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Seguiré hablando, defendiendo la vida, luchando para que todos tengan vida

Homilía Del XXIII Domingo del Tiempo Ordinario

Homilía Del XXIII Domingo del Tiempo Ordinario

Quito, 06 de septiembre de 2020

Vamos recuperando poco a poco la comunidad en la celebración de la Eucaristía. Una comunidad presencial, porque hemos vivido durante muchos meses la “comunidad virtual”.

Francisco lo dijo claramente, la Iglesia no puede quedarse en lo virtual, la comunidad que participa es esencial para la vida de la Iglesia. Si bien, durante todo este tiempo han tenido la Eucaristía, “pero la gente que está conectada con nosotros, sólo la Comunión espiritual. Y eso no es la Iglesia: es la Iglesia en una situación difícil, que el Señor permite, pero el ideal de la Iglesia es estar siempre con el pueblo y con los Sacramentos” (Francisco).

Hoy iba a ir a una parroquia, pero por situaciones de salud del párroco, tuve que suspender anoche la visita. No me dio tiempo de coordinar con otra parroquia por eso celebro nuevamente desde mi casa.

Pero en Quito se va volviendo a la “nueva normalidad”. Y los hermanos se reúnen ya, celebran juntos su fe y los sacramentos. Pudiera decir que podemos aplicar muy bien las palabras de Jesús: “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.

No pensemos en comunidades masivas todavía, estamos volviendo poco a poco a la normalidad. No hace falte que sean muchos los reunidos, lo importante es que estén reunidos, no dispersos. Unidos como comunidad, nunca enfrentados, ni descalificándose unos a otros. Lo decisivo es que se reúnan “en su nombre”.

Como comunidad, debemos escuchar la llamada del Señor, debemos identificarnos con su proyecto del Reino de Dios y es Jesús quien debe ser el centro. Él, presente en la comunidad, una presencia real y viva, es la que debe animarnos, guiar, sostenernos. Celebremos nuestra fe y con la fuerza del Señor en el corazón salgamos a anunciar la Buena Nueva, abramos nuestras manos y nuestros corazones a la solidaridad, vayamos y construyamos en amor la vida de cada día.

Hoy Jesús en el Evangelio nos invita a vivir la corrección fraterna. Francisco nos dice: “La corrección fraterna es un aspecto del amor y de la comunión que deben reinar en la comunidad cristiana… Corregir al hermano es un servicio, y es posible y eficaz solamente si cada uno se reconoce pecador y necesitado del perdón del Señor”.

Y aquí les pregunto: ¿Te reconoces pecador? ¿Te sientes necesitado del perdón de Dios y de los hermanos? ¿Juzgas fácilmente a los demás y no te das cuenta de tus errores?

Cuando reconozco el error del otro, ello me debe hacer acordar que yo me he equivocado primero, y que me equivoco tantas veces. Sí, porque somos frágiles, somos débiles, somos pecadores y nos equivocamos muchas veces.

“Jesús nos enseña que si mi hermano comete una culpa contra mí, me ofende, yo debo usar la caridad hacia él, antes que todo, hablarle personalmente, explicándole que aquello que ha dicho o hecho no es bueno” (Francisco). ¿Lo hacemos en verdad? ¿Lo corregimos a solas?

Puede ser que no nos escuche. Entonces Jesús sugiere una intervención progresiva. Primero, volver a hablarle con dos o tres personas, para que tome conciencia de su error. Si continúa sin escuchar, es necesario decirlo a la comunidad; y si tampoco escucha a la comunidad, “es necesario hacerle percibir la fractura y el distanciamiento que él mismo ha provocado, haciendo venir a menos la comunión con los hermanos en la fe”.

Hay que hacer este proceso, hay que acompañar a quien se equivoca, evitando que se pierda. “La actitud es de delicadeza, prudencia, humildad, atención hacia quien ha cometido una culpa, evitando que las palabras puedan herir y matar al hermano. Porque,…también las palabras matan!  (Francisco).

Y lo hacen cuando hablamos mal del otro, cuando hacemos una crítica injusta, cuando con nuestra lengua “sacamos el cuero” a un hermano, cuando al hablar hacemos perder la reputación del otro.

Debemos tener claro que el objetivo de la corrección fraterna es ayudar a la persona a darse cuenta de aquello que ha hecho, y que con su culpa ha ofendido no solamente a uno, sino a todos. También nos ayuda a nosotros a desterrar de nuestro corazón toda ira y resentimiento, que muchas veces nos pueden llevar a insultar y agredir.

Recorramos este camino de corrección fraterna, este camino de buscar al otro, de ayudar al otro, de ser portadores de perdón y de amor.

Y al final de esta homilía, recuerdo que en estos días he levantado mi voz en un tema que nos preocupa a todos. En el twitter de un conocido diario del país, que publicó como noticia lo que había pronunciado el lunes anterior, entre los comentarios, además de los insultos contra la Iglesia, que ha cometido errores, que no callamos, que los reconocemos y vamos tomando acciones al respecto, alguien preguntaba: “¿Quién les pidió intervenir?”.

Parece que en este país solamente pueden opinar los que están a favor de ciertos temas. ¿Por qué no puedo intervenir? ¿Por qué debo pedir permiso? Los obispos dijimos claramente que hablábamos, respetando las diversas funciones de un Estado laico, pero hablábamos porque somos ciudadanos libres, porque tenemos derecho a la libertad de expresión; y hablábamos, como pastores orientando a nuestros fieles.

No voy a callar, que quede claro. Tengo derecho a hablar, a opinar, a manifestar lo que creo y pienso desde mis convicciones. Hablo como ciudadano, como cristiano, como sacerdote y como Obispo. Seguiré hablando, defendiendo la vida, luchando para que todos tengan vida. Hablaré señalando principios y valores, haciéndolo a partir de principios jurídicos y evidencias médicas, como la vida desde la concepción. Orientaré el verdadero camino, porque Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida. ASÍ SEA.