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“Reavivar el fuego del Espíritu”

HOMILÍA EN LA CELEBRACIÓN DE LA VIDA CONSAGRADA

Por Mons. Alfredo José Espinoza Mateus, sdb

Quito, 29 de enero de 2023

Con mucha alegría, queridos hermanos y hermanas consagrados, celebro esta Eucaristía en este día de la Presentación del Señor, Fiesta de la Candelaria y Día de la Vida Consagrada.

La celebro como consagrado que soy desde hace cuarenta y cuatro años, toda una vida, pero hay en medio de nosotros, hermanos y hermanas que tienen muchos años más de consagración y pudiera decir, usando la imagen de una vela, en esta Fiesta de la Candelaria, que han quemado su vida iluminando y sirviendo a la vida de los demás.

En la carta del Dicasterio para la Vida Consagrada, me han llamado poderosamente la atención algunas preguntas que nos plantean. Preguntas que requieren una respuesta de nuestra parte, y es más, es vital responderlas para darle hoy un nuevo sentido, una fuerza nueva y un relanzamiento a nuestra misión carismática aquí y ahora.

Nos preguntan: ¿Invocamos al Espíritu con fuerza y frecuencia y le pedimos que él reavive en nuestro corazón el fuego misionero, el celo apostólico, la pasión por Cristo y por la humanidad? ¿Nos sentimos urgidos a hablar de lo que hemos visto y oído? ¿Sentimos la nostalgia de Cristo? ¿Sufrimos y arriesgamos en sintonía con su corazón pastoral? ¿Estamos dispuestos a “ensanchar nuestra tienda”, a caminar juntos? Y sobre todo, la última pregunta es decisiva: ¿Es la Persona de Jesús, sus sentimientos, su compasión, lo que apasiona nuestro corazón?

La pasión por Dios es el alma de la Vida Consagrada. Debemos, como religiosos y religiosas buscar a Dios y encontrarlo. Esta será una tarea de toda la vida. Creo que “somos buscadores y exploradores del misterio de Dios” Siempre aprendiendo, siempre renovándonos y nunca “expertos” en Dios. Si no somos así, no estaremos nunca abiertos a la novedad y a la sorpresa de Dios.

Francisco ha iniciado una serie de catequesis sobre la “Pasión en la Evangelización”. Si bien, están destinadas a todos los creyentes, me parece que podemos asumirlas como un llamado urgente que nos hace a nosotros, religiosos y religiosas. Él nos dice acerca de la Evangelización: “Una dimensión esencial de la Iglesia es ser misionera, salir a irradiar a todos la luz del mensaje evangélico. Cuando está dimensión se pierde, la comunidad se enferma, se cierra en sí misma y se atrofia. Son los cristianos atrofiados”.

También nos advierte que, “El deseo de salir y llegar a los demás a los que hay que anunciar el Evangelio, puede borrarse y a veces parece eclipsarse… Cuando la vida cristiana pierde de vista el horizonte del anuncia, enferma: se encierra en sí misma, se vuelve autorreferencial, se atrofia. Sin celo apostólico, la fe se marchita”

Debemos apostar por la misión, asumir la misión con mayor audacia, con mayor pasión. Quizás más de uno me pueda decir que son religiosos y tienen clara la misión. Claro que sí, no lo dudo, pero hoy les pido reavivar ese fuego misionero en el corazón de ustedes y reavivarlo yo en mi corazón. Que la misión, como dice Francisco, sea ese oxígeno de nuestra vida, que esa misión nos vigorice.

Tenemos el desafío de “reavivar el fuego del Espíritu” para que arda en nuestros corazones y así iluminar este mundo. Encendimos hace un momento los cirios, hemos iluminado este ambiente simbólicamente, pero ahora debemos salir con pasión a iluminar nuestra comunidad, nuestros ambientes, nuestras obras y misión, con la luz de nuestro carisma, apasionados por la misión que hemos recibido y heredado de nuestros fundadores.

Volvamos ahora nuestra mirada al Evangelio de hoy. Tomo dos verbos, el uno es “presentar” y el otro es “ver”.

Dice el Evangelio: “…los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor”… Me pregunto, y les pregunto: ¿Qué le presento al Señor? No ayer, no mañana, ¿Qué le presento hoy? ¿Qué le presentan hoy ustedes al Señor?

¿Le presento la alegría de mi vida consagrada? ¿Le presento la alegría de vivir en comunidad? En mi caso, aunque no vivo ya en ella, estoy unido a ella. ¿Le presento un corazón limpio que sabe amar en el respeto y en la entrega total?

¿Le presento al Señor un rostro alegre, un corazón abierto a todos, un testimonio que contagia y arrastra? ¿Le presento mi pasión evangelizadora que me hace salir, escuchar, acercarme a los más necesitados y darme con generosidad? ¿Le presento mi deseo de reavivar el fuego de mi consagración?

O quizás, ¿Le presento desesperanzas, dudas, cansancio, pesimismo, rutina, malhumor, tristezas, cenizas de consagración, falta de audacia apostólica? Estas y tantas otras cosas más quizás le presentamos al Señor, sea personalmente o también comunitariamente.

El Papa Francisco nos invita a presentarle al Señor nuestra oración confiada y esperanzada: Contra la tentación de perder la esperanza, que nos da la esterilidad vocacional, debemos rezar más y rezar sin cansarnos… se los pregunto a ustedes: su corazón, ante este decrecimiento de vocaciones, ¿reza con intensidad?”. Debemos golpear la puerta del corazón de Dios, porque la esperanza está solamente en el Señor.

El segundo verbo es VER: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto a tu Salvador…”

¿Con qué ojos vemos a los demás? ¿Los vemos con los ojos del corazón? ¿Los vemos con los ojos de misericordia? ¿Con qué ojos veo al Señor? ¿Lo veo con esperanza y confianza? ¿Lo veo con ojos de gratitud por la llamada?

También preguntémonos el cómo nos ven los demás, el cómo nos ven nuestros destinatarios. Espero que nos vean, como dice Francisco al hablar de la pasión evangelizadora, con gran alegría, “porque no se puede hablar de Jesús sin alegría, porque la fe es una estupenda historia de amor para compartir”.

Que nos vean comprometidos con la liberación de los más pobres, siendo luz para los demás en un mundo de tinieblas.

Pero, y con esto termino, que nos vean siempre en el asombro de la gracia, porque, nos dice Francisco, “No somos nosotros los que hacemos grandes cosas, sino que es la gracia del Señor, que también a través de nosotros, realiza cosas imprevisibles”, esto son “las sorpresas de Dios”.

 

Como María, nuestra buena Madre, seamos abiertos a las sorpresas de Dios, seamos religiosos que se dejen sorprender y salgan de prisa a anunciar y poner pasión en este mundo de hoy. ASÍ SEA.