más urgente que nunca en nuestro país. Tú, yo, todos nosotros, desde la fe, debemos ser esos constructores de diálogo, tejer cercanía, tejer comprensión y entendimiento.

ENSÉÑANOS A SABER PERMANECER. Sí, Madre Dolorosa, enséñanos a saber permanecer como tú al pie de la cruz. Es más fácil salir corriendo, pero tú estuviste allí, junto a la cruz. Francisco nos dice: “María Dolorosa al pie de la cruz no escapa. María Dolorosa al pie de la cruz simplemente permanece. Está al pie de la cruz. No escapa, no intensa salvarse a sí mismo, no usa artificios humanos y anestésicos espirituales para huir del dolor”.

Este permanecer al pie de la cruz es la prueba de la compasión. “Permanecer con el rostro surcado por las lágrimas, pero con la fe de quien sabe que en su Hijo, Dios transforma el dolor y vence la muerte”.

Miremos hoy a la Virgen Madre Dolorosa. Miremos su rostro, miremos sus lágrimas, miremos los clavos, miremos la corona que tiene en sus manos. Con María abrámonos a una fe que se hace compasión, a una fe que se acerca al hombre y a la mujer de hoy, a una fe “que se hace comunión de vida con el que está herido, el que sufre y el que está obligado a cargar cruces pesadas sobre sus hombros; una fe que no se queda en lo abstracto, sino que penetra en la carne y nos hace solidarios con quien pasa necesidad” (Francisco).

Y con corazón de hijo, digo al terminar: “¡Oh Madre Dolorosa! Protege a la Santa Iglesia, protege a nuestra Patria, ampara a juventud, defiende a la niñez” ASÍ SEA.