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“Ser constructores de esperanza”.

HOMILÍA EN LA CELEBRACIÓN DE LOS 74 AÑOS DE LA PUCE

Quito, 04 de noviembre de 2020

¿Podemos celebrar hoy en medio de tanto dolor y tantas lágrimas que ha ocasionado la pandemia? ¿Podemos celebrar los 74 años de la PUCE con una Universidad cerrada presencialmente pero presente y viva virtualmente?

Sí, mi respuesta es un SÍ ROTUNDO, porque celebramos la historia, la vida, el esfuerzo, el trabajo y la fe en una educación universitaria de calidad, forjadora de presente y de futuro. Y esta celebración nos abre ya a la celebración del AÑO JUBILAR, a las Bodas de Diamante institucionales de nuestra querida Universidad, que si Dios nos da vida y salud lo haremos el próximo año. En este Año Jubilar, “volcamos todas nuestras ideas, esfuerzos, preocupaciones, luchas, dolores, sueños y anhelos…”.

Hay que saber soñar y tener ideales. Es lo que les pido hoy, queridos hermanos jesuitas al frente de esta Universidad, queridos docentes, personal administrativo y de servicio, y sobre todo a ustedes queridos estudiantes.

Hoy corremos el riesgo de no soñar, de no tener ideales, porque vivimos del presente. Estamos sumergidos en una cultura de lo inmediato y de lo fácil. Y soñar implica ver más allá. Tener ideales nos exige ver hacia un horizonte al cual avanzamos, pero al que nunca llegamos, pues siempre habrá un horizonte. Alcanzaremos metas concretas, pero el ideal de la Universidad, expresado en el lema “Seréis mis testigos”, nos hace ver siempre un horizonte que da sentido a todo el quehacer universitario.

Sueñen en grande, no sueñen en pequeño, nos dice Francisco. Por eso, la PUCE debe soñar siempre en grande, no en pequeño. Que nunca ceda a la tentación de lo fácil, sino que siempre se exija más.

El Evangelio que hemos proclamado nos habla de un hombre que, antes de salir de viaje, convoca a sus siervos y les confía su patrimonio en talentos, monedas de gran valor. En su ausencia, ellos tienen la responsabilidad de hacer rendir este patrimonio de cinco, dos y un talento. Sabemos bien que el primero y el segundo siervo doblan cada uno el capital de partida; el tercero, en cambio, por miedo a perderlo todo, entierra el talento recibido en un hoyo.

El significado es claro, nos lo dice Francisco: “El hombre de la parábola representa a Jesús, los siervos somos nosotros y los talentos son el patrimonio que el Señor nos confía: ¿cuál es su patrimonio? Su Palabra, la Eucaristía, la fe en el Padre celestial, su perdón… tantas cosas, en resumen, sus bienes más preciosos. Este es el patrimonio que nos confía: no para guardarlo, sino para hacerlo crecer”

El Señor nos confía sus bienes, no para que los enterremos, sino para hacerlos fructificar. El hoyo cavado en tierra indica el miedo del riesgo, que bloquea la creatividad y la fecundidad del amor, porque, el miedo a los riesgos del amor, nos bloquean. No podemos tener miedo de hacer fructificar los talentos, debemos usarlos para el bien de los demás. ¿Qué hemos hecho nosotros? ¿Hacemos fructificar los bienes del señor? ¿Contagiamos a los demás nuestra fe? ¿A cuántas personas hemos animado con nuestra esperanza? ¿Cuánto amor hemos compartido con nuestro prójimo?

Estamos llamados a “contagiar” con nuestro testimonio y a sembrar los talentos en todo lugar, en todo momento, en toda circunstancia.

“Esta parábola nos empuja a no esconder nuestra fe y nuestra pertenencia a Cristo” (Francisco). La PUCE no puede dejarse llevar por el miedo, y hoy, por el miedo a la pandemia. Estamos llamados todos a hacer rendir, crecer, incrementar el patrimonio recibido. Debemos ser como los dos primeros siervos, que hacemos rendir el patrimonio, nuestro patrimonio universitario de la PUCE, un patrimonio de 74 años.

En esta celebración, tomo unos pocos textos de la Encíclica “Fratelli Tutti”, del Papa Francisco, para dejar unos sueños a nuestra Universidad.

Soñemos con una “visión de hermanos”. Debemos descubrir, una vez más, “esa bendita pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos” (32). El golpe duro de la pandemia fuera de control, “obligó por la fuerza a volver a pensar en los seres humanos, en todos, más que en el beneficio de algunos…nos hemos alimentado con sueños de esplendor y grandeza y hemos terminado comiendo distracción, encierro y soledad; nos hemos empachado de conexiones y hemos perdido el sabor de la fraternidad… Presos de la virtualidad hemos perdido el gusto y el sabor de la realidad… debemos repensar nuestros estilos de vida, nuestras relaciones, la organización de nuestras sociedades y sobre todo el sentido de nuestra existencia” (33).

Soñemos con una “visión de nosotros”. “Al final de esta pandemia, ya no estén “los otros”, sino sólo un “nosotros”… Que no se trate de otro episodio severo de la historia del que no hayamos sido capaces de aprender… que tanto dolor no sea inútil, que demos un salto hacia una forma nueva de vida y descubramos definitivamente que nos necesitamos y nos debemos unos a los otros, para que la humanidad renazca con todos los rostros, todas las manos y todas las voces, más allá de las fronteras que hemos creado” (35).

Soñemos con un “saber escuchar”. Debemos ser una Universidad de la escucha, pues, “el mundo de hoy es en su mayoría un mundo sordo… A veces la velocidad del mundo moderno, lo frenético nos impide escuchar bien lo que dice la otra persona…No hay que perder la capacidad de escucha” (48). Como San Francisco, que sepamos escuchar la voz de Dios, la voz del pobre, la voz del enfermo, la voz de la naturaleza y nosotros hoy, la voz de nuestro país, de nuestra historia, de nuestra cultura y de los jóvenes.

Soñemos con la “verdad”, que, debemos “buscar juntos en el diálogo, en la conversación reposada o en la discusión apasionada. Es un camino perseverante, hecho también de silencios y de sufrimientos, capaz de recoger con paciencia la larga experiencia de las personas y de los pueblos” (50).

Por último, soñemos “ser constructores de esperanza”. Recorramos los caminos de esperanza, “porque Dios sigue derramando en la humanidad semillas de bien (54). Francisco nos invita a la esperanza, “que nos habla de una realidad que está enraizada en lo profundo del ser humano, independientemente de las circunstancias concretas y los condicionamientos históricos en que viva. Nos habla de una sed, de una aspiración, de un anhelo de plenitud, de vida lograda, de un querer tocar lo grande, lo que llena el corazón y eleva el espíritu hacia cosas grandes, como la verdad, la bondad y la belleza, la justicia y el amor”.

Estos sueños y los sueños de Aurelio Espinosa, Luis Enrique Orellana, Alfonso Villalba, Hernán Malo, Hernán Andrade, Julio Terán Dutari, José Ribadeneira, Manuel Corrales y Fernando Ponce, como también los sueños de todos aquellos colaboradores que en la historia de la PUCE han dejado su vida y su contingente para cumplir con el principio Ignaciano de “Ser más para servir mejor”, constituyen los “talentos” que la PUCE no debe enterrar sino hacer fructificar. ASÍ SEA.