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PADRE ESPIRITUAL, VERDADERO GUÍA EN MI VIDA y AMIGO DE VERDAD

HOMILÍA ANTE LA MUERTE DE GUSTAVO NOBOA BEJARANO

Quito, 16 de febrero de 2021

Hoy quiero hablar desde el corazón, no quiero basarme solamente en unas líneas escritas, en las que pongo mi corazón de hijo, sacerdote y pastor pero que al final pueden parecer frías.

Hoy hablo desde un corazón roto por el dolor ante la pérdida de una persona tan querida como fue para mí GUSTAVO NOBOA BEJARANO, Gustavo a secas o “Doctor”, como muchos lo llamaban.

Para mí Gustavo es, no voy a hablar en pasado, es mi PADRE ESPIRITUAL, VERDADERO GUÍA EN MI VIDA y AMIGO DE VERDAD. Recuerdo ahora la foto como Presidente de la República que él me regaló y que en la dedicatoria dice: “Para Alfredo José, mi hijo espiritual y amigo de toda una vida junto a los jóvenes”.

Y esta es la realidad, soy su hijo espiritual y él es mi padre espiritual. Caminamos por la vida en torno a la vocación por la juventud. Supo guiarme en los momentos en que estaba tomando una decisión fundamental, y aquí recuerdo una anécdota muy importante: Cuando fui al Noviciado Salesiano en Colombia me dijo claramente que no me iba a escribir durante todo el año, pues la decisión la debía tomar yo solo, sin ninguna influencia, pero que sí iba a orar todo el tiempo. Al año, en 1979, cuando mis padres fueron a mi Primera Profesión Religiosa, me escribió una carta que decía: “Has tomado una decisión, has decidido delante del Señor el consagrar tu vida a los jóvenes, desde ahora nunca te dejaré solo, estaré junto a ti en todo tu camino vocacional”. Y no faltó a su palabra, estuvo allí, con el consejo oportuno, la corrección, hasta el final, que me la hizo con todo cariño hace un mes, la amistad sincera, el abrazo y el beso de padre y su bendición.

No lloro solamente yo su muerte. La llora su esposa María Isabel, sus hijos Laura María, Pablo, Carmen Elena, Diego y Susana. Se alegra y ríe con él en el cielo su hija María Isabel. La lloran sus hijos e hijas políticas y todos sus nietos. Me uno a ellos, como también me uno a sus hermanos Fernando, Gloria, Ernesto, Isabel, Carlos Alberto, Luis Alfredo, María Leonor y Ricardo y a todos sus hermanos y hermanas políticos como a sus sobrinos.

Lloran su muerte miles de jóvenes, y me atrevo a decir “miles”, porque así es, Gustavo llegó a miles de miles de jóvenes a través de su cátedra en la Universidad, de manera especial Derecho Sucesorio, materia que hacía gustar pero que en los exámenes los alumnos sufrían. La lloran de manera particular todos aquellos a los que él evangelizo con gran espíritu de Don Bosco. Gustavo será siempre el gran apóstol de los jóvenes, el laico convencido de su fe, el “buen cristiano” que quería el santo de los jóvenes. Dedicó horas de horas de su vida en Ballenita, Data, Santa Cruz, Cuenca, Ibarra, Tabacundo, Riobamba y también al final en Loja. En ellas evangelizó en las convivencias juveniles, creó todo un método que precisamente en estos días fue recogido en un libro. Dedico horas de horas en su casa en Guayaquil, el estudio de la misma fue el “monte de las bienaventuranzas” desde donde predicó el Evangelio a los jóvenes, porque podemos decir que Gustavo “fue un hombre de Evangelio”, para él el Evangelio fue la Buena Nueva que supo transmitir a los jóvenes con una sonrisa, con una broma, con energía, con claridad, pero, sobre todo, con su vida misma.

En estos últimos tiempos se dedicó a transmitir otro tipo de evangelización, a grupos específicos, dando valores, creo “LA CANCHA DE LA VIDA”, en la que recordaba cómo se debía jugar, y el juego no era otro que con libertad, responsabilidad, voluntad, inteligencia, esperanza, alegría, amor, personalidad, fortaleza, paciencia, ideal, confianza y fe. Guardo, ahora un tesoro más para mí, el afiche de la cancha con su dedicatoria: “Para Alfredo Espinoza Mateus, un recuerdo de la “Cancha de la Vida”, donde nos jugamos el partido más importante, y el único que no podemos perder”.

Y Gustavo no perdió ese partido, lo supo jugar y lo jugó bien. Lo jugó como hijo, esposo, padre, abuelo, profesor, evangelizador de jóvenes, Decano y Rector Universitario, Abogado de San Carlos y cuando la historia le pidió su presencia en la vida del país, la jugó bien desde la Vicepresidencia y luego la Presidencia del País. Un “gran estadista”, así lo recuerda el país, un país que asumió en momentos turbulentos y que supo conducir con honradez, transparencia, diálogo, sensatez, equilibrio y profunda fe, como “honrado ciudadano” de acuerdo al ideal salesiano.

El Papa Francisco nos dice que “la muerte es el abrazo con el Señor, para ser vivido con esperanza”. Y hoy Gustavo se abrazó con el Señor y descansó en las manos y en el corazón del Señor, el Señor Jesús, a quien él supo conducir a miles de jóvenes, porque él nunca se enseñó a sí mismo, nos enseñó a Cristo, Camino, Verdad y Vida.

Somos vulnerables, Francisco lo recuerda: “Todos tenemos esta debilidad de vida, esta vulnerabilidad. Lo que tenemos en común todos es la vulnerabilidad: somos iguales en la vulnerabilidad. Todos somos vulnerables y en algún momento esta vulnerabilidad nos conduce a la muerte”.

La vulnerabilidad nos une y ninguna ilusión nos protege. Nos puede engañar la ilusión de “ser eternos”. En cambio, la certeza de la muerte está escrita en la Biblia y en el Evangelio, pero, “el Señor siempre nos la presenta como un “encuentro con Él” y la acompaña con la palabra “esperanza”: “El Señor nos dice que estemos preparados para el encuentro, la muerte es un encuentro: es Él quien viene a encontrarnos, es Él quien viene a tomarnos de la mano y llevarnos con Él… todos tenemos una puerta a la que el Señor llamará algún día” (Francisco). Y hoy llamó a Gustavo y él traspasó esa puerta.

Nos toca prepararnos bien, como se preparó Gustavo, para el momento en que el Señor llamará a nuestra puerta. Recemos los unos por los otros para estar listos, para abrir la puerta con confianza al Señor que viene, como estoy seguro que hoy la abrió Gustavo y entró a tomar parte de ese “pedacito de Paraíso” que Don Bosco preparó para sus hijos, y Gustavo sin duda es un hijo predilecto del Santo de la Juventud.

Hoy la partida de Gustavo nos debe llevar a pensar en nuestra propia muerte: ¿Cuándo moriré? “En el calendario no está arreglado, nos dice Francisco, pero el Señor lo sabe… debemos decir: “Señor, prepara mi corazón para morir bien, morir en paz, morir con esperanza”

Gustavo nos dejó esta gran lección, murió bien, murió en paz, murió con esperanza porque vivió con esperanza.

Amó a la Virgen Auxiliadora, fue un hijo de Ella. Termino contando una anécdota de cuando fui nombrado Obispo de Loja, me regaló un cuadro hermoso de la Virgen de El Cisne diciéndome: “Este cuadro me lo regalaron la primera vez que fui a Loja como Presidente, hoy quiero que este cuadro lo tenga mi hijo, el Obispo de Loja”. Y ese cuadro me acompañó en Loja y ahora está en mi casa como un tesoro único.

Ella la Virgen, la Auxiliadora del pueblo cristiano, lo lleva hoy de la mano al encuentro de su hijo Resucitado. ASÍ SEA.