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“Revestirse de Dios que es la luz, cada día, hasta que Jesús se convierta en nuestro vestido cotidiano”.

HOMILÍA EN LA FIESTA DE LA EPIFANÍA

Quito, 06 de enero de 2022

Hoy celebramos con mucha alegría la Fiesta de la Epifanía o más conocida como la Fiesta de los Reyes Magos.

A veces se nos hace un poco raro el nombre de Epifanía. ¿Sabemos todos qué significa? Epifanía indica la manifestación del Señor quien, como dice San Pablo en la segunda lectura, se revela a todas las gentes, representadas hoy por los magos. Se desvela de esa manera la hermosa realidad de Dios que viene para todos: Toda nación, lengua y pueblo es acogido y amado por él. Su símbolo es la luz, que llega a todas partes y las ilumina.

Lo dice Isaías en la primera lectura: “Mira: las tinieblas cubren la tierra, y la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti. Y caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora”.

Francisco nos dice: “Nuestro Dios se manifiesta a todos, sin embargo, produce sorpresa cómo se manifiesta. El evangelio narra un ir y venir en torno al palacio del rey Herodes, precisamente cuando Jesús es presentado como rey: “¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?”, preguntan los magos. Lo encontrarán, pero no donde pensaban: no está en el palacio real de Jerusalén, sino en una humilde morada de Belén”.

Si vemos las manifestaciones de Jesús, siempre habrá esa paradoja. Siempre lo buscarán como “Rey”, pero Él se presentará en la humildad, en la sencillez, no en medio de los poderosos, sino en medio de los desposeídos. “Esta es la sorpresa. He aquí la sorpresa: Dios no se manifiesta ocupando el centro de la escena” (Francisco).

Y aquí nos pudiéramos hacer varias preguntas: ¿Estamos dispuestos a acoger la luz? ¿Estamos dispuestos a seguir la estrella en nuestras vidas? ¿Dónde buscamos al Señor? ¿Lo buscamos realmente hoy?

En la primera lectura, como hemos visto, Isaías nos recuerda que la luz divina no impide que las tinieblas y la oscuridad cubran la tierra, pero resplandece en quien está dispuesto a recibirla. Por eso, el profeta dirige una llamada, que nos interpela, a ti y a mí, a cada uno: “Levántate y resplandece, porque llega tu luz”. Por lo tanto, “Es necesario levantarse, es decir sobreponerse a nuestro sedentarismo y disponerse a caminar, de lo contrario, nos quedaremos parados, como los escribas consultados por Herodes, que sabían bien dónde había nacido el Mesías, pero no se movieron” (Francisco).

En segundo lugar, es necesario “revestirse de Dios que es la luz, cada día, hasta que Jesús se convierta en nuestro vestido cotidiano”. ¿Cómo podemos vestir este traje de Dios? El traje de Dios es sencillo como la luz, para poder vestirlo debemos despojarnos de los vestidos pomposos, del orgullo, de la soberbia, del creernos superiores de los demás. Debemos ser humildes, caso contrario, nos quedaremos como Herodes, que a la luz divina prefirió las luces terrenas del éxito y del poder.

Nuestra actitud debe ser como la de los Magos de Oriente. Ellos no pertenecen al pueblo elegido. No conocen al Dios vivo de Israel. Nada sabemos de su religión ni de su pueblo de origen. Nosotros decimos que son “Reyes Magos”, el Evangelio nos habla de “Magos de Oriente”. No sabemos su nombre, ni cuántos fueron, deducimos que son tres por los dones que presentan: oro, incienso y mirra.

Los Magos viven atentos al misterio que se encierra en el cosmos, podemos decir que su corazón busca verdad.

En algún momento creen ver una pequeña luz que apunta hacia un Salvador. Necesitan saber quién es y dónde está. Se ponen rápidamente en camino. No conocen el itinerario preciso, pero, en su interior arde la esperanza de encontrar una Luz para el mundo.

Aquí me detengo para hacer dos preguntas: ¿Buscamos nosotros la verdad? ¿Arde en nuestro interior la esperanza de encontrar una Luz para el mundo? Son dos preguntas fáciles de hacer pero que para responder debemos tomarnos un tiempo, debemos revisar nuestro interior y ver realmente si en esta Navidad hemos descubierto el gran misterio de amor de Dios, un Dios que se hace Niño, se hace hombre para salvarnos. Él es la Luz para el mundo y si hemos contemplado el misterio hemos descubierto la gran verdad de Dios.

Francisco nos dice: “Los magos, sin embargo, realizan la profecía, se levantan para ser revestidos de la luz. Solo ellos ven la estrella en el cielo; no los escribas, ni Herodes, ni ningún otro en Jerusalén. Para encontrar a Jesús hay que plantearse un itinerario distinto, hay que tomar un camino alternativo, el suyo, el camino del amor humilde. Y hay que mantenerlo”.

Este camino distinto los lleva a Belén, la estrella los guía hacia Belén. Al llegar, lo único que ven es al “niño con María, su madre”. Nada más. Un niño sin esplendor ni poder alguno. Una vida frágil que necesita el cuidado de una madre. Es suficiente para despertar en los magos la adoración: “y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra”.

El relato es en sí desconcertante. A este Dios, escondido en la fragilidad humana, no lo encuentran los que viven instalados en el poder o encerrados en la seguridad religiosa. Se les revela a quienes, guiados por pequeñas luces, buscan incansablemente una esperanza para el ser humano en la ternura y la pobreza de la vida.

¿Se nos ha revelado a nosotros? ¿Lo hemos podido encontrar? ¿Nos hemos postrado para adorarlo o nos hemos perdido en medio de tantas luces y ruidos de “nuestra Navidad?

Otra pregunta que nos pudiéramos hacer es sobre qué dones le presentamos al Señor. Hemos dado muchos regalos, pero ¿qué le hemos regalado a Él? ¿Qué estamos dispuestos a regalarle?

Los Magos regresan por otro camino. Es un camino distinto al de Herodes. Un camino alternativo al mundo, como el que han recorrido todos los que en Navidad están con Jesús: María y José, los pastores. “Ellos, como los magos, han dejado sus casas y se han convertido en peregrinos por los caminos de Dios. Porque solo quien deja los propios afectos mundanos para ponerse en camino encuentra el misterio de Dios” (Francisco).

Estamos invitados ustedes y yo, a ser “peregrinos por los caminos de Dios”. Por donde Dios nos lleve. Estamos invitados a salir, a encontrarnos con Dios en el hermano y a servir al hermano, a darle la mano, ésa es nuestra adoración al Señor que está presente en el hermano necesitado. ASÍ SEA.