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Ser creyente es vivir escuchando a Jesús

HOMILÍA DEL II DOMINGO DE CUARESMA

Quito, 13 de marzo de 2022

Por Mons. Alfredo José Espinoza Mateus, sdb

Vamos avanzando en el camino de Cuaresma, estamos ya en el segundo domingo y pudiéramos preguntarnos, siguiendo el “Mensaje de Cuaresma” del Papa Francisco para este año 2022, ¿Qué hemos sembrado en estos primeros días cuaresmales? ¿Qué hemos hasta ahora cosechado?

Y en este domingo se nos presenta el pasaje de la “Transfiguración de Jesús”. El lugar, el resplandor de los vestidos, la nube, la voz y los personajes, todo ello, nos indican que es una manifestación de Dios. Jesús es equiparado a dos grandes personajes, Moisés y Elías. Sin embargo, hay una gran diferencia: Jesús es “el Hijo de Dios”, el amor de Dios presente en medio de su pueblo. El Dios infinito que se ha hecho asequible y cercano en Jesús.

Nos pudiéramos preguntar el porqué de este evangelio en este segundo domingo. La Cuaresma nos sitúa ante la apremiante necesidad de colocarnos en la ruta de Jesús, de reorientar nuestros pasos por su camino, no por nuestros caminos que muchas veces se alejan del camino del Señor, de abrir nuestro corazón a su Palabra, que muchas veces lo tenemos cerrado. Y eso, queridos hermanos, exige someter nuestra vida a un fuerte ritmo, y este tiempo de Cuaresma es y debe ser para nosotros ese “fuerte ritmo” que nos lleva al encuentro con el Señor, el Hijo de Dios, el amado.

Para recorrer el camino del Señor y mantener el ritmo que se nos pide, debemos estar iluminados por la convicción y la experiencia de la cercanía y de la presencia del Señor. Por esto nos pone la Iglesia este relato evangélico, luminoso y esperanzador, en el tiempo de Cuaresma.

El anuncio de la Pasión y Resurrección que ha hecho Jesús pone en crisis a Pedro y a todo el grupo de los discípulos. Ellos no aceptaban la idea de que Jesús pudiera ser rechazado por los jefes del pueblo y fuera asesinado.

¿Qué esperaban ellos de Jesús? Francisco nos responde: “Ellos esperaban a un Mesías poderoso y dominador. En cambio, Jesús se presenta como un humilde y manso siervo de Dios y de los hombres, que iba a dar su vida en sacrificio, avanzando por el camino de la persecución, del sufrimiento y de la muerte”

¿Qué esperamos nosotros hoy de Jesús? ¿Qué esperan muchos cristianos?

¿Podemos seguir a un Maestro y Mesías cuya vida terrenal termina así, en una cruz?

¿Queremos ver solamente a un Cristo triunfante? ¿Aceptamos la cruz como paso a la verdadera vida, a la Resurrección?

Como los apóstoles, quizás tampoco nosotros entendemos al Cristo sufriente. También nosotros esperamos siempre un Cristo triunfante. “Jesús entonces toma la decisión de mostrarles a Pedro, Santiago y Juan, una anticipación de su gloria. La que tendrá después de la Resurrección, para confirmarlos en la fe y animarlos a seguir en la vía de la prueba, en la vía de la cruz” (Francisco).

Es otro monte, está inmerso el momento en la oración. Ahí se transfigura delante de ellos. Su rostro y toda su persona irradian una luz fulgurante. Los tres discípulos están asustados, mientras una nube blanca los envuelve y resuena una voz desde lo alto, como en el bautismo en el Jordán: “Este es mi Hijo, el amado: escúchenlo”.

¡ESCUCHAR! ¿Sabemos escuchar? La Iglesia en un camino sinodal, camino en que se nos invita a escuchar y a escucharnos. Escuchar qué Iglesia queremos. Escuchar a todos, no solamente a los que están en la iglesia. 

Francisco nos habla de una “cultura de la escucha”, escuchar al hermano, escuchar al que está cerca de mí, escuchar lo que el otro me quiere decir. Escuchar y ver al Señor, no solamente transfigurado en la gloria, en luz; también escuchar el grito del hermano en la otra transfiguración. Es que, hay otra transfiguración más dura y difícil: “Tuve hambre, estuve enfermo, estuve desnudo y en la cárcel…

¿Cuándo te vimos…? Ser creyente es vivir escuchando a Jesús, Más aún. Sólo desde esta escucha nace la verdadera fe cristiana.

Para escuchar al otro, para escuchar a Jesús, debemos salir de nuestros esquemas, debemos detenernos, debemos hacer un alto y ponernos en actitud de escucha.

¿Qué me quiere decir el otro? ¿Qué me quiere decir el Señor? ¿Esto que me dice, a qué me compromete? ¿Qué me pide en concreto la otra persona? ¿Qué me pide el Señor hoy en mi vida?

Lo que el Señor te pide es un cambio de vida, un mirar a tu interior, un darte cuenta del camino muchas veces alejado de Dios y de los demás, camino que debes rectificar. Te pide mayor paciencia, comprensión, servicio, solidaridad, generosidad, entrega, y también, mayor escucha.

¿Se escuchan como esposos? ¿Se escuchan como hijos? ¿Se escuchan como familia? ¿Se escuchan como amigos y compañeros? ¿Se escuchan como parroquia? ¿Nos escuchamos como Iglesia?

Hoy se nos pide “Escuchar a Jesús”. Escuchar a quien es la Verdad. Escuchar su mensaje. Falta en nuestras comunidades la escucha fiel a Jesús. Escucharle a Él nos puede curar de nuestra indiferencia, de nuestras cegueras que nos impiden ver el sufrimiento del otro, nos puede liberar de desalientos y cobardías, nos devuelve la esperanza frente a la crisis de la pandemia que vivimos, y sobre todo, nos infundirá un nuevo vigor a nuestra fe, y ser así testigos auténticos ante los demás.

Francisco nos dice: “La voz de orden para los discípulos y para nosotros es esta: “Escúchenlo”. Escuchen a Jesús. Es Él el Salvador. Seguidlo. Escuchar a Cristo, de hecho, comporta asumir la lógica de su misterio pascual, ponerse en camino con él, para hacer de la propia existencia un don de amor a los otros, en dócil obediencia con la voluntad de Dios, con una actitud de separación de las cosas mundanas y de libertad interior. Es necesario, en otras palabras, estar prontos a “perder la propia vida”, donándola para que todos los hombres sean salvados y para nos reencontremos en la felicidad eterna”

Con María, realicemos este camino de Cuaresma. Ella es la Buena Madre que nos lleva a su Hijo. Subamos junto con Pedro, Santiago y Juan, al monte a contemplar y escuchar al Señor, al Hijo de Dios, al amado del Padre. ASÍ SEA.