“Revolución del amor”
Quito, 27 de febrero de 2022
Por Mons. Alfredo José Espinoza Mateus, sdb
Estamos en este octavo domingo del tiempo ordinario, haremos un paréntesis importante y el próximo miércoles, Miércoles de Ceniza, empezaremos un camino, el camino de Cuaresma que nos preparará para vivir el gran “Misterio Pascual” de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús.
Este domingo continúa y se concluye el llamado “sermón de la llanura” del Evangelio de San Lucas, el mismo que está dirigido a los discípulos y centrado en dos grandes temas: el amor y la misericordia.
Hemos insistido el domingo anterior en el amor a los enemigos, proclamamos el vivir la “revolución del amor” y afirmamos que, “La lógica del amor, que culmina en la Cruz de Cristo, es el distintivo del cristiano, y nos induce a ir al encuentro con corazón de hermanos” (Francisco).
¿Qué nos quiere enseñar Jesús? Su mensaje es claro y fuerte al mismo tiempo. Quiere enseñarnos a vivir, a manejar situaciones reales de la vida. Sabe que en la comunidad de los discípulos será necesario practicar el discernimiento, la corrección fraterna, que serán necesarios guías. Estas enseñanzas son válidas para todo discípulo, pero de manera particular son fundamentales para los que son guías de la comunidad: para mí, para los sacerdotes, para los catequistas, para los padres de familia que guían a su comunidad familiar. Francisco es claro cuando afirma: “Jesús llama así la atención de las personas que tienen responsabilidades educativas o de liderazgo, los pastores de almas, las autoridades públicas, los legisladores, los maestros, los padres… exhorta a todos a hacer consciente de su delicado papel y a discernir siempre el camino correcto a seguir para guiar a las personas”. Y pudiéramos preguntarnos si esto se cumple o no.
La pregunta que hace el Señor es clara, precisa y drástica: “¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el mismo hoyo?” “El guía no puede ser ciego, sino que debe ver bien, es decir, debe poseer sabiduría para poder guiar con sabiduría, de lo contrario corre el riesgo de perjudicar a las personas que a él se le confían” (Francisco).
Además, Jesús afirma: “Un discípulo no es más que su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro”. El maestro de referencia es el mismo Jesús, por ello, esto nos lleva a concluir que el guía, fiel seguidor del Maestro, a quien debe recrear es a Jesús, aunque sea a pequeña escala, tarea nada fácil, más bien, resulta difícil.
Y como el Maestro, no deberá juzgar ni condenar a los otros. Y su pregunta nos la vuelve a hacer hoy a nosotros: “¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?”... Y llega a llamarlos hipócritas y pide que primero debemos sacarnos la viga del ojo y entonces, solamente entonces, veremos claro para sacar la mota del ojo del hermano.
Este apelativo de “hipócritas” que Jesús da varias veces a los doctores de la ley, en realidad es dirigido a cualquiera, porque quien juzga lo hace en seguida, mientras que Dios para juzgar se toma su tiempo. Es fácil, no digamos que no, queridos hermanos, es fácil juzgar a los otros, y en eso como que somos expertos.
El Papa Francisco afirma: “Quien juzga se equivoca, simplemente porque toma un lugar que no es suyo. Pero no solo se equivoca, también se confunde. Está tan obsesionado con lo que quiere juzgar, de esa persona, ¡tan obsesionado!, que esa idea no le deja dormir… Y no se da cuenta de la viga que él tiene. Es un fantasioso. Y quien juzga se convierte en un derrotado, termina mal, porque la misma media será usada para juzgarle a él. El juez que se equivoca de sitio porque toma el lugar de Dios termina en una derrota. ¿Y cuál es la derrota? La de ser juzgado con la medida con la que él juzga”.
Quizás nos preguntemos si debo corregir a los demás, sí, siempre es útil ayudar al otro con consejos sabios, pero, “… mientras observamos y corregimos las faltas de nuestro prójimo también debemos ser conscientes de que nosotros mismos tenemos faltas, si yo no creo que tengo faltas no puedo corregir ni condenar a los demás, todos tenemos defectos, todos, y debemos ser conscientes y antes de condenar a los demás tenemos que mirarnos a nosotros mismos dentro, y de esta manera seremos creíbles, actuaremos con humildad dando testimonio de caridad” (Francisco),
El Señor no juzga ni condena, como dice Francisco, “Jesús, delante del Padre,
¡nunca acusa! Al contrario: ¡defiende!”.
Las lecturas de hoy son una llamada para cultivar una humanidad sana, auténtica, no hipócrita. Son palabras cargadas de realismo y de espiritualidad, son una invitación a ver y a leer nuestra vida, tu vida, mi vida, nuestra vida, de una forma generosa, paciente y no precipitada.
Con esta mirada de nuestra vida, cada uno puede preguntarse sobre los frutos que da. ¿Qué frutos estamos dando hoy? ¿Doy frutos de bien, de bondad, de amor, de perdón, de servicio, de generosidad, de solidaridad, de respeto? O quizás, ¿Doy frutos de envidia, de murmuración, de egoísmo, de violencia, de irrespeto, de egoísmo, de muerte? Jesús es claro en sus palabras: “El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque lo que rebosa del corazón, lo habla la boca”
¿De qué habla nuestra boca? ¿De qué rebosa nuestro corazón? Tengamos cuidado de que de nuestra boca salga lo malo, “… haciendo el ejercicio más dañino entre nosotros que es la murmuración, el rumoreo, hablar mal de los demás, esto destruye, destruye la familia, destruye la escuela, destruye el puesto de trabajo. De la lengua comienzan las guerras”. Respondámonos hoy: “¿Yo hablo mal de los demás? ¿Yo busco siempre de ensuciar a los demás? ¿Para mí es más fácil ver los defectos de los demás que los míos propios? Y busquemos al menos de corregirnos un poco, nos hará bien” (Francisco).
Invoquemos la ayuda de María para poder seguir al Señor en este camino. ASÍ SEA.