“Rema mar adentro"
Quito, 06 de febrero de 2022
Por Mons. Alfredo José Espinoza Mateus, sdb
Un pequeño lago, una ensenada, un joven predicador, unos cuantos pescadores sin especial cualificación; así comienza la aventura de la iglesia que San Lucas nos relata hoy en su Evangelio.
Hay una pesca infructuosa, un mandato: “Rema mar adentro y echa las redes para pescar”, hay una observación natural: “Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada”… pero hay una total confianza en el Señor: “… pero, por tu palabra, echaré las redes”.
Se da la pesca, una pesca milagrosa. Hay el reconocimiento de que se es pecador: “Apártate de mí, Señor que soy un pecador” pero, hay una llamada: “No temas: desde ahora serás pescador de hombres”.
Y nos dice el evangelista: “Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron”. Es que el Señor ha llamado y ellos han respondido.
A cada uno de nosotros Dios nos llama. ¿Qué misión nos ha encomendado Dios? ¿Para qué nos ha dado la vida? ¿Cuál es nuestra vocación? Dios nos llama por nuestro propio nombre, nos ha dado una misión concreta y determinada. Todos debemos descubrir esa misión y seguirla, todos estamos llamados a ser “pescadores de hombres”.
Este es uno de los evangelios que más me gusta, me identifico con él, hay tanta historia de mi vida contenida en este Evangelio. Recuerdo hace muchísimos años, cuando iniciaba mi “aventura salesiana”, cuando había escuchado que el Señor me llamaba por mi nombre y había dejado mi barca y mis redes; las redes de mi familia, ciudad, amigos, grupo pastoral y mis estudios de medicina, Gustavo me regalo una postal que precisamente recordaba la pesca milagrosa, me acompañó durante muchísimos años.
Luego cuando hicimos la capilla de la casa de retiros de Data de Posorja, pusimos esta frase afuera, con parte de una barca y unas redes. Cuando me nombraron Obispo, buscaba una frase que identificara mi episcopado y no dudé, por eso, en mi escudo episcopal está puesto “Os haré pescadores de hombres”. Llegué luego a Quito y dije que venía a echar las redes en este mar inmenso, en sentido figurado, que es Quito. Y aquí estoy, echando las redes, sembrando el Evangelio, dando una palabra, queriendo vivir en autenticidad mi ser de Obispo.
Este relato del Evangelio de Lucas quiere infundir aliento a la Iglesia cuando experimenta que todos sus esfuerzos por comunicar su mensaje fracasan. Lo que se nos dice es muy claro, debemos poner nuestra esperanza en la fuerza y en el atractivo del Evangelio.
Pongamos este Evangelio en nuestra vida de hoy, en la acción nuestra como cristianos y como Iglesia hoy. Hay dos modos de pescar, y de vivir: en nombre propio o en nombre del Señor. Vivir concediendo nuevas posibilidades a la realidad, abriéndose a ella con la esperanza por descubrir siempre nuevos rumbos, o dándola por sabida, por agotada, por irrecuperable.
Y ambos modos de pescar y de vivir producen resultados diferentes. Cuántos esfuerzos perdidos, cuántas pescas no logradas, cuántas desilusiones. Es que cuando queremos hacer todo por nuestra propia fuerza y no confiando en el Señor vemos que no logramos nada.
El Papa Francisco lo dice claramente: “Es la respuesta de la fe, que nosotros también estamos llamados a dar; es la actitud de disponibilidad que el Señor pide a todos sus discípulos, sobre todo a aquellos que tienen tareas de responsabilidad en la Iglesia. Y la obediencia confiada de Pedro genera un resultado prodigioso: “Y, haciéndolo así, pescaron gran cantidad de peces”…”
Esta semana ha sido una semana dura, muy dura en Quito, una semana de muchas lágrimas, de dolor y de tragedia. Muchos muertos, son veintisiete hermanos que han fallecido. La muerte se sembró en estas laderas, en estos barrios de La Comuna, Pambachupa y La Gasca.
Como hombres y mujeres de fe no podíamos quedarnos indiferentes ante lo que vivían nuestros hermanos. Escuchamos la voz del Señor que nos decía: “Rema mar adentro”… y remamos mar adentro, y echamos las redes en el mar de la solidaridad, de la confianza, del saber abrir el corazón y las manos en bien de los demás. Y la pesca fue abundante. La he visto con mis propios ojos, la he palpado, he escuchado al que trae una pequeña ayuda o a la parroquia que trae un camión con ayuda humanitaria.
Francisco nos dice: “Es una pesca milagrosa, un signo del poder de la palabra de Jesús: cuando nos ponemos con generosidad a su servicio, Él obra grandes cosas en nosotros. Así actúa con cada uno de nosotros: nos pide que lo acojamos en la barca de nuestra vida, para recomenzar con Él a surcar un nuevo mar, que se revela cuajado de sorpresas”.
Hemos escuchado todos nosotros, lo he escuchado yo en primer lugar, y pido disculpas por ponerme en primer lugar, la invitación del Señor. “Su invitación de salir al mar abierto de la humanidad de nuestro tiempo, a ser testigos de la bondad y la misericordia, da un nuevo significado a nuestra existencia, que a menudo corre el riesgo de replegarse sobre sí mismo”. Y aquí, en esta parroquia, por eso he querido celebrar aquí hoy, para decir gracias, hemos visto que muchos volvieron a ser testigos de esa bondad y misericordia de Dios. Hubo desde el primer momento un grupo de jóvenes voluntarios que vinieron sin que se los invitara, hubo luego un grupo de una escuela de chefs que cocinaron cada día, y estaban aquí desde las seis de la mañana, hubo muchísimas manos que venían y se ponían a disposición, buscando qué hacer: voluntarios, sacerdotes, seminaristas…
Había mucho por hacer: cocinar, repartir comida, tomar una pala, clasificar ropa, hacer kits de alimentos y muchas cosas más. Hemos caminado por en medio de lodo, nos pusimos las botas y salimos, no nos quedamos quietos, acomodados o viendo desde lejos la realidad con indiferencia. La Iglesia ha dado un testimonio de cercanía grande, ha estado al lado del hermano que sufre, ha consolado y ha llevado la “caricia de un Dios que los ama”.
Nos han criticado, una persona puso un comentario de que son solo palabras y no acción cuando bendije a los rescatistas, yo solamente me limité a contestar, “¿Dónde estuvo usted?” Es que como Iglesia estábamos allí, caminando y acercándonos. Ése es el mar al cual remamos mar adentro en estos días sintiendo una llamada del Señor, allí echamos las redes del amor, del servicio, de la solidaridad, y la pesca ha sido abundante.
No dejemos de ser solidarios, no dejemos de escuchar la llamada del Señor a servir a los demás, no dejemos de echar las redes en este mundo de hoy. Gracias, gracias, gracias de corazón a todos, pero de manera especial, gracias P. Juan Carlos por todo lo que has hecho en estos días. ASÍ SEA.