"...que la celebración de estos 75 años se dé en el marco sinodal"
San Juan XXIII nos dice que, “La vida es la realización de un sueño de Juventud”. Y ese sueño lo tuvo el Cardenal Carlos María de la Torre y Aurelio Espinosa al fundar la Universidad hace setenta y cinco años. Y, fue un sueño compartido por Luis Enrique Orellana, Alfonso Villalba, Hernán Malo, Hernán Andrade, Julio Terán Dutari, José Ribadeneira, Manuel Corrales y que comparte hoy Fernando Ponce.
Un sueño de la Iglesia del Ecuador que a través de la Arquidiócesis de Quito fue confiado a la Compañía de Jesús: una misión, un servicio, una labor evangelizadora a través de las aulas universitarias. El sueño de “Ser más para servir mejor”, compartido por maestros, personal administrativo y de servicio, por estudiantes de ayer y de hoy, pero también por la sociedad quiteña para quién la PUCE es uno de sus patrimonios más queridos.
En esta celebración podemos hagamos nuestras las palabras del salmista: “Bendice al Señor, alma mía: ¡Señor, Dios mío, qué grande eres! ¡Qué variadas son tus obras, Señor!...¡Gloria al Señor para siempre!, alégrese el Señor por sus obras!”. Y el Señor se alegra por esta gran obra de la Universidad, por todos estos años de ser “luz” y “testigos del Evangelio” en la sociedad ecuatoriana, tarea que es en definitiva su razón de ser y que debe custodiar como su más grande aporte a la Iglesia y a la sociedad.
Conozco sus esperanzas, sus luchas, lo que aman y lo que hacen. Me congratulo, como Gran Canciller de la Universidad, con la Iglesia del Ecuador, que quiso esta Universidad, que la promueve, la apoya y sobre todo, la cuida en su misión, en su camino y en la respuesta evangélica que debe dar a los múltiples desafíos de la sociedad de hoy.
Los Hechos de los Apóstoles narra el día de Pentecostés; muchos vinieron de todas partes y a ellos se dirigieron los Apóstoles luego de recibir el Espíritu Santo. Aquellos que estaban a puertas cerradas, con un corazón temeroso, salieron y anunciaron, salieron y comunicaron la gran verdad de Cristo, y todos los escuchaban hablar en su propia lengua.
¿No nos pasa esto a nosotros? ¿No nos quedamos a veces encerrados en nuestro temor y no anunciamos a Cristo? ¿No queremos adaptar nuestras palabras y nuestras enseñanzas al lenguaje de los tiempos, pero nos olvidamos del verdadero y único lenguaje que es el del Evangelio? No podemos ni debemos ser una Universidad de “puertas cerradas”, debemos ser una Universidad de salida al mundo, a la realidad, a la cultura y al hombre y a la mujer de hoy, de manera especial, al joven de hoy.
Salgamos como Universidad, haciendo nuestro el “camino sinodal” que nos señala el Papa Francisco para la Iglesia Universal. Bendigo y alabo que la celebración de estos 75 años se dé en el marco sinodal. Haciendo vida actitudes de “encuentro, escucha y reflexión”, vivamos esta celebración como un tiempo de gracia, un tiempo que en la alegría del Evangelio nos permita captar, como señala Francisco, al menos tres oportunidades.
La primera es la de hacer de la PUCE, “un lugar abierto, donde todos se sientan en casa y puedan participar”. Y esto, considerando la realidad que estamos viviendo, las dificultades que vive la Universidad, no es tarea fácil. Muchos se han ido de “casa” quizás con un sabor amargo en su corazón, muchos tienen temor al futuro, muchos han perdido la esperanza.
Nos toca a todos, a toda la Comunidad Universitaria, la tarea de construir la casa, asegurar un ambiente de casa, de familia, trabajar para que la Universidad sea esa casa de puertas abiertas que acoja a todos y lo haga con el espíritu del Evangelio, con el gran don que nos da Jesús Resucitado, “¡La paz!”.
La paz de Jesús no es una paz estática, todo lo contrario, es una paz que nos invita a salir, que nos envía. “Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”. Sintámonos enviados a ser testigos de Jesucristo, a ser constructores de un mundo nuevo en su nombre, a forjar corazones a la luz de su amor, y como pide Francisco al mundo de las universidades: “a ayudar a ver la preparación universitaria como signo de una mayor responsabilidad ante los problemas de hoy, ante la necesidad del más pobre, ante el cuidado del medio ambiente”.
En segundo lugar, la Universidad, siguiendo el camino de la Iglesia, debe ser un lugar de la escucha. Debemos “tomarnos una pausa de nuestros ajetreos, para frenar nuestras ansias pastorales y detenernos a escuchar. Escuchar el Espíritu en la adoración y la oración” Escuchar, escuchar, siempre escuchar. Escuchar las esperanzas y las crisis de fe, escuchar las urgencias de renovación de nuestra Universidad, escuchar la voz de todos, ahí está el gran reto, porque nos podemos quedar encerrados en medio de criterios técnicos y de eficiencia, pero perdemos la capacidad de escucha del más sencillo, del joven estudiante, de los actores de esta Universidad.
Por último, siguiendo este camino sinodal, al igual que la Iglesia, la Universidad debe ser una “Universidad de la cercanía”. Francisco nos pide que “volvamos siempre al estilo de Dios, el estilo de Dios es cercanía, compasión y ternura. Dios siempre ha actuado así. Si nosotros no llegamos a ser esta Iglesia de la cercanía con actitudes de compasión y ternura, no seremos la Iglesia del Señor”. Pongamos estas palabras en la vida de nuestra Universidad. ¿Cuánta cercanía nos falta? Quizás mucha, quizás poca. Pero debe ser una cercanía, no sólo de palabras, sino de la presencia, que busque establecer mayores lazos de amistad con la sociedad, con el mundo y con la familia universitaria.
No nos olvidemos que somos “Universidad”, es decir. “abrazamos el universo del saber en su significado humano y divino, para garantizar aquella mirada de universalidad sin la cual la razón, resignada con modelos parciales, renuncia a su aspiración más alta: la búsqueda de la verdad” (Francisco). Que la docencia y la investigación sigan ensanchando la mente y el corazón de la juventud.
No olvidemos que somos “Universidad Católica”, que debe, “distinguirse por la inspiración cristiana de sus miembros y de sus propias comunidades, ayudándoles a incluir la dimensión moral, espiritual y religiosa en su investigación y a valorar las conquistas de la ciencia y la técnica en la perspectiva de la totalidad de la persona humana” (Francisco). Que las asignaturas que presentan el cristianismo en su dimensión doctrinal, ética y social no se diluyan en los currículos de estudio.
Y, además, no olvidemos que, por fisonomía y presencia, somos una “Universidad ecuatoriana”. Esto constituye un signo de esperanza que la Iglesia ecuatoriana ofrece al país. Formemos siempre en vista de construir un mejor país; forjemos profesionales con sentido ético, moral, social y sobre todo, hombres y mujeres de fe que respondan a la construcción de un mejor Ecuador.
Que insertos en la realidad de nuestro país, hagamos nuestra la opción de Jesús por los pobres y descartados, en el respeto de la pluralidad necesaria a la hora de aproximarnos honestamente a la realidad.
Que María, nuestra Buena Madre Dolorosa, guíe y acompañe el camino de esta Universidad en los próximos veinticinco años, para que llegue a celebrar sus CIEN AÑOS… hacia allá apunta la meta que desde hoy nos fijamos. ASÍ SEA.