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“Rema mar adentro, y echen las redes para pescar”

HOMILÍA EN LA FIESTA DE SANJOSÉ MARÍA ESCRIBÁ DE BALAGUER

Quito, 26 de junio de 2021

Por Mons. Alfredo José Espinoza Mateus, sdb

“Rema mar adentro, y echen las redes para pescar”… Esta invitación a Simón, es una invitación a nosotros en este tiempo de hoy, es una invitación hecha un día a San Josémaría, que él supo escuchar, responder; por eso, echó las redes y sin duda la pesca fue y sigue siendo abundante.

Les pregunto a ustedes: ¿Cuál fue el secreto de San Josémaría para lograr esa pesca abundante? Yo diría que no fue un secreto, fueron dos. El primero fue su total confianza en el Señor que llama: “Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos pescado nada; pero, por tu palabra, echaré las redes”.

Y él echó las redes, al igual que Pedro, confiando en la palabra del Señor. Las echó en una realidad muy concreta, las echó humildemente, las echó junto con otros, no fue una pesca individual, fue una pesca que involucró a muchos, fue una pesca cotidiana y ahí supo encontrar la santidad.

El segundo secreto del santo, fue que puso el corazón, fue una pesca nacida del corazón del Señor y en la que puso su corazón y pasión de hombre y de santo. Dijo con claridad: “Lo que se necesita para conseguir la felicidad, no es una vida cómoda, sino un corazón enamorado”.

La santidad es precisamente eso, es un corazón que ama y que se da, un corazón que responde al corazón del Señor, un corazón que busca hacer amar en plenitud. La santidad no es, ni puede ser, algo lejano a la realidad y al corazón del hombre. El santo pone todo su corazón al servicio del Reino, y al poner todo su corazón pone todo su ser.

Y este poner el corazón da sentido a lo que uno hace, y dio sentido a la vida de San Josémaría. Él nos dice: “¿Cómo podemos vivir si no estamos enamorados? Porque yo no lo entiendo. Yo vivo porque estoy enamorado, si no, no sería vida esto”.

¿Estamos enamorados? ¿Vivimos con amor nuestra realidad cotidiana? ¿Nos mueve el amor en todo lo que hacemos? La respuesta la tenemos cada uno de nosotros. No olvidemos que estamos llamados al amor.

Debemos enamorarnos de la vida, regalo de Dios, enamorarnos del hermano, enamorarnos del servicio al otro, enamorarnos de la oración, enamorarnos del Señor, enamorarnos del Reino.

Nuestra respuesta, como la de Pedro, parte desde el amor. Confiar en la palabra del Señor es también confiar en el amor al Señor. Es que Simón ya había conocido a Jesús y había experimentado el poder prodigioso de su palabra, de ahí viene su respuesta de fe y de corazón. Y su fe no se ve decepcionada, de hecho, las redes se llenaron de tal cantidad de peces que casi se rompían.

Francisco nos dice que, “Frente a este evento extraordinario, los pescadores se asombraron. Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo: “Señor, apártate de mí, que soy un pecador”. Ese signo prodigioso le convenció de que Jesús no es sólo un maestro formidable, cuya palabra es verdadera y poderosa, sino que Él es el Señor, es la manifestación de Dios. Y esta cercana presencia despierta en Pedro un fuerte sentido de la propia mezquindad e indignidad. Desde un punto de vista humano, piensa que debe haber distancia entre el pecador y el Santo. En verdad, precisamente su condición de pecador requiere que el Señor no se aleje de él, de la misma forma en la que un médico no se puede alejar de quien está enfermo”.

Y es el Señor el que lo tranquiliza al decirle: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres”. San Josémaría, reconoció su realidad de pecador, pero no temió, confió en el Señor que lo llamaba.

¿Tememos nosotros? ¿De qué tenemos miedo? ¿Por qué nos cuesta confiar y poner toda nuestra vida en las manos del Señor? ¿Qué nos falta para ser verdaderos pescadores de hombres?

El poner todo en las manos del Señor que llama, el confiar plenamente, el seguir la llamada, es la lógica que guía la misión de la Iglesia, que no es otra, como nos dice Francisco, la de “ir a buscar, “pescar” a los hombres y las mujeres, no para hacer proselitismo, sino restituir a todos la plena dignidad y libertad, mediante el perdón de los pecados. Esto es lo esencial del cristianismo: difundir el amor regenerante y gratuito de Dios, con actitud de acogida y de misericordia hacia todos, para que cada uno pueda encontrar la ternura de Dios y tener plenitud de vida”.

Y es la misión que les recuerdo a ustedes, como miembros de la Obra, a ejemplo de San Josémaría. Salgan, no se queden encerrados, salgan a anunciar, salgan a “pescar”, salgan a “echar las redes”, salgan con un corazón lleno de misericordia, no en forma legalista o ritualista, salgan a amar, a poner el corazón en el hermano, para que aquel a quienes ustedes se acerquen sientan el amor y experimenten esa ternura de Dios.

Salgan, para que, como decía San Josémaría, En la sencillez de tu labor cotidiana, en los detalles monótonos de cada día, has de descubrir el secreto, para tantos escondido, de la grandeza y de la novedad: el amor”.

A ustedes les pido que sean portadores de amor para que otros descubran el amor de Dios, un amor que se acerca, un amor que nos quiere sorprender, un amor que nos levanta, un amor que es fortaleza y esperanza, de manera especial en este tiempo de dolor, de llanto, de desesperanza y de muerte causado por la pandemia.

Hoy más que nunca deben echar esas redes de amor y de esperanza, hoy más que nunca deben responder con manos abiertas y solidarias a los demás, hoy más que nunca deben preguntarse por el hermano abandonado y excluido. Sus redes no pueden ser de indiferencia, porque el amor no es indiferente frente al dolor del hombre concreto, y hoy muchos sufren y pasan hambre, muchos han perdido los empleos, muchos han dejado de estudiar. Y allí ustedes tienen una palabra y una acción.

“Nosotros, cristianos de hoy en día, tenemos la alegría de proclamar y testimoniar nuestra fe, porque hubo ese primer anuncio, porque existieron       esos hombres humildes y valientes que respondieron generosamente a la llamada de Jesús… Que la conciencia de estos inicios suscite en nosotros el deseo de llevar la palabra, el amor y la ternura de Jesús a todo contexto, incluso  a  aquel más dificultoso y resistente” (Francisco).

Como San Josémaría, que supo escuchar, llevemos la Palabra a todos, de manera especial a las periferias. Recordemos que, “todos los espacios del vivir humano son terreno al que arrojar las semillas del Evangelio, para que dé frutos de salvación” (Francisco).

Como María, pongamos nuestros pies en las huellas dejadas por el Maestro. ASÍ SEA.